Autor: Simon Kuper
Editorial: Profile Books
Fecha: 2022
Páginas: 231
Lugar: Londres

La fábrica de élites que creó la generación Brexit

El argumento central de ‘Chums’, que resulta particularmente revelador tras el mandato de Boris Johnson y su humillante caída, es que Oxford dio a los futuros líderes conservadores una mentalidad altiva y frívola al mismo tiempo. La salida de Reino Unido de la UE era para ellos una simple cuestión de tener manos libres en Westminster y poder mandar sin constricciones.
Ramón González Férriz
 | 

En el Oxford de la década de los ochenta, los estudiantes que querían trabajar y esforzarse podían hacerlo. Si estudiabas clásicas, podías leer las obras completas de Homero y Virgilio. Pero nadie te reprendía si no lo hacías. Asistir a las clases era considerado una opción, “como ir a ver una película”, de modo que la mayoría estaban vacías. “La carga de trabajo de un alumno normal consistía en una o dos reuniones semanales con el tutor, para las que había que escribir un trabajo corto sin notas al pie”, cuenta Simon Kuper, que estudió allí, en su nuevo libro sobre la generación de tories formada en Oxford a la que pertenece Boris Johnson. Se esperaba de esos trabajos que sostuvieran con brillantez argumentos contraintuitivos, que disputaran los lugares comunes y las tesis comúnmente aceptadas. Pero no que se basaran en un estudio sistemático del tema tratado ni en conocimientos profundos.

De un modo semejante, en el club de debate frecuentado por los futuros políticos conservadores, la Oxford Union, se premiaba la brillantez por encima del conocimiento. Las discusiones replicaban el  funcionamiento de la Cámara de los Comunes, con sus normas arcaicas y sus formalismos deferentes, pero con la pequeña diferencia de que allí no se legislaba: solo se exponían argumentos y se hacían elaborados chistes. Se apreciaba sobre todo a quien era capaz de sostener alternativamente una postura y, si se le requería, la contraria. Lo importante era ser convincente, citar con buen gusto, hacer reír y ganarse el respeto de los demás. Muchos estudiantes de clase media o baja que accedían a la universidad temían el brutal dominio retórico de los estudiantes de clase alta, por lo que no solían frecuentar las reuniones.

En ese momento, la propuesta pedagógica de Oxford era peculiar: enseñar a los alumnos “a ganarse la vida escribiendo y hablando sin mucho conocimiento”, dice Kuper. Por eso no resulta sorprendente que la mayoría de los estudiantes que protagonizan este libro acabaran dedicándose al periodismo y la política.

El argumento central de Chums, que resulta particularmente revelador tras el mandato de Johnson y su humillante caída, es que Oxford dio a los futuros líderes conservadores —como Michael Gove, David Cameron, Jacob Rees-Mogg y otros que han estado en los últimos gobiernos, además de Johnson— una mentalidad altiva y frívola al mismo tiempo. “Los niños tories formados en las escuelas privadas crecieron reverenciando a sus ancestros. Y con razón —cuenta Kuper—. Entre 1860 y 1960, los británicos que habían asistido a escuelas independientes o a Oxbridge habían inventado, gobernado y escrito buena parte de lo sucedido en el mundo moderno. Habían gobernado una cuarta parte del planeta y obtenido la victoria en dos guerras mundiales. Habían creado a Alicia en el País de las Maravillas, Peter Pan, Sherlock Holmes, Winnie-the-Pooh, Bertie Wooster, James Bond, El libro de la selva y 1984. Habían dividido el átomo y descubierto la evolución, la televisión, la penicilina y la estructura del ADN. Habían contribuido a inventar los ordenadores y la bomba nuclear. Le dieron al mundo el keynesianismo y la mayoría de los deportes modernos”.

Esos jóvenes descendientes, que sentían que pertenecían de manera natural a la élite, daban por hecho que estaban destinados a imitar a esos ancestros y consideraban que sus años en Oxford eran solo un paso más en ese camino. Un paso suficiente por sí mismo: no hacía falta aprender o trabajar duro, bastaba haber estado allí, haber aprendido a hablar y escribir de manera brillante, para luego hacerse con un lugar en la élite que no perdías hasta la muerte.

