Trescientos cuatro partidos o formaciones políticas concurrieron a las elecciones del 27 y 28 de marzo, destinadas a configurar el paso de la primera a la segunda república italiana.
Este dato es, por una parte, indicio de la fecundidad creadora de un pueblo: al lado de las tradicionales fuerzas, se presentaban otras surgidas con denominaciones tan originales como “Vísperas Sicilianas”, “Utopía”, “Areópago para la dignidad de la política”, “Movimiento por la justicia Robin Hood” y hasta una “Lista Zapata” presidida por un aristócrata. Por otra parte, representa una derrota en toda línea de quienes creían fomentar con la nueva ley electoral una democracia más adulta, un bipolarismo a la americana o a la inglesa. El sistema mayoritario uninominal inaugurado en estas legislativas con una corrección proporcional del 25 por cien, sólo iba a permitir el acceso al Parlamento de media docena de partidos coaligados en torno a los polos de alianza que se han creado sin gran coherencia interna. En todo caso se ha producido, eso sí, una renovación de la clase dirigente que había monopolizado el poder durante casi cincuenta años.
En este último medio siglo Italia ha sufrido una transformación radical: ha pasado de ser un país pobre a integrarse en el Grupo de los Siete países más industrializados; su población relativamente joven en los años cincuenta, experimenta ahora un crecimiento cero con capas cada vez más ancianas; las migraciones sociales han transportado del Sur al Norte, en las décadas de los años cincuenta y sesenta, a más de trece millones de habitantes.
El bipolarismo de la guerra fría produjo, a escala nacional, un esquema de gobierno calcado del enfrentamiento EEUU-URSS. La Democracia Cristiana y sus aliados gobernaban frente a un Partido Comunista Italiano poderoso pero relegado a una permanente oposición. Esta situación se tradujo en una concentración…
