Pese a tener un crecimiento menor que hace unos años, y pasar posiblemente por el momento más difícil en décadas, China ha entrado en una nueva fase de su modernización económica. No estamos ante un punto de inflexión abrupto, sino más bien frente a una mutación estructural gradual. El modelo chino sigue manteniendo un consumo interno reprimido, pero con una potencia industrial y tecnológica más profunda, electrificada y autosuficiente. Esta transformación, que se despliega tras el rebote postpandemia, está reconfigurando el tablero global a través de un fenómeno que se conoce como el “China Shock 2.0”: una sobredosis de oferta verde que, al tiempo que abarata bienes y acelera la transición energética mundial, ejerce una presión inédita sobre las manufacturas y políticas industriales de sus socios comerciales, especialmente en Europa.
Los indicadores macroeconómicos actuales confirman que la economía china se ha desplazado a un ritmo de crecimiento más lento, pero está lejos de estar a punto del colapso, como muchos llevan prediciendo décadas. Un reciente análisis del Center for Strategic and International Studies (CSIS) hace la pregunta correcta: ¿Cuán de mal está la economía china? Y su diagnóstico es que está en un cinco o seis sobre diez. No hay desplome, pero sí un entorno de demanda tibia, precios contenidos y exceso de capacidad. El índice de precios al productor continúa en negativo y el IPC ronda el cero. Todo esto hace que, tras el impulso inicial de la reapertura post-Covid, el crecimiento se siga apoyando más en la inversión y el sector exterior que en el consumo interno. Además, el apalancamiento agregado sigue elevado y la productividad marginal del capital desciende, lo que refleja la dificultad de movilizar la inversión hacia sectores más rentables.
El cuadro no es tanto de crisis como de transición. China emerge de la…

China Shock 2.0