El problema, cuenta Kuper con una aparente imparcialidad periodística –es columnista de Financial Times–, pero con  cierto resentimiento palpable, es que esa generación, a diferencia de las precedentes, no tendría oportunidades reales en las que mostrar su valor o su predisposición a la verdadera aventura. No se enfrentaría a guerras. Tendría que gestionar un país razonablemente rico y sin grandes dramas comparables a los del pasado. Eran, dice Kuper, una “generación sin tragedia” convencida de que “nada malo sucedería jamás a los de su casta”. Los tories de Oxford no solo se sentían destinados a hacer algo grande en un tiempo sin grandeza, sino que pensaban que “nadie podía decirles lo que tenían que hacer. Las reglas eran para los demás. En sus vidas privadas, en sus decisiones económicas y en Westminster, esos hombres esperaban gozar de la máxima libertad”. Pero Bruselas, la Unión Europea, se entrometían en esos dos derechos de nacimiento: mandar y hacer lo que quieres. Y eso condujo inevitablemente al Brexit. “Existe una teoría de la conspiración de la izquierda según la cual a los brexiters tories les motivaba principalmente la economía: que su plan era convertir Reino Unido en un paraíso fiscal libertario poco regulado y de libre mercado. No creo que esa fuera su motivación principal. Muchos de los brexiters (en concreto Rees-Mogg) podían desear exactamente eso, y en general querían eliminar toda regla procedente de Bruselas que constriñera su libertad de acción, pero para casi todos la economía era algo secundario. El Brexit era, por encima de todo, su gran proyecto generacional, diseñado para proteger los poderes de sus feudos personales en Westminster. El resto eran solo detalles, aburridas cuestiones de gobernanza que era mejor dejar en manos de funcionarios meticulosos”.

El relato deKuper es perspicaz y tal vez sea el mejor retrato psicológico de un grupo de personas pequeño, pero tan convencido de su propia relevancia que, efectivamente, acabó dirigiendo su país. Sin embargo, vista la caída de Johnson, y las dudas acerca de quién le va a suceder, es posible que esa generación haya fracasado antes de llegar a la vejez. Sin duda, consiguió el poder y cumplió su gran objetivo político generacional, sacar a Reino Unido del laberinto burocrático y sin carisma que consideran que es la UE. Pero ha fracasado en su objetivo último: ser la generación que devolviera a Reino Unido su grandeza, tras el relativo pero sostenido declive en el que entró tras la pérdida de las colonias y la humillación de la crisis del canal de Suez en los años cincuenta y el rescate del FMI en los setenta. Las fiestas, el privilegio, la brillantez retórica, la habilidad para seducir con medias verdades o abiertas mentiras no han sido suficientes.

En uno de los pasajes más esclarecedores del libro, Kuper cita a Anthony Kenny, que fue decano del college en el que estudió Johnson. Kenny visitó a Johnson cuando este era ministro de Asuntos Exteriores –cargo que ejerció con la misma incompetencia y desorden que el de primer ministro– y después escribió: “Pensé con arrepentimiento en la contribución de Oxford a su educación. Habíamos tenido el privilegio de encargarnos de formar a los miembros de la élite política de la nación. Pero ¿qué habíamos hecho con Boris? ¿Le habíamos enseñado a ser veraz? No. ¿Le habíamos hecho sabio? No. ¿Qué le habíamos enseñado? ¿Acaso solo a dar discursos ingeniosos y brillantes? Me reconforté con la idea de que incluso Sócrates tenía muchas dudas acerca de la posibilidad de enseñar la virtud”.

Oxford ha cambiado, cuenta Kuper al final de su libro. Hoy, en muchos sentidos, es una institución más abierta, moderna y exigente con sus alumnos. Pero aún así, “durante siglos ha servido para que los niños educados en las escuelas privadas pasaran del colegio a la élite gobernante. Es un componente incuestionable del poder británico”, y así seguirá siendo. En la memoria política, sin embargo, quedará como el lugar en el que una generación de privilegiados exacerbó el declive de su país con una mezcla de encanto personal, genialidad retórica y nulo interés por la política real.