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La sal cristalizada se extiende en las salinas de Olaroz para el suministro al proceso de producción de carbonato de litio en Susques (Argentina), 16 de noviembre de 2015. RICARDO CEPPI. GETTY

América Latina: oasis geopolítico en medio de una guerra por los recursos

En un mundo marcado por la escalada de los precios de las materias primas, del trigo a los hidrocarburos, América Latina, unas de las regiones que más producen y exportan bienes primarios, tiene mucho que ganar.
Luis Esteban G. Manrique
 |  5 de mayo de 2022

La subida de las materias primas tras la invasión rusa de Ucrania –con los alimentos subiendo a las mayores tasas mensuales registradas en 14 años– refleja la vulnerabilidad de la piedra angular de la globalización: el comercio mundial. El conflicto bélico y la cancelación de Rusia han impactado de lleno en la línea de flotación de las cadenas de suministro del trigo, fertilizantes y aceites vegetales, de los que el gigante euroasiático representa entre el 15-25% de la producción mundial.

Rusia y Ucrania, graneros de Europa, suman juntos el 30% de la producción de trigo, lo que explica que el índice de precios de la FAO subiera en marzo un 34% a tasas interanuales. El de los cereales subió un 17,1% y el de los aceites vegetales, un 23,3%. Los disturbios en Perú y Sri Lanka son una primera señal de alerta de lo que puede ocurrir en otros países con fuerte estrés alimentario.

Rusia y Bielorrusia, además, suman juntos casi la mitad de las exportaciones de potasa, componente esencial de fertilizantes nitrogenados. Rusia produce el 20% del amoniaco y de la urea que utiliza la agricultura mundial. La potencia euroasiática ha seguido exportando grano, pero las sanciones han complicado los pagos, aumentando la incertidumbre que pesa sobre el suministro.

Y todo ello sin contar con el níquel, el gas y el petróleo rusos, lo que extiende las turbulencias a los mercados de hidrocarburos y minerales. Según estimaciones de la OCDE, desde que comenzó la guerra los precios de los metales han subido un 11%. Zoltan Pozsar, estratega en Credit Suisse, sostiene que cuando el complejo de materias primas en pleno se ve bajo presión, como ahora, la oscilación de los precios revela un voto de “no confianza” en el sistema monetario que dominan la Reserva Federal y el Banco Central Europeo.

 

El precio de la desindustrialización

Hasta 1990, Estados Unidos era el mayor productor mundial de minerales, que extraía, refinaba y exportaba en grandes volúmenes. Hoy es solo el séptimo. Según el US Geological Society Survey, en 1954 el país importaba ocho minerales estratégicos casi en su totalidad. Actualmente son 17 y debe importar además el 50% de otros 29. La mitad de ellos provienen de China, el mayor productor de tierras raras (63% del total) y molibdeno (45%). A través de sus inversiones en minas de litio en Australia, de platino en Suráfrica o cobalto en República Democrática del Congo (RDC), China tiene posiciones cada vez más dominantes en minerales verdes, esenciales para la transición energética.

En un análisis en Bloomberg, John Micklethwait y Adrian Wooldridge inciden en que factores geopolíticos, más que económicos, están configurando dos o tres grandes bloques comerciales excluyentes, un proceso que sepulta las premisas que sostuvieron el orden mundial en los últimos 40 años.

En los años noventa, el comercio de bienes manufacturados se duplicó. En la primera década de este siglo se dobló otra vez. Entre 2008 y 2019, sin embargo, el comercio mundial cayó un 5% en relación al PIB. Según Economist Intelligence Unity, entre 2016 y 2019 los flujos de inversión globales se redujeron por la mitad.

 

«A diferencia de la primera guerra fría, la actual enfrenta a potencias manufactureras (China) y de recursos naturales (Rusia) contra una superpotencia financiera y militar (EEUU) que ha sacrificado su capacidad industrial»

 

Las inversiones directas entre China y EEUU rondaron los 30.000 millones dólares en 2017. En 2021 fueron solo 5.000 millones. Ese proceso desintegrador pone en duda la viabilidad de una división mundial del trabajo en la que EEUU ha desmaterializado su economía para reconvertirla en una posindustrial y de servicios dominada por los gigantes de Silicon Valley y Wall Street.

En The National Interest, Michael Lind sostiene que, a diferencia de la primera guerra fría –que enfrentó dos sistemas político-económicos–, la actual enfrenta a potencias manufactureras (China) y de recursos naturales (Rusia) contra una superpotencia financiera y militar que ha sacrificado su capacidad industrial, que no puede existir sin una base material, el principal campo de batalla de la guerra global por los recursos.

El 9 de marzo, Vladímir Putin anunció que Moscú va a restringir las exportaciones de una serie de recursos –paladio, níquel, carbón, fertilizantes potásicos, zafiros industriales…– esenciales para fabricar baterías ion-litio, convertidores catalíticos y semiconductores, una industria global de 3,4 billones de dólares.

