INFORME SEMANAL DE POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 1246

Magreb: Mar gruesa en el Mediterráneo

La escalada de tensión entre Marruecos y Argelia, referentes de la región, y el creciente malestar con las antiguas metrópolis, Francia y España, ponen en peligro la estabilidad de todo el Mediterráneo occidental.

No soplan vientos apacibles en el Magreb. Por si no fueran suficientes los problemas que arrastran Libia –con un conflicto inacabado y unas elecciones previstas para el 24 de diciembre que no cabe dar por seguras–, Túnez –con una deriva política que algunos califican de golpe de Estado encubierto y otros de golpe de timón para asentar un sistema democrático en peligro– y Mauritania –bajo la amenaza terrorista y sumida en un subdesarrollo que no se corresponde con su riqueza petrolífera–, Argelia y Marruecos también han entrado en una dinámica de tensión creciente que contamina la región de forma muy negativa. En la medida en que Argel y Rabat son las principales referencias magrebíes, sus malas relaciones bilaterales y las chispas que han vuelto a saltar en sus relaciones con España y Francia afectan de manera inevitable a la estabilidad de todo el Mediterráneo occidental.

En las relaciones argelino-marroquíes los nubarrones forman parte tradicional del paisaje, como mínimo, desde 1994, cuando se cerró la frontera entre los dos países, sin que las esporádicas propuestas marroquíes para reconducir las aguas hayan recibido respuesta alguna de Argel. Por el contrario, el clima no ha hecho más que enrarecerse durante el último verano en una secuencia que ha llevado desde la llamada a consultas del embajador argelino en Rabat, tras unas declaraciones marroquíes favorables a la independencia de la Cabilia en el marco del Movimiento de Países no Alineados, hasta el cierre del espacio aéreo decretado el 22 de septiembre por Argel a todos los aviones civiles y militares marroquíes (apenas hay una quincena de vuelos semanales con destino a Túnez, Turquía y Egipto) como respuesta a “las continuas provocaciones y acciones hostiles” de Marruecos. Además de la tormenta derivada de la decisión argelina de romper las relaciones con su vecino, ambos países están inmersos en una carrera armamentística que no solo incrementa la probabilidad de una escalada indeseable, sino que también afecta a la estabilidad del resto de actores ribereños del Mediterráneo.

Tampoco resulta tranquilizadora la visible crispación entre España y Marruecos. Por una acumulación de razones (ya tratadas en estas páginas), el hecho es que, a pesar de los esfuerzos realizados por el nuevo equipo del ministerio de Asuntos Exteriores español, ni la embajadora marroquí ha regresado a Madrid, ni hay fecha para la Reunión de Alto Nivel, ni el propio ministro, José Manuel Albares, ha logrado reunirse con su homólogo, Naser Burita, aunque hayan mantenido una conversación telefónica.

La sentencia del Tribunal General de la Unión Europea, invalidando los acuerdos de pesca y asociación, tampoco ayuda a calmar las inquietudes marroquíes. Rabat se ha encontrado, a raíz de sus propios errores de cálculo, ante una crisis simultánea con España, Argelia y hasta con la UE, sin capacidad de maniobra para salir airoso del envite. Lo peligroso en estas circunstancias sería que Rabat decida enrocarse aún más en una dinámica de confrontación que solo le traería más sinsabores.

Por si la situación no fuera ya suficientemente delicada, ahora Francia y Argelia abren un nuevo frente de controversias, pasando de las palabras a los hechos. En el marco de una relación salpicada históricamente de fricciones, después de 132 años de colonización francesa que terminaron en 1962 (y que incluye una guerra de ocho años que se saldó con la independencia argelina), la decisión francesa de recortar a la mitad el número de visados que París concede a Marruecos y Argelia, y a la tercera parte los que concede a Túnez –como señal de disgusto por la falta de colaboración de estos países en la readmisión de sus ciudadanos localizados en suelo francés de manera irregular– ha vuelto a disparar la tensión. A ello su suman las declaraciones del presidente francés, Emmanuel Macron, criticando el “sistema político-militar” que gobierna en Argel. Como respuesta, Argel ha tomado la decisión de llamar a consultas a su embajador (por segunda vez en poco más de un año) y cerrar su espacio aéreo al sobrevuelo de los aviones militares franceses. Una medida que no tiene en realidad un impacto significativo en el desarrollo de la operación Barkhane que Francia lidera en el Sahel, con alrededor de 5.000 efectivos desplegados sobre el terreno, pero que hace pensar en una escalada de final incierto.

Por mucha razón que Macron tenga en su crítica a la élite militar y política argelina, en coincidencia con lo que el movimiento Hirak denuncia desde febrero de 2019, sus declaraciones, innegablemente electoralistas, no facilitan a Francia una mejor defensa de sus intereses en la vecindad Sur. Lo mismo cabe decir de España, tanto en clave de seguridad energética como en relación a los flujos migratorios irregulares, la lucha contra el terrorismo o la seguridad de su propio territorio. ●

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