Los primeros pasos de Obama por relanzar las negociaciones entre israelíes y palestinos han sido rápidamente rechazados por un Israel que ya no inspira el apoyo entusiasta de la sociedad americana.
Este país, acostumbrado a no ver más allá de sus fronteras continentales, ha recibido en mayo un buen trago de política exterior: tras el inusitado éxito de la captura y muerte de Osama bin Laden, el presidente Barack Obama visitó cuatro países europeos, para encontrar sus raíces étnicas en Irlanda, codearse con la reina Isabel II y pronunciar un sonado discurso europeísta en el Parlamento británico, presidir el G-20 en Varsovia y lograr que el presidente de la federación rusa, Dmitri Medvedev, apoyase la campaña contra Muammar el Gaddafi en Libia y más o menos tratase de negociar el escudo antimisiles en Europa Oriental. La guinda ha sido la visita de Angela Merkel, recibida con honores de jefe de Estado y recipiendaria de la más alta condecoración civil de Estados Unidos, la medalla de la libertad. Puede que las cuestiones internacionales no interesen a los americanos, pero a todos les gusta ver que su presidente se comporte airosamente en el exterior.
Sin embargo, no todo han sido luces: el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, se encargó de cernir de sombras el ambiente primaveral de Washington. Con su característica soberbia ha intentado batir a Obama en su propio terreno, la política interna de EE UU. Enterado del propósito americano de renovar el proceso de paz…

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