El presidente francés Emmanuel Macron junto al presidente de Rusia, Vladimir Putin, durante un encuentro en el sur de Francia el 19 de agosto de 2019, días antes de la Cumbre del G7 en Biarritz/GETTY

Agenda Exterior: Rusia

Política Exterior
 |  7 de noviembre de 2019

¿Es posible reconducir la relación de la UE con Rusia?

Hace treinta años cayó el Muro de Berlín. Parecía vislumbrarse un futuro armonioso para las relaciones entre los antiguos rivales de la guerra fría. Pero el fin de la historia resultó ser un espejismo. Durante las tres últimas décadas, la relación entre Washington, Moscú y las cancillerías europeas ha estado plagada de altibajos. La última confrontación, con motivo de la crisis de Ucrania en 2014, llevó las relaciones entre Rusia y la Unión Europea al nadir de la posguerra fría, aunque los últimos movimientos del presidente francés, Enmanuel Macron, sorprendentes para muchos, parecen querer acercar a Europa y Vladimir Putin. Preguntamos a diferentes expertos si es posible reconducir la relación entre la UE y Rusia.

 

Francisco Millán Mon | Diputado en el Parlamento Europeo por el grupo del Partido Popular Europeo

Rusia es un importante vecino de la UE, por geografía y por historia, y como miembro permanente del Consejo de Seguridad. Es también un socio económico y energético muy relevante, así como una potencia militar. Para afrontar retos globales como el cambio climático, la seguridad en el suministro energético, el desarme nuclear, la estabilidad en Oriente Próximo –y muy especialmente ahora en Siria–, la lucha contra el terrorismo y la delincuencia organizada, son convenientes el diálogo y la cooperación entre la UE y Rusia. Sin embargo, nuestras relaciones han experimentado un gran deterioro tras el comportamiento ruso en Ucrania, incluyendo la anexión ilegal de Crimea. Ya no percibimos a Rusia como socio estratégico después de lo ocurrido.

Por consiguiente, y sin perjuicio de que se puede trabajar conjuntamente con Moscú de forma selectiva en aquellos asuntos de interés para la UE (el llamado selective engagement), la reanudación de la plena cooperación se contempla a condición de que Rusia aplique plenamente los Acuerdos de Minsk, relativos a la soberanía e integridad territorial de Ucrania. Los ministros de Asuntos Exteriores de la UE en su Consejo de 14 de marzo de 2016 establecieron los grandes cinco principios rectores de las relaciones UE-Rusia. A estos principios me remito.

 

Javier Morales | Profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Complutense de Madrid. @jmoraleshdez

¿Cuáles serían las condiciones mínimas para desbloquear nuestros contactos con Moscú? Si lo que exigimos a Rusia como requisito previo para mantener relaciones con la UE es que se democratice, se retire del territorio ilegalmente ocupado en Ucrania y se abstenga de intervenir en el conflicto sirio… está claro que eso no va a ocurrir, ni a corto ni a medio plazo. Pero en política internacional hay que saber diferenciar lo deseable de lo posible, especialmente cuando no tenemos la capacidad de imponer unilateralmente nuestras preferencias.

El diálogo no es una recompensa reservada a los países con quienes ya tenemos relaciones amistosas, sino un medio para defender nuestros intereses e influir en el comportamiento del otro, combinado con medidas coercitivas como las sanciones. De hecho, en otros casos tan poco democráticos como Rusia (o incluso menos), la UE se ha distinguido por defender la vía de la negociación y el acuerdo para resolver las disputas; frente a quienes nos acusaban de realizar concesiones a Estados “canallas” ante los que la única actitud moralmente aceptable sería el aislamiento y, en último término, el derrocamiento por la fuerza de sus regímenes.

Sin embargo, para que el diálogo acabe dando frutos es necesario un esfuerzo sostenido que nadie parece dispuesto a realizar ahora. En cuanto a Rusia, el problema de la sucesión de Putin acapara cada vez más las preocupaciones del Kremlin, y les hace reacios a emprender cambios en política exterior que no puedan rentabilizar claramente en términos de apoyo popular. Por nuestra parte, la inercia de estos años presentando a Rusia como un actor inherentemente agresivo y orientado a desestabilizar a la UE (omitiendo los múltiples factores que influyen en su comportamiento, como sus cambiantes cálculos de intereses, condicionantes internos o percepciones de amenaza) hace muy difícil repensar objetivamente nuestras relaciones.

