Algo se cuece en Fiji: ¿Una transición democrática?

 |  13 de abril de 2014

En todas partes se cuecen habas. Incluso –o especialmente– en medio del océano Pacífico. A la espera de que las transiciones democráticas en Túnez y Myanmar den sus frutos –o encallen como en Egipto–, otro país ha puesto en marcha un proceso ambicioso de reforma política. El país en cuestión es Fiji, un archipiélago polinesio compuesto por 300 islas localizadas 4.000 kilómetros al noroeste de Australia. El 31 de marzo, los gobiernos de Australia y Nueva Zelanda pusieron fin a las sanciones de oficiales fijianos responsables del golpe de Estado de 2006 –el cuarto en 20 años­–, en el que Frank Bainimarama derrocó a Laesenia Qarase. La decisión es resultado de la convocatoria de elecciones en septiembre de 2014 y la reciente jubilación de Bainmarama como comandante en jefe de las fuerzas armadas de Fiji.

La idea de una dictadura militar en una archipiélago tropical en el fin del mundo –o, según como se mire, el principio: las vecinas Samoa y Tokelau alinearon recientemente su huso horario con el de Australia, abandonando el de California y saltándose un día entero en el proceso– tal vez parezca surrealista. Los amantes de los libros pensarán inmediatamente en El señor de las moscas, la novela anti-utópica que valió el premio Nobel a William Golding. En realidad Fiji, con una población de más de 900.000 habitantes (el triple que la de Islandia) es un gigante en comparación con sus vecinos. Nauru, que goza de su propio asiento en la Asamblea General de la ONU, es una isla de 213 kilómetros cuadrados donde viven 10.000 personas.

La economía de Fiji, basada en el turismo, la exportación de azúcar y la explotación de los recursos minerales de sus islas principales, también es considerable en relación con la de sus vecinos. Aunque Fiji fue expulsada de la Commonwealth en 2009, cortar los lazos comerciales con el país resultaba prohibitivamente costoso en la región, por lo que el intento de aislar al régimen de Bainimarama fracasó. El Comodoro –ése es su título– aprovechó para estrechar lazos con China en perjuicio de Australia y Nueva Zelanda, principales potencias regionales.

No son los únicos enemigos del régimen. Rupert Murdoch, en cuyo imperio mediático llegó a estar incluido el Fiji Times, se vio obligado en 2010 a vender sus acciones por mantener una línea demasiado crítica con el Comodoro. Fiji Water, la exitosa empresa de agua embotellada –es la más importada en Estados Unidos, por delante de Evian– mantiene una relación tensa con el gobierno. Los dirigentes de la compañía se precian de sus valores progresistas, pero se resiste a pagar impuestos al gobierno de Fiji. También son recurrentes las tensiones entre los nativos del archipiélago y la población de origen indio, importada en el pasado por las autoridades coloniales británicas (Fiji se independizó en 1970). La discriminación política y social ha forzado a muchos indios a abandonar el país, convirtiéndose los que permanecen en una minoría.

Aunque algunos de los países de Polinesia resultan ridículos como Estados formales, sus habitantes son los primeros en sufrir las consecuencias del calentamiento global. Fiji no corre el peligro de desaparecer bajo las aguas, pero el archipiélago podría verse azotado por ciclones con más frecuencia debido al cambio climático. Ante el avance del calentamiento global y la negativa de Nueva Zelanda de hacerse cargo de personas desplazadas por desastres naturales en Polinesia, la crisis que afrontan las islas polinesias necesita soluciones urgentes.

 

 

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