Autor: Ada Ferrer
Editorial: Scribner
Fecha: 2021
Páginas: 560
Lugar: Nueva York

Cuba, la Esparta del Caribe

Con un firme pulso narrativo, Ada Ferrer describe la extraña relación simbiótica de amor-odio entre Estados Unidos y Cuba, sin la que no se puede entender nada de esta última. Y destaca que la identidad cubana y sus desigualdades sociales tienen su origen en la dinámica de “amos y esclavos” que rigió su sociedad.
Luis Esteban G. Manrique
 | 

“Allí donde el esclavo se rebela contra el amo, hay un hombre levantado contra otro, en la tierra cruel, lejos del cielo de los principios.”
Albert Camus, El hombre rebelde (1951).

 

Gran parte de la mitología nacionalista de los países latinoamericanos se basa en la gesta anticolonial que entre 1810 y 1824 puso fin a la monarquía hispánica con un conjunto de insurrecciones continentales que fueron, al mismo tiempo, un conflicto militar, un cambio de régimen político y una rebelión popular. El espíritu revolucionario de 1789, según Albert Camus, nació de esa “parte del hombre” que no quiere inclinarse y trata de afirmar su reino en la historia, una ambición proteica que dio origen a los diseños constitucionales, codificaciones jurídicas, narrativas históricas, panteones heroicos y rituales cívicos de sus repúblicas.

Cuba es un caso extremo. Todos los paradigmas de su identidad –nacional, política, racial…– están marcados por las guerras decimonónicas en las que España perdió sus últimas colonias americanas y  comenzó a forjar su imperio ultramarino. El culto a sus héroes –Martí, Gómez, Maceo…– es unánime en la isla y en la diáspora. De hecho, la estatua ecuestre más famosa de Martí es la que adorna una de las esquinas de Central Park en Nueva York, donde el prócer cubano vivió entre 1880 y 1895 y desde la que viajó múltiples veces a Florida, donde fundó el Partido Revolucionario Cubano con los tabaqueros de la isla que vivían exiliados en Tampa y Key West.

 

Una misión predestinada

Martí creía que, frente al orden establecido, le asistía un derecho más justo al que no tenía que renunciar. En el poema Abdalá (1879) anticipó su propia muerte, a la que quiso cargar de un sentido trascendente. En 1895, había viajado a Cuba a morir por la patria y eso es lo que hizo, cumpliendo una misión heroica predestinada, lo que explica que en Cuba a Martí se le llame el “apóstol”.

 

Según Martí, el único modo de frenar la conquista estadounidense de las Antillas era ganar su independencia antes. La libertad cuesta muy cara y es necesario o bien resignarse a vivir sin ella o decidirse a comprarla por su precio, escribió en 1879

 

En Delirio Americano (2022), Carlos Granés recuerda que Martí fue el último poeta que luchó contra España en una guerra de independencia y el primero en advertir el peligro del imperialismo de EEUU, un país, escribió, que era “lo más grande de cuanto erigió jamás la libertad” y, al mismo tiempo, una amenaza a la libertad de los países de “nuestra América”.

Según Martí, el único modo de frenar la conquista estadounidense de las Antillas era ganar su independencia antes. La libertad cuesta muy cara y es necesario o bien resignarse a vivir sin ella o decidirse a comprarla por su precio, escribió en 1879. Las guerras habían empezado el 10 de octubre de 1868 con el Grito de Yara de Carlos Manuel de Céspedes, un patricio criollo de Bayamo, dueño de un ingenio azucarero y de 53 esclavos, a quienes liberó ese mismo día a cambio de enrolarse en su tropa.

En la isla se ensayaron por primera vez los campos de concentración, surgidos de las políticas de “reconcentración” del ministro de la Guerra de España, Valeriano Weyler, que ordenó reubicar a la población rural en ciudades y aldeas fortificadas para privar a los rebeldes mambises del apoyo de los campesinos del oriente, los guajiros. Diversas estimaciones cifran en 100.000 las muertes por hambre y enfermedad en los campos, el 10% de la población.

