Autor: Ramón González Férriz
Editorial: Debate
Fecha: 2018
Páginas: 272
Lugar: Madrid

1968: entre la trivialidad y la tragedia

Recaredo Veredas
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Dentro de tres meses mayo del 68 cumplirá medio siglo. De nuevo sus eslóganes, tal vez acompañados por anuncios de refrescos o smartphones, latirán en el corazón de todos los jóvenes del mundo. Consciente de ello, Ramón González Férriz, que ya abordó el legado ideológico del movimiento en su ensayo La revolución divertida, nos introduce en los hechos y los protagonistas que lo causaron.

Destaca la versatilidad del autor para adoptar registros periodísticos, ensayísticos e incluso literarios. Es capaz de trazar una panorámica general con la precisión de un reportero y de enfocar cara a cara a los protagonistas con expresividad narrativa. La controlada aceleración del ritmo es correlato de unos tiempos vibrantes. Además, la prosa no resulta autocomplaciente: queda al servicio del recuerdo de unos sucesos no tan recordados como parece.

La estructura de 1968. El nacimiento de un mundo nuevo evita la monotonía: los distintos espacios se suceden en paralelo, sin apenas solaparse, y sin confusión. Tanto es así que prescinde de los farragosos topónimos. No olvida el contexto histórico de cada lugar y muestra sus diferencias, en ocasiones oceánicas. Porque la relativa levedad de las mitificadas revueltas parisinas no es comparable a la legítima reivindicación de libertad de los checoslovacos, enfrentada nada menos que a la Rusia de Breznev. Pasan por las páginas del libro, además de los países citados, Italia, Alemania, México, Japón, España y, por supuesto, Estados Unidos, cuya obcecación en la guerra de Vietnam es la mecha que inicia unas protestas globales que después derivaron según las peculiaridades de cada país.

La medición del éxito o el fracaso –siempre tan difícil y simplificadora– debe realizarse teniendo en cuenta los medios de comunicación de aquella época, infinitamente más lentos que los actuales, dominados por la radio, la televisión en blanco y negro y la prensa matutina. Si unimos a esta variable la falta de coordinación no solo entre los distintos países sino también entre las diferentes facciones locales, resulta sorprendente la propagación global del movimiento.

Lo que no sorprende, como deja ver González Férriz mediante datos incontestables, es que la revuelta más trivial, la que ocasionó menos daños y, como afirmaba en su anterior ensayo, “divertida”, fuera la que ha dejado una marca mayor. Me refiero, obviamente, al mayo parisino. No sorprende porque su irónica ligereza, su atildado nihilismo y la habilidad comercial de sus organizadores encajan en la tradición local.

El autor muestra con precisión sus varios niveles de complejidad, que abarcan registros “para todos los públicos”; desde eslóganes de camiseta a obras tan complejas e influyentes como La sociedad del espectáculo, de Guy Debord. Si el mayo francés no terminó con una matanza como la ocurrida en Tlatlelolco (México) fue tanto por la inteligencia del general de Gaulle como por la protección de ese Estado de Derecho que los manifestantes intentaban derrocar. La falta de esa mano izquierda, y el inveterado romanticismo, se configuran como la causa del largo recorrido de la revuelta alemana, continuada durante los años setenta por la mitificada Fracción del Ejército Rojo. La tragedia real no solo ocurrió en México, también en otro lugar donde el Estado no protegió a sus ciudadanos: Praga. Allí los manifestantes no pedían que la playa creciera bajo los adoquines, sino poder decidir su destino en libertad, sin la tutela soviética. Y, como le había ocurrido a Hungría en 1956, fueron aplastados. Sin embargo, en palabras de Tony Judt, citadas por González Férriz, «el alma del comunismo había muerto en Praga (…) en agosto de 1968».

En la certera radiografía de Estados Unidos puede observarse el contraste entre las peticiones indispensables de la población negra, apoyadas con suicida valentía por Robert Kennedy, y la frivolidad de los estudiantes neoyorquinos. No en vano Pier Paolo Pasolini, siempre lúcido pese a su recalcitrante comunismo, afirmó en un poema satírico que la clase obrera no asistía a las manifestaciones del lado de los convocantes sino del de la policía.

En las últimas páginas González Férriz realiza un diagnóstico sobre las repercusiones del movimiento que resume las tesis expuestas en La revolución divertida. El criterio libertario y hedonista del movimiento del 68, tan opuesto al totalitarismo de la izquierda real, ha influido de manera decisiva en el individualismo consumista que domina nuestra época. Incluso la derecha lo acepta, con resignación decreciente, dada su rentable inocuidad.