 

Efecto contagio y el regreso del proteccionismo

El bloque occidental representa el 60% del PIB global al tipo de cambio, frente al 30% de Rusia y China juntos. Pero a escala granular, más detallada y precisa, los datos son más complejos. Y su interpretación aún más. Carmen Reinhardt, economista-jefe del Banco Mundial, advierte de que el contagio económico se produce a veces de modo “misterioso” y que solo ha terminado el primer acto del drama.

La economía rusa se contraerá este año un 9-15% y la de Ucrania, un 40%. Las variaciones de los precios de los bonos de grandes compañías logísticas como Glencor, Trafigura o Vitol parecen indicar que sus acreedores y aseguradores temen los “accidentes” que puedan sufrir sus operaciones.

No sería la primera vez que la guerra frena un proceso globalizador. Entre 1928 y 1933, el comercio mundial se redujo a la mitad. En India, el gobierno de Narendra Modi está reimpulsando la “autosuficiencia” económica para proteger la industria local. En Japón, el gobierno de Fumio Kishida ha creado un ministerio de Seguridad Económica para facilitar la intervención estatal en sectores estratégicos.

En Francia, Emmanuel Macron cree inevitable que el Estado tenga que hacerse cargo de “varios aspectos” del sistema energético. En su discurso anual ante el Congreso, Joe Biden prometió que todo lo que se pueda volverá a ser Made in America de principio a fin. Los legisladores aplaudieron de pie el anuncio.

 

Viento de cola para América Latina

En principio, esos factores suponen buenas noticias para América Latina, un oasis geopolítico sin casi tensiones fronterizas y que es además una de las regiones mundiales que más producen y exportan bienes primarios. En 2021, en promedio, el 72% de las exportaciones de sus mayores economías fueron productos básicos, frente al 62% en África, el 51% en Medio Oriente y el 25% en Asia.

Chile es el principal productor de cobre, Brasil, el tercero de hierro y México, el mayor de plata. Perú destaca en plata, cobre, oro y hierro y Cuba y Brasil, en níquel, cuyo precio subió un 60% en marzo. Venezuela, México, Brasil, Colombia y Ecuador son países petroleros. Si los precios del barril de crudo promedian los 100 dólares este año, la ganancia inesperada para Colombia ascenderá al 1% del PIB. La cuenta corriente de Brasil mejora casi un 0,1% del PIB por cada 10 dólares que sube el petróleo.

 

«Según Ed Kuczma, gestor de BlackRock para América Latina, la región tiene ‘mucho viento de cola’ por el papel que va a jugar en la transición verde»

 

La respuesta de los mercados no se ha hecho esperar. Según el Institute of International Finances, la región atrajo en marzo 10.800 millones de dólares en inversiones mientras que salieron de otros mercados emergentes 9.800 millones netos. Los que más se beneficiaron fueron Brasil y México, seguidos por Chile, Colombia y Perú.

En el primer trimestre, el índice MSCI Latinoamérica subió un 15%. El MSCI Global cayó un 10%. Según Ed Kuczma, gestor de BlackRock para América Latina, la región tiene “mucho viento de cola” por el papel que va a jugar en la transición verde. La Agencia Internacional de la Energía estima que si se alcanzan las metas de neutralidad carbónica, en 2050 el 70% de la generación eléctrica mundial provendrá de fuentes renovables, frente al 9% en 2020, lo que exigirá cantidades masivas de cobalto, cobre y níquel.

SoS Minerals calcula que solo para sustituir el parque automovilístico de Reino Unido por vehículos eléctricos, se necesitarán hasta 2050 207.900 toneladas de cobalto, 204.000 de carbonato de litio y 2.362.500 toneladas de cobre: el doble de la producción mundial de cobalto, casi el total de la de neodimio, el 75% de la de litio y el 12% de la de cobre en 2018.

 

Vientos de fronda

Pero no todas son buenas noticias. La subida de los precios del crudo erosionará la balanza comercial de Chile, Argentina, Perú y otros importadores netos de energía en América Central y el Caribe, que tendrán que aumentar los subsidios o reducir los impuestos a los combustibles y alimentos para frenar la espiral inflacionista.

Brasil importa más de la mitad del trigo que consume. Una recesión mundial reducirá la demanda de las exportaciones de la región, que, por otra parte, podría sufrir huidas de capitales si la Reserva Federal endurece su política monetaria. Y no son los únicos problemas. En Chile, la Convención Constitucional está debatiendo nacionalizar el sector minero y extinguir las actuales concesiones.

En toda la región la resistencia a la minería y otras actividades extractivas es cada vez mayor, debido a su consumo intensivo de agua y a los residuos tóxicos que dejan a su paso. En Europa, en enero el gobierno de Serbia tuvo que cancelar un proyecto de la angloaustraliana Rio Tinto para explotar una mina de litio que hubiese sido la más grande del Viejo Continente, después de tres meses consecutivos de multitudinarias protestas y movilizaciones.

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