INFORME SEMANAL DE POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 1017

ISPE 1017. 9 enero 2017

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Durante los últimos 3.000 años, China ha intentado varias veces proyectar su poder económico hacia Occidente. El primero fue en el siglo II d.C., durante la dinastía Han, con el desarrollo de la antigua Ruta de la Seda, creada para comerciar con Asia Central y el lejano imperio romano. El segundo fue en el siglo XV, cuando las expediciones marítimas del almirante Zheng He conectaron el imperio de la dinastía Ming con buena parte de los Estados ribereños del océano Índico.

El tercero, el más ambicioso de todos, está en plena marcha. En 2013, Pekín anunció su plan de conectar decenas de economías mundiales a través de la red de infraestructuras –carreteras, aeropuertos, puertos de aguas profundas, redes de fibra óptica, ferrocarriles, gasoductos y oleoductos– de la Yi dai yi lu, Nueva Ruta de la Seda y en inglés Belt and Road Initiative (B&R). La ruta tendrá dos ramales: el terrestre Cinturón Económico de Shanghai a Hamburgo y la Ruta de la Seda Marítima del Siglo XXI, que atravesará el Mar del Sur de China y el Índico hasta el mar Mediterráneo. El objetivo es claro: crear nuevos mercados para las empresas chinas con una inversión aproximada de cuatro billones de dólares en los próximos 30 años.

 

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Los 60 países a los que llegará la B&R albergan el 70% de las reservas energéticas y la mitad de la población global. Dos vías férreas enlazarán los puertos chinos de Zhengzhou y Chongqing con Hamburgo y Duisburgo. Las provincias suroccidentales chinas se abrirán al Índico a través de India, Bangladesh y Myanmar. En África, Yibuti, donde China está construyendo una base naval, enlazará con Kenia, Tanzania, Mozambique y el mar Rojo.

Cuando la ruta esté en pleno funcionamiento, Kazajstán, Myanmar, Pakistán, Maldivas o Sri Lanka, entre otros, sentirán la…

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