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El recién elegido presidente de Chile, Gabriel Boric, charla con la presidenta de la Asamblea Constituyente, Elisa Loncon, el 21 de diciembre de 2021 en Santiago, Chile. GETTY

América Latina, campo de batalla ideológico

En el choque de narrativas en marcha entre una izquierda ‘poscolonial’ y una derecha ‘antiglobalista’, América Latina se ha convertido en una región clave donde se dan cita un creciente número de actores internacionales, no solo estatales.
Luis Esteban G. Manrique
 |  3 de marzo de 2022

“Quien controla las palabras controla la realidad”.
Antonio Gramsci, Lettere dal carcere (1947)

 

Superando el umbral de los dos tercios de votos requeridos, 154 legisladores de la Convención Constitucional chilena aprobaron, el 16 de febrero, 14 artículos que consagran la validez legal del derecho consuetudinario de los pueblos originarios, una muestra clara del avance en América Latina del llamado pensamiento “poscolonial” o “decolonial”, surgido en los años noventa en ciertos círculos políticos y académicos de izquierda como alternativa al marxismo.

El pluralismo jurídico –que admite diversos modelos jurisdiccionales en un mismo Estado–, la plurinacionalidad o los derechos de la naturaleza, que hasta hace poco no figuraban en el debate público, están ahora a punto de constitucionalizarse en Chile, como antes lo hicieron en Bolivia y Ecuador. El 27 de diciembre, la comisión de Principios Constitucionales aceptó el “principio del buen vivir”. Los fundamentos argumentales de la moción afirman que la “imposición y colonización” europea instaló las bases de los Estados nacionales latinoamericanos, un proceso que se debe revertir para alcanzar “un estado de plenitud material y espiritual”.

Este tipo de ideas provienen de obras como La herida colonial y la opción decolonial (2007), de Walter Mignolo, Filosofías del sur y descolonización (2014), de Enrique Dussel, o Colonialidad del poder y eurocentrismo (2002), de Aníbal Quijano, entre otros autores de cabecera del presidente electo, Gabriel Boric. Según un estudio de Aldo Mascareño, sociólogo del Centro de Estudios Públicos, la izquierda decolonial pretende sustituir las “premisas epistemológicas” de la “matriz etnorracial jerárquica eurocéntrica”, invirtiendo el modo en que la sociedad chilena se piensa a sí misma.

 

«Juristas de izquierda como Atria, Ruiz Encina y Mayol desempeñaron un papel clave en la formación intelectual de la generación que impulsó las protestas de octubre de 2019»

 

Antonio Gramsci (1891-1937), el teórico político predilecto del movimiento estudiantil de 2011 que lideraron Boric, Giorgio Jackson y Camila Vallejo, sostenía que la conquista del poder político exigía una “hegemonía cultural” previa que debían lograr intelectuales “orgánicos” en medios académicos y círculos ilustrados. En ese sentido, Chile es un caso de manual. Boric y Jackson fueron alumnos, en la facultad de Derecho de la Universidad de Chile, de juristas de izquierda como Fernando Atria, Carlos Ruiz Encina y Alberto Mayol, que desempeñaron un papel clave en la formación intelectual de la generación que impulsó las protestas de octubre de 2019 que activaron el proceso constituyente.

Editoriales como LOM, Catalonia, Clacso y FCE han publicado muchos de sus libros. LOM, por ejemplo, publica la edición en español de la revista francesa Actuel Marx. A este aparato intelectual, la izquierda suma influyentes centros de investigación social –Espacio Público, Fundación Sol, Horizonte Ciudadano…– que reciben fondos públicos. Fundación Sol, brazo intelectual del Frente Amplio, tiene más investigadores que Idea País, Horizontal Juntos y la Fundación Para el Progreso, sus principales rivales por la derecha.

 

Los ‘antiglobalistas’ se rearman

Nadie se está cruzando de brazos en una confrontación ideológica en la que participan un creciente número de actores internacionales, interesados en ganar posiciones en países cuyos votos suelen ser decisivos para ganar votaciones en la Asamblea General y el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.

Después de reunirse con Jair Bolsonaro durante la reciente visita del presidente brasileño a Moscú, el ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, dijo que a Rusia le interesa una América Latina “independiente”, y se mostró a favor de que Brasil se convierta en miembro permanente del Consejo de Seguridad.

En medio del ruido mediático y los múltiples mensajes contradictorios en las redes sociales, cualquier leve ventaja en las narrativas mediáticas puede ser decisiva, lo que explica el aumento de las emisiones en español de canales de noticias rusos, iraníes y chinos. Programas de RT como los de Inna Afinogenova compiten con éxito con los de Voice of America, PBS, Univisión, CÑN y Telemundo. En 2021, según The Alliance for Securing Democracy, RT en Español atrajo 24 millones de interacciones, frente a las 2,5 millones de la Voz de América. Ahora la prohibición de que opere en la Unión Europea, en respuesta a la invasión rusa de Ucrania, deja tocado uno de los principales vehículos de propaganda del Kremlin.

Por su parte, la iraní HispanTV, que Washington considera una herramienta desinformativa de Teherán, acaba de cumplir 10 años, durante los que ha creado una audiencia fiel en la región con una estrategia de sofisticada diplomacia cultural.

