POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 214

Lula da Silva y Von der Leyen durante la cumbre UE-CELAC (Bruselas, 17 de julio de 2023). CONSEJO EUROPEO

América Latina-UE: amor en tiempos de geopolítica

Al igual que la construcción europea, la alianza entre Latinoamérica y la UE se hará a través de 'acontecimientos específicos'. Solo así, las dos regiones tendrán poder en el nuevo orden global.
Guillermo Fernández de Soto y Andrés Rugeles
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Como en El amor en los tiempos del cólera, obra del premio Nobel colombiano Gabriel García Márquez, la interacción entre América Latina y la Unión Europea gira en torno a una asociación estratégica que ha esperado el devenir del tiempo para consumarse y superar las adversidades propias de la vida, en un escenario cambiante de incertidumbre y de competencia geopolítica. La Cumbre América Latina y el Caribe – Unión Europea (ALC-UE) de 2023 ocurre después de una larga pausa de ocho años, periodo en el que ambas partes se alejaron, reflexionaron y tomaron la decisión de acercase de nuevo. Para algunos, el distanciamiento fue incompresible; para otros, inexcusable. Las palabras del jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, son más que elocuentes: “A veces, esta relación se ha dado por hecho o incluso se ha descuidado”. Su enfriamiento ocurrió y se trasladó al plano de las ideas, las políticas y los instrumentos.

Lo acaecido en términos de comercio bilateral es preocupante, pero aleccionador. La UE ha perdido importancia relativa como socio comercial de América Latina en los últimos 20 años. La UE ha pasado de ser el destino del 25% de las exportaciones de la región a solo el 8,3%. A su vez, las importaciones desde la UE han sufrido la misma tendencia a la baja y se redujeron, para el mismo periodo, del 22,9% al 11,8%.

Sin embargo, no debe haber espacio para recriminaciones en este momento, ni de un lado ni del otro. La responsabilidad es compartida y la mirada debe estar puesta en el horizonte, en ese punto lejano en donde ambos mares que nos separan se unen y logran conformar el Atlántico. Hoy, América Latina y Europa se aproximan de nuevo con una enorme ilusión y también con el desafío de revitalizar la relación política birregional para contribuir a una transición ecológica, digital y socioeconómica, en el marco de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y la Agenda 2030. Así, el reencuentro adquiere un carácter prioritario por los desafíos del contexto geopolítico y económico actual, que exigen elevar la relación al más alto nivel y construir una visión conjunta de “socios estratégicos”, alrededor de unos valores fundamentales y una agenda de trabajo común. Lo que debería inspirar y mover voluntades no solo de los gobiernos, sino también de la sociedad civil, el sector privado y la academia.

El potencial de las cifras de la comunión de ambas regiones no es nada despreciable. Suman 60 países; 1.000 millones de habitantes; 25 millones de kilómetros cuadrados; el 21% del PIB mundial; un comercio bilateral de 400.000 millones de dólares al año; inversiones birregionales del orden de 934.000 millones anuales; acuerdos comerciales en vigor con 27 de los 33 países de América Latina y el Caribe; una tercera parte de los miembros de las Naciones Unidas; y tierras fértiles para la ciencia, la filosofía, el arte, la literatura y el deporte.

Todo esto exige ir más allá del encuentro de los líderes de ambas regiones. Se debe incluir el despliegue de tareas que ratifiquen el valor de la geometría variable en los instrumentos birregionales; el diseño desde Bruselas de una política exterior común integral hacia América Latina; el cabal entendimiento de la heterogeneidad y complejidad política de nuestros países; el apoyo a una mayor convergencia entre los diferentes esquemas de integración; y un trabajo minucioso –casi de relojero– de análisis de las fuerzas y ventanas de oportunidad en un nuevo escenario internacional “multiplex”, en palabras del académico Amitav Acharya, y de competencia estratégica entre Estados Unidos y China.