Mientras la era de la caballería en los campos de batalla llegaba a su fin, los cubanos crearon una de las mejores caballerías ligeras jamás conocidas, según escribe John Lawrence Tone en Guerra y genocidio en Cuba (2008). El general mambí Antonio Maceo lideraba una de ellas en Punta Brava, al suroeste de La Habana, el 7 de diciembre de 1896, cuando lo abatieron las balas de una columna española.

 

Un tiempo congelado

Sin el historicismo –la verdadera ideología del marcial nacionalismo cubano– no se puede explicar la legendaria longevidad del régimen que instauraron el 1 de enero de 1959 los hermanos Fidel y Raúl Castro. Ni la muerte del mayor de ellos en 2016, ni la jubilación del menor en 2021, cambiaron nada en lo esencial en Washington, La Habana o Miami. La transición generacional se produjo sin incidentes.

 

Cuba vive en un tiempo congelado, un siglo XX perpetuo en medio de un desabastecimiento crónico. El cubano no es el único régimen que se autodenomina comunista, pero sí el que impide en mayor medida la libertad económica

 

Y ello, pese a la hostilidad de seis décadas de Washington. En un memorándum de abril de 1960, Lester Mallory, subsecretario de Estado Asistente para los Asuntos Interamericanos, pidió al presidente Eisenhower derrocar el régimen de Castro asfixiándolo con sanciones económicas que se han mantenido casi inalterables hasta hoy. En 1992 y 1996, el Congreso modificó el embargo comercial para que solo otra ley pueda modificarlo o derogarlo.

Cuba, en cierto modo, vive en un tiempo congelado, un siglo XX perpetuo en medio de un desabastecimiento crónico. El cubano no es el único régimen que se autodenomina comunista, pero sí el que impide en mayor medida niveles significativos de libertad económica. En 2021, debido a la devaluación del peso, la inflación rondó el 300%, según la Economist Intelligence Unit.

En 1994, en el llamado “maleconazo”, el propio Fidel sofocó in situ los disturbios. En agosto de 2021, cuando los cubanos volvieron a salir a la calle pidiendo libertad, cientos de jóvenes y adolescentes fueron detenidos y acusados de sedición. Según Eduardo Torres Cuevas, director de la Oficina del Programa Martiano, la defensa del marxismo-leninismo es una forma de evitar la “falsificación de la verdad histórica”. Desde el natalicio de Martí, dice, los “campos esenciales de la batalla de ideas” siguen siendo los mismos.

 

Relaciones simbióticas

Con esos antecedentes y escenarios históricos, no extraña que la historia cubana haya atraído siempre el interés de los historiadores. La última gran aportación a la abundante historiografía de la isla mayor de las Antillas, fruto de 30 años de investigaciones, es el texto de Ada Ferrer, profesora de Estudios Latinoamericanos y Caribeños de la Universidad de Nueva York (NYU), que explica la historia cubana a través del prisma –y desde la perspectiva– de EEUU.

Con un firme pulso narrativo, Ferrer (La Habana, 1962) describe una extraña relación simbiótica de amor-odio “a veces íntima, otras explosiva y siempre desigual” sin la que no se puede entender nada de Cuba. Consciente del peligro de escribir la historia como si solo actuaran en ella fuerzas impersonales y no seres humanos con voluntad e inteligencia, Ferrer se concentra en la gente real para que los lectores, como en un espejo, puedan verse reflejados en sus personajes.

Su lectura deja claro que explorar la historia cubana es explorar también la de EEUU, que ocupó la isla entre 1898 y 1902 y de nuevo entre 1906 y 1909. En 1925, de las 20 centrales azucareras más productivas, solo una era de dueños cubanos y 17 de estadounidenses.

 

Barras y estrellas

Al fin y la cabo, señala la autora, fueron fondos cubanos los que financiaron la batalla de Yorktown, que en 1781 ganó George Washington a las unidades coloniales del Imperio británico. Sus hombres estaban exhaustos, desmoralizados y sin dinero cuando un emisario cubano, Francisco Saavedra, recaudó 500.000 pesos de plata en La Habana para financiar a las tropas rebeldes.

