Josep Borrell durante el examen ante la Eurocámara /PE

La solidez de Borrell despeja dudas en la Eurocámara

Carlos Carnicero Urabayen
 |  8 de octubre de 2019

Se cumplen 10 años de la entrada en vigor del Tratado de Lisboa. Con él se puso en marcha por primera vez el reforzado cargo de Alto Representante para la Política Exterior y de Seguridad de la Unión Europea, fusionado con la vicepresidencia de la Comisión Europea. Recuerdo bien el hearing de Catherine Ashton en 2009. No dominaba los temas. Su biografía era relativamente ajena a su nuevo cometido. No agotaba el tiempo asignado para sus intervenciones. Pasó el examen parlamentario; pasó también por la alta diplomacia europea durante cinco inmemorables años.

El paso de Josep Borrell por el Parlamento Europeo para enfrentarse a un examen de tres horas nos ha recordado lo que han cambiado las cosas en esta década. El candidato tiene una trayectoria sobresaliente para afrontar su futuro trabajo: ministro de Exteriores de España y presidente del Parlamento Europeo, entre otras de las muchas responsabilidades que ha ocupado en sus 72 años.

La Unión apuesta de verdad por la política europea. Ursula Von der Leyen quiere que su Comisión sea “geopolítica”. No queda otra porque los desafíos que preocupan fundamentalmente a los europeos –migraciones, cambio climático…– requieren una respuesta desde más allá de nuestras fronteras. Este candidato se sabe los temas. Quiere meter ruido en la casi siempre silenciosa diplomacia europea y se propone continuar ensanchando este papel como su antecesora, Federica Mogherini.

La luz verde de la Comisión de Asuntos Exteriores ha confirmado al candidato. Sin sorpresas. Se le vio a Borrell sólido, manejándose en español, inglés y francés, a veces leyendo notas y en ocasiones de forma más improvisada. Pero sobre todo prudente. No entraba al trapo catalán porque sabía que no entrará dentro de sus competencias, ni tampoco tiene nada que demostrar quien es probablemente el socialista más odiado por el independentismo ultra.

Borrell quería dejar un titular que pueda apuntar el camino que se ha marcado. Lo ha conseguido. “La UE tiene que aprender a utilizar el lenguaje del poder”. Tiene que hacerse hueco en medio del pulso que libran Estados Unidos y China, ha explicado, empezando por su capacidad de contribuir decididamente a resolver los conflictos más cercanos (Balcanes). ¿Podrá Borrell lograrlo?

El lenguaje diplomático europeo tiende invariablemente hacia el punto y coma. Matices y divergencias entre 28 cancillerías –pronto 27, presumiblemente, tras el Brexit– que suelen terminar en anodinos comunicados que desesperan a quienes conocen la urgencia de Europa por proyectar un poder a la altura de sus necesidades. Un alto representante tiene muchos jefes y Borrell, tenaz y persuasivo, pero también soberbio cuando las cosas no salen como él quiere, tendrá que aprender a vivir con ellos.

El examen del ministro de Exteriores español también dejó su versión más humilde. No supo responder a una pregunta y prefirió no llenar el vació con palabras huecas. Se disculpó por un desafortunado comentario sobre la masacre de los indios que dejó la historia norteamericana. Y defendió de manera eficaz las zonas grises de su currículum, en concreto sobre su polémica venta de unas acciones de la empresa Abengoa. Acabó soltando un: “Ojalá todas las operaciones de información privilegiada fueran como ésta”.

Dejó también Borrell un poco de poesía: “No me gustan las fronteras. Las fronteras son las cicatrices que la Historia ha dejado grabadas en la piel de la Tierra. El progreso de la humanidad consiste en superarlas”. Y una dosis de audacia: su primera visita será a Pristina, la capital del país que España no reconoce. Los europeos están divididos en el reconocimiento de Kosovo, pero unidos en el compromiso de resolver este desafío, dijo.

A diferencia del Parlamento Europeo que examinó a Ashton en 2009, más tímido en el uso de sus recién estrenados músculos institucionales, sus euroseñorías tienen ahora ganas de marcar al milímetro a la Comisión de Von der Leyen, hasta el punto de que han vetado dos candidatos a comisarios (los de Hungría y Rumanía) y exigen nuevos exámenes para los de Francia, Suecia y Polonia. La solidez de Borrell ha despejado dudas en su regreso al Parlamento Europeo. Bueno para España y probablemente también para Europa.

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