 

Grandes tendencias, geopolítica y política nacional

La relación entre América Latina y la UE está en una coyuntura que puede ser encapsulada en el concepto que acuñó el teórico francés Edgar Morin en 2016: “policrisis”. Son diversos vectores los que interactúan en tiempos y velocidades disímiles, mientras generan una enorme presión para reconfigurar la relación birregional. Más que una opción, estamos frente a una necesidad.

Las actuales proyecciones del mundo hacia la mitad del presente siglo no dejan bien posicionadas a ninguna de las dos regiones y la irrelevancia es una amenaza latente. Las megatendencias en materia de cambio climático, las transformaciones demográficas y el envejecimiento de la población, la aceleración tecnológica vinculada a la inteligencia artificial y la digitalización, y los grandes cambios económicos y geopolíticos tendrán un efecto directo.

La transición de poder de Occidente hacia Asia generará desplazamientos. La participación de la UE en el PIB mundial hacia 2050 se reducirá en un 38%, comparado con cifras de 2019. Por su parte, América Latina disminuiría su participación en un 22%, mientras que China e India aumentarían su participación en un 62%. Adicionalmente, en 2060 Asia acumulará más del 55% del PIB mundial, una población superior a las 5.280 millones de personas, amplias clases medias (más del 80% de su población) y un inigualable proceso de urbanización y construcción de megaciudades (seis de las 10 ciudades más grandes del mundo estarán en Asia).

En 2023, el escenario es complejo para el Viejo Continente. La implicaciones de la pandemia del Covid-19, la agresión rusa a Ucrania y la creciente presencia de China en América Latina han planteado retos en términos de política exterior, defensa, seguridad energética y alimentaria, y disrupción de las cadenas globales de suministro. Pekín se ha insertado en el escenario latinoamericano y ganado terreno a los europeos en materia no solo comercial, sino también de relaciones políticas, financiación y poder blando. Basta recordar las 13 visitas del presidente chino, Xi Jinping, a la región; la presencia del Instituto Confucio en 23 países latinoamericanos, con el objeto de acercar el idioma y la cultura; la puesta en marcha de la “diplomacia de las vacunas”, o el creciente aislamiento de Taiwán en la región.

El dragón chino ha actuado de forma astuta, sigilosa y calculada para ganarse un espacio que hoy es difícil de disputar. Ha invitado abiertamente a unirse a proyectos estratégicos para su proyección global como la Iniciativa de la Franja y la Ruta y la Iniciativa de Desarrollo Global. El énfasis económico y comercial ha primado para la obtención de recursos naturales y bienes primarios, apertura de nuevos mercados e inversiones en infraestructura, innovación, tecnologías y telecomunicaciones. Su estrategia le ha permitido convertirse en el primer socio comercial de América del Sur e inundar los mercados locales con bienes de consumo e intermedios. Igualmente, entre 2000 y 2020 ha multiplicado sus inversiones por 26 y se ha constituido en la mayor fuente de financiación en energía, infraestructura e industrias espaciales, con más de 2.700 empresas de capital chino operando en la región. Las cifras hablan por sí solas: el comercio entre América Latina y China creció un 11% en 2022 y alcanzó los 469.000 millones de dólares. Desde el año 2000, Pekín ha invertido más de 172.000 millones en América Latina.

 

«Entre 2000 y 2020, China multiplicó por 26 sus inversiones, con más de 2.700 empresas operando en América Latina»

 

Hoy la región afronta el reto de avanzar en su proceso de recuperación económica y social tras la pandemia, que condujo a un retroceso significativo en los indicadores sociales como pobreza extrema (-20 años) y pobreza (-12 años). Las proyecciones de crecimiento para este año y los siguientes no son alentadoras. De acuerdo con la CEPAL y el Banco Mundial, el crecimiento medio de los países de América Latina y el Caribe será solo del 1,2% en 2023 y del 2,4% en 2024, tras el 4% de 2022. Esto refleja una trampa estructural de bajo crecimiento, elevada desigualdad, altas tasas de inflación, combinadas con unas condiciones internacionales adversas. Asimismo, la región debe fortalecer sus democracias e instituciones ante el surgimiento de autocracias y populismos; y requiere superar la inestabilidad política y la fragmentación ideológica que afectan los procesos de integración regional y generan fuerzas centrífugas.

