China está construyendo la mayor red de cámaras de circuito cerrado de vigilancia del mundo, con 170 millones ya instaladas. Otras 400 millones más se instalarán en los próximos tres años. GETTY

Distopía digital en China

Luis Esteban G. Manrique
 |  27 de diciembre de 2017

Para tener una idea aproximada de lo que puede ser un futuro sin neutralidad en la Red –el principio que exige a proveedores de servicios de Internet garantizar un trato equitativo a todo el tráfico de datos que transita por la Red–, vasta con navegar unos minutos en el ciberespacio en China. Sus compañías de telecomunicaciones filtran sistemáticamente los contenidos informativos de la Red siguiendo las instrucciones del aparato censor del Partido Comunista Chino (PCCh), una tendencia muy peligrosa en un mundo cada vez más digitalizado e hiperconectado.

La llamada Gran Muralla de Fuego cibernética china ha creado una distopía digital en la que Google, Facebook y Twitter ni siquiera existen, mientras que otras páginas se descargan con exasperante lentitud o no lo hacen en absoluto. Sin embargo, las réplicas chinas de los plataformas occidentales –Alibaba, Baidu…–, que vigilan las búsquedas, publicaciones y las transacciones comerciales o financieras de sus ciudadanos, aparecen al instante.

El gobierno de Pekín, entre otras cosas, ha forzado a Apple eliminar de su cibertienda la aplicación del New York Times y a localizar sus servidores y centros de datos en territorio chino. En el claustrofóbico ciberespacio chino, el acceso solo está permitido a quienes cumplan las arbitrarias reglas de juego impuestas por el partido. Facebook, por ejemplo, está considerando hacer concesiones en materia de privacidad y censura para que el régimen le permita entrar a su gigantesco mercado interno. La red social ya no explica por qué desaparecen de su plataforma los perfiles de disidentes chinos.

Springer Nature, editora de Scientific American y Nature, entre otras publicaciones científicas, ha bloqueado el acceso en China a un millar de artículos de su Journal of Chinese Political Science que incluían términos como Tíbet o Taiwán. La autocensura, por lo visto, es un buen negocio.

Las tecnologías digitales chinas tienen un carácter crecientemente intrusivo y ubicuo. China está construyendo la mayor red de cámaras de circuito cerrado de vigilancia del mundo, con 170 millones ya instaladas. Otras 400 millones más se instalarán en los próximos tres años. Un corresponsal extranjero, John Sudworth, fue detenido en la ciudad de Giuyang apenas siete minutos después de entregar su foto a la policía de la ciudad como parte de un experimento para medir el grado de control social del sistema.

Human Rights Watch ha denunciado que las autoridades de la provincia de Xinjiang, de mayoría musulmana uighur, están recogiendo muestras de ADN, tipos de sangre, huellas digitales y escaneos del iris, en muchos casos sin informar a nadie, con la excusa de promover los servicios sanitarios.

Los métodos para combatir a la disidencia incluyen ataques cibernéticos a sus webs y campañas de desprestigio emprendidas por blogs que defienden los principios de la “sociedad armoniosa” preconizada por el partido para disuadir los “delitos de pensamiento”, como los denominó George Orwell con premonitoria exactitud en 1984.

El llamado “sistema de crédito social” que está desarrollando el régimen va a permitirle evaluar los registros financieros, hábitos de consumo y las conexiones sociales de los usuarios de la Red para determinar su grado de fiabilidad política. Así, antes de conceder un crédito, las entidades financieras podrán tener un conocimiento detallado de si el potencial beneficiario ha suscrito peticiones públicas o visitado webs indeseables, entre otras muestras de conducta inapropiada a lo ojos del Gran Hermano. Un buen crédito social, en cambio, abrirá las puertas a servicios públicos, colegios selectos, comercios de lujo, pensiones más generosas, viajes al exterior y otros privilegios.

En Xinjiang, el nuevo secretario del partido, Chen Quanguo, ha montado un formidable aparato de vigilancia que somete a sus 23 millones de residentes a un rutinario y exhaustivo chequeo de sus teléfonos móviles para detectar contenidos subversivos y software prohibido. El pasado agosto todos los residentes de la provincia tuvieron que descargar en sus teléfonos una aplicación móvil llamada Jingwangweishi (“soldado de ciberlimpieza”).

Expertos en ciberseguridad que han revisado el software han descubierto que la aplicación escanea los archivos de los teléfonos para descubrir huellas digitales de contenidos ilegales e informar automáticamente a las autoridades cuando los encuentra. Las tecnologías de reconocimiento facial van a acercar todavía más a la realidad las pesadillas orwellianas.

FindFace, una aplicación rusa, puede ya identificar a personas comparando sus fotos con las de 200 millones de fotos obtenidas en las redes sociales. En EEUU el FBI ya tiene acceso a fotografías de la mitad de la población adulta del país, un 80% de la cual no tiene antecedentes penales.

De hecho, el iPhone X ya se desbloquea con una mirada, lo que anticipa un futuro de identificación biométrica automatizada. En la actualidad, en China cámaras y escáneres de reconocimiento facial ya permiten pagar diversos servicios y hasta retirar efectivo de cajeros automáticos.

El sistema chino se está extendiendo a la medida que crece su influencia económica y política en el mundo. Sus sofisticadas tecnologías de vigilancia y cibercensura ya ha encontrado clientes ávidos en Tailandia, Sri Lanka, Zimbabue, Rusia, Etiopia y Vietnam.

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