Tras la guerra de Secesión, varios generales confederados se refugiaron en la isla, donde tenían plantaciones y esclavos. La mayoría de los cubanos que participó en la guerra luchó bajo la bandera de la Confederación, que vendía algodón a Cuba a cambio de esclavos, azúcar, ron, tabaco, armas y municiones.

William King, vicepresidente de Franklin Pierce, que ganó las elecciones prometiendo que se anexionaría Cuba, juró el cargo en 1853 en su plantación de Matanzas. La propia bandera cubana –con cinco barras y una estrella– fue izada por primera vez en 1850 en Manhattan. Ferrer coincide con Manuel Moreno Fraginals en que fue el temor de la sacarocracia criolla a que la independencia significara el fin de la esclavitud lo que hizo que apoyaran el régimen colonial durante casi todo el siglo XIX.

En la década de 1850, un senador de Florida informó al Congreso de que un barco negrero podía comprar un esclavo en Angola por unos 70 dólares y venderlo en Cuba por más de 1.200. Cuando tenía nueve años, Martí presenció uno de esos desembarques clandestinos. A los 12, se puso un brazalete negro en señal de duelo por el asesinato de Lincoln y en protesta por el sistema esclavista.

Los capitanes generales de la isla, que ejercieron sus facultades “omnímodas” hasta 1879, presentaban el conflicto como una “guerra de razas” que, de triunfar, advertían, conduciría a una nueva república negra como la de Haití. En 1878, en la llamada “protesta de Baraguá”, Maceo no aceptó el pacto de paz de Zanjón porque no abolía la esclavitud. Dos tercios de los mambises eran mulatos y negros. En 1991, tras la desaparición de la Unión Soviética, aparecieron por toda la isla carteles que aseguraban que Cuba sería una “eterna Baraguá”.

Entre 1975 y 1991, unos 430.000 cubanos pasaron algún tiempo en Angola, la gran mayoría (377.000) como soldados. Cuando en 1977 Raúl Castro visitó Angola, recordó que mucho angoleños, esclavos en Cuba, habían luchado por la independencia cubana y que por eso sus descendientes luchaban por la liberación angoleña y del África negra.

 

Una sociedad de armonía racial como la que había soñado Martí solo existía en la imaginación de la burguesía criolla, que creía –o quería creer– que la cubanía” trascendía las razas

 

Las raíces del salvajismo

En su discurso en el teatro Karl Marx de La Habana en marzo de 2016, Barack Obama dijo que su país y Cuba tenían su origen en sociedades de “amos y esclavos”. Ferrer considera ese factor –muchas veces soslayado o minimizado por otros historiadores–, como definitorio de la identidad cubana y de sus desigualdades sociales. La represión de la “rebelión negra” de 1912, señala, se cobró 6.000 vidas de afrocubanos.

Una sociedad de armonía racial como la que había soñado Martí solo existía en la imaginación de la burguesía criolla, que creía –o quería creer– que la “cubanía” trascendía las razas. La Sociedad Antropológica de Cuba, fundada en 1877, dedicaba gran parte de sus investigaciones a estudiar las causas “científicas” de la inferioridad de la “raza africana” y las raíces de su “salvajismo”. En 1900, una comisión médica que exhumó los restos de Maceo para realizar un estudio antropométrico, concluyó que la longitud de sus huesos era propia de la raza negra, pero que su mayor capacidad craneal permitía deducir “la herencia de sus ancestros europeos”.

El régimen de 1959 siempre quiso ocultar el problema de la discriminación racial, alegando que la revolución lo había resuelto. Pero ignorar un problema contribuye a perpetuarlo. Según el candidato colombiano, Gustavo Petro –que ha nombrado a Francia Márquez, activista afrocolombiana, como su candidata a la vicepresidencia– el legado esclavista sigue lastrando a muchas sociedades latinoamericanas, que tienen deudas históricas que pagar con sus ciudadanos afrodescendientes. En cierta forma, dice, quienes gobiernan Colombia son los herederos de los esclavistas y los excluidos “los herederos de los esclavos”.