Se requiere, por tanto, reencaminar los esfuerzos para el cumplimiento de los ODS en 2030 como meta “volante”. Su nivel de avance es lánguido y ha generado una reciente alerta por parte de la ONU, al constatar que solo se logrará cumplir el 25% de las metas propuestas en esta década de acción. Es decir, el 75% restante está en riesgo. En pocas palabras, estaríamos frente a una “crisis de desarrollo” en América Latina.

Por si fuera poco, a nivel nacional, la presidencia rotatoria de España en el Consejo de la UE llega en una coyuntura especial. Su foco de atención –a nivel político– está en la reconfiguración de un nuevo gobierno tras los resultados de los comicios municipales y autonómicos del 28 de mayo, que  brindaron a los partidos de oposición, principalmente al Partido Popular, una victoria nacional. La coincidencia de celebrar elecciones generales en plena presidencia del Consejo no es muy feliz y ha sido una circunstancia excepcional en el resto de países del bloque, salvo lo vivido por Polonia en 2011 y Francia en 2022.

Ante estos escenarios de largo y corto plazo, las dos regiones están avocadas a avanzar con decisión. El llamado, entonces, es a la acción política por el regionalismo e interregionalismo y evitar la trampa de la inamovilidad técnica y burocrática. Se requerirá una enorme dosis de liderazgo y resiliencia. Por ello, se debe actuar con grandeza, pragmatismo y visión de futuro, para convertir un pasaje crítico en una oportunidad birregional de unión y complementariedad en pos del beneficio común.

 

La convergencia de valores transatlánticos

Las dos regiones están llamadas a unirse a partir de sus lazos históricos y del legado conjunto de respeto a la democracia, los derechos humanos, las libertades públicas y la cohesión social. En la reafirmación conjunta de estos principios podría estar la clave para hacer causa común en torno a un mundo más balanceado y menos polarizado.

La convergencia de intereses y políticas es hoy un imperativo histórico, mucho más en momentos en que los regímenes iliberales, las agresiones contra otros Estados, el terrorismo internacional o el tráfico ilícito de drogas están lejos de haber salido de la escena mundial. Continúan amenazando estos valores universales, lo cual no da cabida a la denominada “política de no alineamiento”.

Es sobre esta base sólida que hoy deben realizarse las aproximaciones entre América Latina y el Caribe y la UE para avanzar hacia una nueva asociación estratégica. Así quedó en evidencia en la gira de junio de 2023 de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, por Brasil, Argentina, Chile y México, al anunciar que “Europa volvió a América Latina y que llegó la hora de elevar nuestra asociación estratégica a otro nivel”. Asimismo, advirtió de que doblará su inversión en proyectos para el desarrollo sostenible en la región, por valor de 10.000 millones de euros, hasta 2027, en el marco del instrumento Global Gateway. Se trata, en la práctica, de la respuesta europea a la Iniciativa de la Franja y la Ruta de China.

A pesar de los valores y principios que compartimos, es natural que en política internacional tengamos diferencias. Estas, indudablemente, enriquecen el debate, aportan nuevas ideas y perspectivas. Deben conducirnos y acercarnos hacia la generación de consensos que tomen en consideración las visiones de las dos partes. Este es precisamente el interés de América Latina. La región no demanda paternalismo por parte de Europa, ni subsidios, ni fórmulas mágicas o imposiciones para solucionar los problemas estructurales. Lo que busca es una relación y un trato entre iguales, para construir un camino conjunto.

