POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 204

Vista del lago Devegecidi Dam (Diyarbarkir, Turquía), en peligro de sequía debido al cambio climático, el 21 de septiembre de 2021. GETTY

A hombros de gigantes dormidos

La emergencia climática y la descarbonización de la economía exigen una revolución profesional. La universidad debe asumir el protagonismo, actuar como aliado del cambio y reinventarse.
Emilio Luque y Rubén Díaz Sierra
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Imaginen a una profesora universitaria, digamos una física o una socióloga, preocupada y cada vez más consciente de la magnitud del cambio climático, de sus costes y del sufrimiento aparejado para humanos y no humanos. Sin duda, es necesario actuar, piensa, pero… ¿en qué ámbito? Comprende pronto que donde podría catalizar más cambios, con mayor profundidad y repercusión, sería en el marco de su trabajo docente. Es un caso claro de la tarea a la que estamos convocados todos los profesionales: transformar la actividad y el entorno de las organizaciones en que participamos. Es, además, un caso especialmente relevante, porque las organizaciones universitarias de las que forma parte tienen precisamente como tarea formar a profesionales que, si integran el cambio climático en sus herramientas, estarían mejor equipados para dicha transformación.

Pero nuestra profesora se da cuenta de que introducir tan solo el cambio climático en sus asignaturas, como un tema más, no dejaría de ser una pincelada en una formación que, en conjunto, ignora el asunto. Más aún, si se limita a formar profesionales que reproduzcan las formas de pensamiento y acción que nos han conducido hasta aquí, no podrán ser agentes activos en su reconstrucción: su imaginación operará solo en los márgenes, de forma parcelada y gradual, incompatible con fenómenos exponenciales y con sistemas cuyos procesos se retroalimentan. Piensa entonces convocar a su universidad a la creación de una nueva titulación, una apuesta de formación integral e integrada, centrada en la mitigación al cambio climático, una opción profesional para contribuir a las numerosas transiciones que se avecinan. Sin duda, es lo adecuado: será también una forma de generar espacios de cambio a largo plazo dentro de la propia universidad.

 

«Para muchos profesores universitarios, ocuparse del cambio climático implica reinventarse, perder el tren de su propia trayectoria previa»

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