Seis guerras árabe-israelíes, dos Intifadas palestinas y seis operaciones de castigo en Gaza han colocado a Israel en una indiscutible situación de fuerza. Con el apoyo explícito de Washington y el apoyo tácito de los gobiernos europeos y árabes –que tras los Acuerdos de Abraham habían iniciado el proceso de normalización de relaciones con Israel– se ha ido dando forma a una realidad que acerca a Tel Aviv al objetivo de hacerse con los territorios palestinos.
El plan de Donald Trump de liquidar el conflicto, construyendo en Gaza la “Riviera de Oriente Medio”, es contrario a las disposiciones del Derecho Internacional y de las Resoluciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, que siguen estableciendo como base la creación de dos Estados en la Palestina histórica y que consideran ilegal el desplazamiento forzoso de la población civil palestina. Algunos gobiernos europeos han pedido mesura y Kaja Kallas, representante de Exteriores de la Unión Europea, ha abogado por “una paz más sostenible”, recordando la contribución europea en la aportación de fondos destinados a ayuda humanitaria.
Trump en su primer paso por la Casa Blanca decidió trasladar la embajada estadounidense a Jerusalén y declarar que los Altos del Golán, territorio soberano de Siria, era israelí. El mismo Trump, ahora considera que Israel traspasará a Estados Unidos la Franja, a pesar de no contar con ningún tipo de mandato internacional que lo respalde, para que Washington lidere la reconstrucción en esos 365 kilómetros cuadrados, una vez terminados los combates y vaciados de su población.
Este planteamiento lleva implícito el convencimiento de que así conseguirá erradicar la amenaza terrorista a largo plazo. Trump aspira a convencer de que los gazatíes están dispuestos a abandonar voluntariamente esas tierras, cuando para muchos analistas es evidente que, el actual cese de hostilidades apenas esconde la…

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