 

Una agenda compartida de trabajo para el siglo XXI

Las megatendencias y la actual coyuntura global exigen a la UE realizar de manera constante un ejercicio de prospectiva y reinvención para alcanzar su objetivo de una “autonomía estratégica abierta”, a través de una agenda política interna y externa en áreas prioritarias de acción. En tal sentido, debe señalarse que Europa encamina sus esfuerzos, de acuerdo con los informes de prospectiva estratégica de la Comisión, en los diferentes frentes de acción con el ánimo de: garantizar sistemas sostenibles y resilientes de seguridad alimentaria; reducir su dependencia energética; asegurar el suministro suficiente de energía descarbonizada y asequible como elementos centrales para la construcción de economías más verdes y digitales; garantizar y diversificar el suministro de materias primas críticas; desarrollar alianzas en materia de investigación y comercio para garantizar un suministro sostenible y diverso; desarrollar y retener habilidades y talentos que coincidan con las ambiciones de la UE; y trabajar con socios globales para promover la paz, la seguridad y la prosperidad para todos, entre otros.

En cada una de estas áreas, América Latina tiene un papel importante que desempeñar y un capital que aportar en recursos naturales, materias primas, cambio climático, energías limpias y alimentos. La región posee justo lo que la UE necesita para afrontar sus principales desafíos. Estos elementos, junto con la conectividad y digitalización, infraestructura, recursos humanos cualificados, democracia, derechos humanos y vigencia del multilateralismo constituyen un ancla para una nueva dimensión de las relaciones birregionales.

La aproximación contribuye no solo a que el diálogo se fortalezca en torno a una relación birregional, sino que también permite construir un itinerario positivo y ambicioso concentrado en los siguientes ejes, de acuerdo con los anuncios de la UE: asociación estratégica moderna y sólida; estímulo al comercio y la inversión, a través de la Global Gateway para una transición ecológica y digital justa; fomento de sociedades más sostenibles, justas e interconectadas; acción conjunta en pro de la justicia, la seguridad ciudadana y lucha contra la delincuencia organizada trasnacional; promoción de la paz y seguridad, democracia, Estado de Derecho, derechos humanos y ayuda humanitaria; y creación de una asociación interpersonal dinámica para que las personas ocupen un lugar central.

Como socio natural de América Latina y el Caribe, España está llamada a desempeñar un papel de liderazgo para la plena implementación de dicha agenda, la modernización de acuerdos que impulsen el flujo de comercio e inversiones hacia la región, el fortalecimiento de la cooperación para el desarrollo, la movilización del sector empresarial y el impulso a las cadenas globales de suministro.

 

En busca de ‘acontecimientos específicos’

El gobierno de España ha dejado claro que asume el reto de la presidencia de la UE con un profundo “sentimiento de responsabilidad” y que pondrá su acento en el espíritu europeísta del país. Ello cohesiona a la nación y permite al bloque su proyección externa para superar crisis y afrontar las incertidumbres y tensiones geopolíticas crecientes en el vecindario.

En concomitancia, América Latina y la UE deben poner en marcha un ejercicio realista y pragmático que permita pasar de las declaraciones políticas a los hechos concretos, en torno a iniciativas y proyectos que den vida y vuelo al proyecto de asociación estratégica. En tal sentido, es imperativo avanzar y brindar resultados tangibles. A continuación, se indican algunos frentes de trabajo y cooperación que desde la perspectiva de América Latina son más que necesarios. En primer lugar, la promoción y defensa de la democracia exige programas conjuntos, pronunciamientos y posiciones firmes frente a los regímenes autoritarios de la región –tanto de izquierdas como de derechas– que tienen un expediente de violación de derechos humanos y libertades fundamentales. Ni la inacción ni el silencio son buenos consejeros en esta época. Se requiere la defensa abierta de la institucionalidad, el Estado de derecho, la buena gobernanza y la lucha contra la desinformación, desde una aproximación renovada, integral y constructiva.