 

Nicolás Pascual de la Parte | Embajador

La pregunta está formulada como un desideratum. Y, en efecto, sería muy deseable y conveniente, para la UE y para Rusia, normalizar sus deterioradas relaciones. Basta una ojeada al mapa de Europa para mostrarnos que la estabilidad, seguridad y prosperidad europeas no pueden lograrse ignorando o marginando a Rusia. Pero es sabido que it takes two to tango. Fue la impugnación de Moscú de la arquitectura europea política y de seguridad surgida tras la Segunda Guerra Mundial y la Conferencia de Helsinki (1975) y, lo más grave, su palmaria trasgresión del Derecho Internacional, lo que provocó la reacción de la UE (y de la OTAN). Europa no podía dejar sin respuesta la anexión ilegal por Rusia de la península de Crimea (2014) ni su planificada desestabilización de Ucrania al impulsar el secesionismo armado prorruso de sus regiones rebeldes del Donbás (Óblast de Donetsk y de Lugansk).

La UE y sus Estados miembros decidimos una política de “doble vía”: la imposición de una serie de sanciones económicas, financieras y comerciales contra Moscú a la par que una oferta sin fecha de caducidad de un diálogo crítico. Dejando claro que toda normalización de nuestras relaciones con Moscú pasa por una resolución del conflicto en Ucrania conforme a los parámetros recogidos en los Acuerdos de Minsk (febrero de 2015). Es cierto que dicha política no alcanza a ser, como debiera, una genuina estrategia global europea respecto a Rusia, pues es meramente instrumental (un modus vivendi), y no finalista (no se fija la meta final) ni comprehensiva. Y no es menos cierto que la firmeza y cohesión colectivas exhibidas frente a Moscú a nivel europeo no se corresponden con las acomodaticias actitudes y arreglos bilaterales entre Rusia y muchos de los países europeos.

Pero mal haría Moscú en limitarse a exacerbar tales incoherencias y disonancias europeas. Antes bien debería estrechar la generosa mano tendida por la UE que manifiesta nuestro deseo y aspiración a reconstruir el marco de entendimiento securitario, colaboración política y cooperación económica anterior al inaceptable aventurerismo ruso en Crimea y Ucrania.

Son innúmeros los ámbitos en que ambas partes ganaríamos cooperando estrechamente: régimen de control de armas de destrucción masiva, desarme nuclear y convencional, ciberseguridad, lucha contra el terrorismo yihadista y el crimen organizado internacional, cambio climático, desastres naturales, etcétera.

Por nuestro lado, Europa habrá de mantener su firmeza y paciencia estratégicas a la espera de que Moscú reconsidere una deriva, contraproducente para sus intereses a largo plazo, hacia políticas de fuerza y coacción de sus vecinos, imposición de esferas de influencia, hechos consumados y uso alternativo del Derecho Internacional.

 

Nicolás de Pedro | Director de Investigación y Senior Fellow en el Institute for Statecraft de Londres. @nicolasdepedro

Es posible, pero no es probable a corto plazo. Las relaciones de la UE con Rusia seguirán condicionadas tanto por desacuerdos fundamentales sobre el futuro del orden europeo como por las dinámicas internas en ambos lados. Con respecto a lo primero, conviene recordar que en la guerra de Ucrania no se dirime solo la organización política y territorial ucraniana, sino, sobre todo, el alcance de la soberanía de los llamados países entremedias –Ucrania, Bielorrusia y Moldavia– y las reglas de juego y arquitectura de seguridad europeas.

Por otro lado, la política y discusiones dentro de la UE sobre Rusia siguen atrapadas por lo que puede denominarse como la “trampa racional”. Así, la consabida y obvia complementariedad geoeconómica –modernización e inversiones a cambio de materias primas– ha sido el motor y la lógica implícita en todas las iniciativas de la UE hacia Rusia.

Las suspicacias y temores que despiertan tanto la administración Trump como China no han hecho sino reforzar el interés de Bruselas por reconducir la relación sobre este pilar. La reciente “iniciativa Macron” –de futuro incierto al haber sido recibida, al menos inicialmente, con escaso entusiasmo e interés en Berlín y en Moscú– es un claro reflejo de este planteamiento. Sin embargo, esta iniciativa y el conjunto de las políticas europeas suelen perder de vista tanto la naturaleza y dinámica interna del putinismo como las percepciones dominantes en la comunidad estratégica rusa sobre su posición en la geopolítica global y su relación con la UE. Dos aspectos decisivos que dificultarán, cuando no condenarán al fracaso, cualquier intento de Bruselas por reconducir su relación con Moscú articulado sobre premisas desfasadas.

