Hace cinco años, Reino Unido salía de la Unión Europea, una de las decisiones más divisivas para el país desde la posguerra. Brexit fue vendido por sus promotores como un sueño de soberanía, prosperidad y recuperación del control, pero la realidad ha sido bastante más compleja que dicha fantasía.
El primer ministro británico, Keir Starmer, ha hecho de la “recomposición” con la UE una de sus prioridades. Su visita a Bruselas la semana pasada marcó el primer encuentro de un líder británico con los 27 desde el Brexit, una señal ide la voluntad del gobierno laborista de restablecer la confianza con sus antiguos socios. “El tiempo de la división ideológica ha terminado; ahora es momento de un pragmatismo implacable”, declaró Nick Thomas-Symonds, ministro a cargo de las relaciones con la UE.
Sin embargo, el “pragmatismo implacable” de Starmer está limitado por la política británica y en particular por el ascenso de Reform, el partido antieuropeo de Nigel Farage. El premier ha dejado claro que no busca la reincorporación al mercado único ni a la unión aduanera, ni el restablecimiento de la libre circulación de personas. Su tímido enfoque se centra en acuerdos sectoriales específicos que faciliten el comercio, la cooperación en defensa y seguridad, y una mayor armonización regulatoria en ciertas áreas.
Uno de los pilares del acercamiento es la cooperación en seguridad y defensa. La guerra en Ucrania ha puesto en evidencia la necesidad de una mayor autonomía estratégica europea, especialmente ante la incertidumbre que genera la vuelta de Trump a la Casa Blanca. Su retórica beligerante hacia la OTAN ha llevado a muchos líderes europeos a buscar un mayor alineamiento con el Reino Unido en cuestiones militares e inteligencia.
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