En segundo lugar, la puesta en marcha de inversiones a través de la Global Gateway es una valiosa iniciativa para impulsar obras en infraestructuras y promover el crecimiento, el empleo, la cohesión social y desarrollo humano, en especial de jóvenes y mujeres. Es de resaltar su alineación en beneficio de economías climáticamente neutras, así como para lograr una transformación digital inclusiva y centrada en el ser humano. Para el logro de estos objetivos, es ineludible tener identificados los proyectos a financiar con sus respectivos estudios de prefactibilidad –incluyendo variables ambientales, sociales y de género–, criterios de selección, cronogramas de trabajo, impacto regional balanceado y mecanismos de seguimiento. La banca multilateral –el BID, la CAF y el Bando Mundial– puede contribuir al cumplimiento de esta meta.

Tercero, deben resolverse viejos asuntos inconclusos, como el acuerdo Mercosur-UE, que sorprendentemente sigue deambulando como un alma en pena. Después de 20 años de negociación, está pendiente la aprobación del Parlamento Europeo y la ratificación de los Estados miembros de ambos bloques. Las diferencias internas, las presiones de sectores productivos y las visiones encontradas en materia medioambiental han paralizado el proceso. Adicionalmente, se debe finalizar el acuerdo con México y avanzar en la ratificación de los acuerdos pendientes con los otros esquemas y países de la región. Es necesario que la relación birregional deje atrás la falta de resultados y pase a una fase de sinceramiento y acción que tome en consideración nuevos criterios sobre el comercio internacional como el strategic-shoring o el energy-shoring.

Cuatro, la reforma de la arquitectura financiera internacional es un área donde las dos regiones pueden colaborar y contribuir al diseño de mecanismos de disponibilidad de recursos en momentos de crisis, diseñar mecanismos de reconversión de deuda asociados a la protección del medio ambiente, fortalecer la banca multilateral regional y forjar un Nuevo Pacto de Financiación Mundial.

Quinto, América Latina y Europa han de redoblar sus esfuerzos en la lucha contra el problema mundial de las drogas, el tráfico ilícito de armas pequeñas y ligeras, la ciberseguridad y la migración irregular, a partir de la construcción de enfoques amplios, coordinados y bajo el principio de responsabilidad compartida.

Todos estos son problemas globales que no pueden ser abordados de forma individual, sino colectiva. Se necesita mayor diálogo, entendimiento y, ante todo, soluciones novedosas bajo el principio de pensar diferente.

 

Ventana de oportunidad

América Latina y la Unión Europea, como “socios de elección”, tienen frente a sí una importante ventana de oportunidad para fortalecer su alianza y relanzar su asociación birregional. El éxito dependerá de la voluntad política, el pragmatismo y la madurez de los líderes a ambos lados del Atlántico y de la capacidad que ostente la UE de asumir el reto de ser un poder mundial, junto con EEUU y China.

En este proceso, las dos regiones están avocadas a reforzar el orden internacional basado en normas y privilegiar el multilateralismo efectivo sobre el unilateralismo en los asuntos clave de nuestro tiempo: paz, seguridad, desarrollo y derechos humanos. La ONU adquiere una relevancia especial, así como su reforma y la del Consejo de Seguridad, en pos de una mayor democratización, representatividad y transparencia.

Ambas regiones tienen el reto de superar el mito de Sísifo. Es decir, deben subir la montaña cargando una roca enorme y ser capaces de llevarla hasta la cima sin dejarla caer. El riesgo es el retroceso, que se desplome al abismo y tener que volver a iniciar el trayecto, una y otra vez, de forma infinita. De ahí que las palabras de Robert Schuman en su famoso discurso del 9 de mayo de 1950 sean aleccionadoras, al indicar con gran agudeza: “Europa no surgirá en un día, ni será construida en una estructura que lo englobe todo: será construida a través de acontecimientos específicos, el primero de ellos el establecimiento de la solidaridad efectiva”.

América Latina y la UE necesitan construir “acontecimientos específicos” para alcanzar una verdadera solidaridad e integración en el Atlántico. ●