De hecho, el descenso casi coincide con la toma de posesión del magnate. El 15 de enero el barril de Brent, referencia en Europa, alcanzó los 82 dólares. Desde entonces acumula una caída cercana al 25%, hasta llegar a cotizar en 60 dólares la semana pasada.

Esta caída del precio del petróleo es un alivio para las economías europeas, muy lastradas desde que comenzó la crisis del coronavirus, hace ya más de cinco años. Europa es el continente más dependiente de las importaciones de hidrocarburos, por lo que toda la caída del petróleo impacta directamente sobre el crecimiento de los países. El efecto es idéntico al que produciría una transferencia de renta desde el extranjero.

Esta no es la primera vez que el precio del crudo está tan bajo. De hecho, estas cotizaciones ya se alcanzaron durante la pandemia, y también entre los años 2015 y 2016 y, previamente, en los peores meses de la crisis financiera. Sin embargo, la media de las dos últimas décadas es un petróleo en 77 dólares, lo que significa que los precios actuales están claramente por debajo. Más aún si se deflacta con el resto de bienes y servicios.

Pero esta vez puede ser diferente. Los países de la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo) están perdiendo su control histórico sobre la cotización del barril. Este es un cambio que se apoya en tres transformaciones íntimamente relacionadas y que pueden tener carácter estructural.

En primer lugar, el cártel tiene una gran fractura interna porque hay países que no quieren ceñirse al recorte de la producción acordado para elevar los precios. En esta ocasión, el rebelde es Kazajistán, que está acelerando la explotación de su yacimiento gigante de Tengiz, uno de los más grandes del mundo. Ante la insubordinación de Astaná, algunos de los…