 

«En el ecosistema mediático de derechas en América Latina cada vez son más visibles las huellas digitales de Vox»

 

Una investigación de elDiarioAR (Argentina), La Silla Vacía (Colombia), Agência Pública (Brasil) y PopLab (México) detectó una común obsesión con el llamado “enfoque de género” por parte de grupos ultraconservadores que apoyan agendas “antiglobalistas”, cuya máxima prioridad en 2022 es conseguir la reelección de Bolsonaro. Entre el 3 y 4 de septiembre de 2021, se reunió en Brasilia por segunda vez la Conferencia de Acción Política Conservadora, que ha organizado conferencias en Japón, Australia y Corea del Sur. Donald Trump Jr. participó de forma virtual. Durante dos días, los asistentes corearon consignas contra el comunismo, el Grupo de Puebla, el Foro de San Paulo, la ideología de género y a favor de la familia, la patria, propiedad y las “libertades naturales”.

En todo ese entramado son cada vez más visibles las huellas digitales de Vox, que en las pasadas elecciones peruanas apoyó a Keiko Fujimori y en las chilenas, a José Antonio Kast, firmantes de la Carta de Madrid contra el “nuevo orden marxista”. En Argentina la ha firmado Javier Milei, economista que fue elegido diputado nacional por Buenos Aires con el 17,6% de los votos, y en Colombia, la senadora uribista María Fernanda Cabal, que sostuvo que las protestas contra la reforma tributaria del gobierno de Iván Duque fueron una “toma guerrillera financiada por el narcotráfico”.

En México, el 2 de septiembre de 2021, el líder de Vox, Santiago Abascal, se reunió en el Congreso con varios diputados y senadores del PAN, el partido de los expresidentes Vicente Fox y Felipe Calderón, un regalo caído del cielo para el presidente, Andrés Manuel López Obrador. Calderón lamentó que sus compañeros de partido hubiesen “perdido el rumbo” y el propio comité ejecutivo del PAN aclaró que se había tratado de un acto “privado”. Algunos de los participantes admitieron que habían cometido “un error” y otros anunciaron que ya era hora de formar un partido “verdaderamente de derecha” en México.

 

¿Iberoesfera?

El problema para Vox y sus aliados regionales es que sus propuestas coinciden con una notoria liberalización de las costumbres en la región. Argentina y México han liberalizado el aborto, Uruguay, el consumo de marihuana y Chile, el matrimonio igualitario con amplio apoyo popular. Si en 2022 ganan Gustavo Petro en Colombia y Lula da Silva en Brasil, toda la región –que Vox llama la “Iberoesfera”– se teñirá, desde México a Chile, de distintos tonos de rosa.

En países multiétnicos, las visiones eurocéntricas nadan contracorriente. Los latinoamericanos, por lo general, no se perciben a sí mismos como “iberoamericanos”. Términos como Iberoamérica o Hispanidad no aparecen casi nunca en el lenguaje oficial ni en el coloquial. Según el diplomático chileno Andrés Sanhuesa, la noción de Iberoamérica arrastra un cierto “imperialismo implícito” o, al menos, la idea de “primus inter pares”.

En la península, la percepción no es muy distinta: españoles y portugueses se sienten ante todo europeos. El “nosotros”, entendido como comunidad política, se reserva para la UE y no para un difuso “espacio iberoamericano”. En los sondeos, los españoles suelen situar a la región en el tercer lugar, tras la UE y Estados Unidos, entre las prioridades de la política exterior española. Brasil y México, por su parte, no ocultan su escaso interés con un papel institucional ibérico en los foros regionales.

En un artículo en enero en The Washington Post, Jorge Carrión destacó que en las listas de diarios españoles de los libros más vendidos en 2021, solo aparecieron autores nacionales. A su vez, las listas de La Tercera en Chile, El Universo en Ecuador o Clarín en Argentina son siempre más latinoamericanas que españolas. Y en Brasil, casi exclusivamente brasileñas.

 

Emergencia indígena

En estas condiciones, los partidos liberales y conservadores tradicionales tienen poco que ganar asociándose con Vox, como pudo comprobar Kast. En el último congreso del Partido Popular, el expresidente del gobierno José María Aznar explicó que el indigenismo “solo puede ir contra España”. El problema para sus aliados latinoamericanos es que ese discurso tiene poco eco fuera de círculos elitistas.

En su Historia del pueblo mapuche (1985), el historiador chileno José Bengoa anticipó que una “emergencia indígena” –como la que estuvo detrás detrás de las victorias electorales de Evo Morales en Bolivia y Pedro Castillo en Perú– iba a ser inevitable en las próximas décadas en los países andinos.

Bengoa señala que, a diferencia de otros países vecinos, en Chile los mapuches mantuvieron el control de sus territorios hasta fines del siglo XIX. En enero de 1641 habían firmado con las autoridades virreinales el “pacto de Quilín”, que fijó el Biobío como “frontera natural”. En México, Colombia y Perú, recuerda Bengoa, ya han pasado entre cuatro y cinco siglos desde que los últimos grupos indígenas, fuera de las etnias amazónicas, dejaron de ser independientes.

La ONU apoya conceptos como los de plurinacionalidad siempre que no impliquen secesiones territoriales en países soberanos. La alternativa, advierte Bengoa, es la violencia. En sus columnas en La Jornada, Julio Hernández señala que esperar que los pueblos indígenas se disuelvan en las sociedades criollas como una forma de evolución o progreso solo es ya tolerable para sectores que ven “normal” la extinción de pueblos y lenguas. En una de sus audiencias generales, el papa Francisco reconoció el “error en la evangelización” de querer imponer un solo modelo cultural: “Exactamente lo contrario de la libertad cristiana”.

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