Activistas feministas se manifiestan contra Donald Trump.

La ola rosa: activismo femenino en la era de Trump

Jorge Tamames
 |  19 de septiembre de 2018

No es novedad señalar que, en países en los que la extrema derecha aumenta su peso electoral, las mujeres se han convertido en una demografía imprescindible para frenarla. En las recientes elecciones suecas, por ejemplo, el voto femenino fue clave para contener al partido ultranacionalista Demócratas de Suecia –el primero entre votantes masculinos–. El caso destacado en esta dinámica es Estados Unidos, donde una “ola rosa” –así llamada por el color empleado en muchas manifestaciones feministas– causa cada vez más problemas a la administración de Donald Trump.

El empuje se veía venir. Trump ganó las elecciones de 2016 con un sinfín de declaraciones machistas a sus espaldas y sin avergonzarse de su historial de acoso sexual. El día después de su toma de posesión, la marcha de las mujeres se convirtió en una de las mayores manifestaciones de la historia de EEUU. Desde finales de 2017, el auge del movimiento #MeToo ha puesto el foco en la impunidad con que se tratan numerosos casos de violación y acoso –incluidos los cometidos por el presidente y muchos de sus aliados políticos–. Incluso entre mujeres blancas, que le votaron mayoritariamente (53%), Trump pierde popularidad. Actualmente, dos de cada tres norteamericanas rechazan su gestión.

La frustración con el status quo no responde exclusivamente a la presencia de Trump en la Casa Blanca. Un siglo después de obtener el derecho al voto y lograr la elección de la primera mujer al Congreso, las estadounidenses continúan infrarrepresentadas en las altas esferas: ocupan un 20% de los escaños del Senado y la Cámara Baja; gobiernan seis de los 50 Estados del país y presiden 27 de las 500 mayores compañías de la economía estadounidense. Desempeñan un papel destacado en la clase trabajadora estadounidense, más diversa que la de hace cien años.

Las elecciones legislativas (midterms) que se celebrarán el 6 de noviembre, se presentan como un posible punto de inflexión en esta dinámica. A las primarias de ambos partidos han concurrido 36.000 candidatas –un 60% más que en 2016 y 2014, si bien representan el 23% del total de aspirantes. El 80% de ellas opta por participar en el Partido Demócrata, que a su vez vive una pugna intensa entre su ala tradicional, centrista, y una izquierda cada vez más pujante.

 

womenCandidatas demócratas y republicanas en primarias legislativas. Fuente: FiveThitryEight.

 

Erosionado durante las últimas décadas –por el debilitamiento de los sindicatos estadounidenses y la presidencia de Barack Obama, que apenas prestó atención a la salud de su partido–, el centro-izquierda estadounidense se está recomponiendo gracias a la movilización femenina. Esta es la tesis de un artículo reciente, escrito por la socióloga Theda Skocpol y la historiadora Lara Putnam. Las autoras señalan que el electorado femenino no tienen preferencias tan fáciles de catalogar como se suele asumir –en cuestión de derechos reproductivos, por ejemplo, la principal diferencia sigue siendo entre derecha e izquierda–, pero otorga una importancia considerable a planteamientos asociados con la izquierda, como la expansión del Estado del bienestar y la regulación de las armas de fuego.

Lo que más sorprende a Skocpol y Putnam es el nivel de movilización a escala local, equiparable al del Tea Party, el movimiento ultraconservador que despegó en 2009 y sobre el que Skocpol publicó un estudio de referencia. A diferencia del Tea Party, sostienen, esta ola rosa no generaría una mayor radicalización o polarización dentro de EEUU. Las autoras apuntan que la creciente participación femenina también está detrás de los dos fenómenos más notables en el Partido Demócrata: su capacidad para desbancar al Partido Republicano en bastiones de la derecha, así como la creciente fuerza en su interior de una corriente abiertamente socialista. Aunque esta brecha la abrió la campaña presidencial del senador Bernie Sanders, hoy las estrellas en alza de la izquierda son mujeres como Alexandria Ocasio-Cortez y Julia Salazar.

El repunte actual de la participación femenina en política tiene un precedente cercano. En las elecciones presidenciales de 1992, los estadounidenses eligieron a más senadoras que en ninguna otra elección previa, consagrando aquella fecha como el “año de la mujer”. El mar de fondo de aquella ola rosa fue la nominación del juez conservador Clarence Thomas a la Corte Suprema. Thomas, acusado de acosar sexualmente a su empleada Anita Hill, obtuvo pese a todo una plaza en el tribunal más prestigioso del país. Hill, por su parte, tuvo que exponer su caso ante un comité compuesto exclusivamente por hombres.

Una situación similar se da hoy con Brett Kavanaugh, el juez nominado por Trump para sustituir al conservador Anthony Kennedy, que se retira de la Corte Suprema. Kavanaugh, situado a la derecha de Kennedy, acaba de ser acusado por la profesora de psicología Christine Blasey Ford de abusar sexualmente de ella cuando ambos eran adolescentes.

Aunque los republicanos disponen de una mayoría en el Senado, el escándalo ha obligado a posponer la votación. A menos de 50 días de las elecciones legislativas, la opinión pública y la presión de la oposición podrían hacer descarrilar la nominación de Kavanaugh, proporcionando una victoria en el terreno de las nominaciones judiciales, donde la administración Trump ha cosechado sus mayores éxitos hasta la fecha.

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