 

José Luis Pontijas Calderón | Doctor en Economía Aplicada y coronel analista de seguridad en el área Euroatlántica del Instituto Español de Estudios Estratégicos (IEEE)

No solo posible, es absolutamente necesario. La UE no se puede permitir el lujo de mantener una competición geoestratégica, una de cuyas facetas es una tensión militar incremental, con Rusia. La UE necesita una Rusia cooperativa en muchos ámbitos, desde el terrorismo transnacional, pasando por la delincuencia organizada e incluyendo las políticas de desarme, seguridad energética, presencia en el espacio ultraterrestre, etcétera, amén de que es un mercado de 140 millones de personas. Pero para llegar a esa situación, que será inevitablemente compleja, tenemos que empezar por reducir la dimensión emocional.

Europa (tanto la UE como la OTAN) no supo entender que, primero Georgia y luego Ucrania son piezas fundamentales de la tradicional interpretación rusa de su seguridad y que, por tanto, Rusia no permitiría que ambos territorios se incorporaran sólidamente al bloque occidental, pues representaban una línea roja. Se precisaría pues un nuevo proceso de Helsinki, abierto por ambas partes, con el objetivo de rebajar la obsesión rusa y la animadversión europea, que reduciendo sustancialmente la tensión, sería un primer paso hacia un progresivo acercamiento. Mientras tanto, se deberían definir temas de mutuo interés sobre los que empezar a reconstruir la relación. En cualquier caso, la UE debería considerar el abandono de una política de superioridad moral, para empezar a practicar una más pragmática y posibilista que le permita desbloquear la situación.

 

Rubén Ruiz Ramas | PROFESOR en el Departamento de Ciencias Políticas y de la Administración de la UNED. @RUIZRAMAS

Desde la crisis de Ucrania se ha experimentado una securitización de las relaciones entre la UE y Rusia. Tanto desde Moscú como desde Bruselas (pensemos también en la capital belga como sede de la OTAN), se define al otro en términos de amenaza existencial. Demos la vuelta a la pregunta: ¿es posible – y añadiría, beneficioso para las partes- mantener el actual escenario de rivalidad y confrontación ad eternum, o peor aún, escalar hacia una macrosecuritización equivalente a la antigua guerra fría? Todo, o casi todo, es posible. Conviene no olvidarlo. Otra cuestión es si es probable, o si un escenario europeo de “nueva guerra fría”, siquiera en su versión más avanzada, escaparía al aforismo marxista-hegeliano de “la historia ocurre dos veces: la primera vez como tragedia y la segunda como farsa”.

Estabilizar Ucrania es una condición necesaria para imprimir ritmo a una potencial desecuritización de las relaciones. La reactivación de la llamada “fórmula Steinmeier” va en ese camino. Pero serán necesarias otras medidas para recomponer, al menos mínimamente, la desconfianza mutua. El futuro de las relaciones UE-Rusia pasa por discriminar áreas de cooperación pragmática en las que subyazcan intereses comunes, de aquellas en las que los enfoques permanecen lejanos tras treinta años de desintegración de la URSS. Ni Rusia es una democracia, ni transita hacia ello, ni la influencia occidental ha contribuido a ello. Punto y aparte. Dicho esto, si en el seno de la UE, parte de las élites políticas más europeístas (Juncker o Macron entre otros) apuntan la conveniencia de reconducir las relaciones, buena parte de la élite política, y sobre todo económica y directiva rusa, lo anhela. El estrechamiento de la cooperación con China a raíz de la crisis de Ucrania es una realidad. Como también lo es que ni la inversión directa ni la asistencia financiera chinas han cumplido las expectativas rusas. A corto plazo China no puede sustituir a la UE como principal socio comercial de Rusia, ni a Occidente en general como socio inversor, sin que los intereses rusos se vean intensamente dañados. Y sí, el de Borrell puede ser el perfil adecuado para reconducir las relaciones con Rusia. Veremos si en ello, el catalán enfrenta más obstáculos dentro o fuera de las fronteras comunitarias.

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