Autor: China Miéville
Editorial: Verso Books
Fecha: 2017
Páginas: 369
Lugar: Nueva York

Destellos de 1917

Jorge Tamames
 | 

2017 marca el 100 aniversario de la revolución rusa, 150 años de la publicación del primer volumen de El Capital y 80 de la muerte de Antonio Gramsci. Una superposición que ha dado lugar a conmemoraciones únicas: desde la reproducción de la revolución en Twitter a su no-celebración por parte del régimen de Vladimir Putin, pasando por la publicación de reflexiones que defienden la vigencia actual del comunismo, como el libro reciente de Alberto Garzón.

Octubre, del novelista británico China Miéville, también es una obra sui generis. El autor se ha consagrado como un escritor de “ficción rara” (New Weird). En novelas como La ciudad y la ciudad, mensajes políticos sugerentes conviven con una puesta en escena más propia de un relato de Borges o Italo Calvino. Octubre, editado en España por Akal, es la primera novela histórica de Mieville; aunque no renuncia a un ritmo trepidante –de thriller, en sus propias palabras–, se ciñe a hechos históricos y no inventa ninguna de las escenas que recrea.

El libro narra el transcurso de las revoluciones rusas a lo largo de 1917. Cada capítulo se centra en un mes, empezando en febrero, con la revolución que derroca a Nicolás II, y terminando con la toma del Palacio de Invierno el 25 de octubre (siempre según el calendario juliano por el que Rusia se regía entonces: en el gregoriano, la revolución de octubre aconteció un 7 de noviembre). Miéville, conocido por sus opiniones izquierdistas, evita los clichés que dominan muchos estudios sobre 1917. El desenlace totalitario “no estaba escrito en las estrellas”, escribe en un epílogo donde defiende las conquistas de la Unión Soviética antes de que la guerra civil y el estalinismo liquidasen su potencial emancipador. Los destellos de 1917 resultaron ser “un crepúsculo y no un amanecer”, pero la Revolución Rusa continua siendo una fuente de inspiración.

Miéville no oculta su simpatía por la revolución ni su respeto hacia la figura de Lenin, a quien elogia por su instinto político. Aunque el líder bolchevique destaca como el protagonista indiscutible de la revolución, eclipsando al histriónico Kerensky e incluso a un Trotsky brillante y volátil, Octubre huye de la hagiografía. No oculta los deslices de Lenin ni los titubeos de los bolcheviques –un partido, por otra parte, mucho menos cohesionado de lo que en retrospectiva se tiende a asumir–.

Pocos estudios sobre la revolución rusa pueden competir con el ritmo vertiginoso que Miéville imprime a Octubre. Escenas tensas y desenlaces impredecibles a menudo dependen de algo tan mundano como debates y votaciones asamblearias, que de repente adquieren un carácter fascinante. Abundan imágenes memorables que combinan lo mejor de la investigación histórica y la prosa de Miéville. En febrero, un trabajador reclama el fin del zarismo blandiendo una barra para limpiar tranvías como si fuese una lanza. En las jornadas de julio, un militante se encara con un líder reformista que se niega a derrocar al gobierno provisional: “¡Toma el poder, hijo de puta, cuando se te entrega!” (el dirigente en cuestión se salva de su ira por una intercesión inesperada de Trotsky.) En octubre, Lenin abandona el piso en el que se esconde y se lanza a la calle disfrazado con una peluca, harapos y una gorra desvencijada. “Me he ido,” le escribe a su anfitriona en una nota, “a donde no querías que fuese”.

Un aspecto criticable de Octubre tal vez sea el énfasis excesivo en la actividad de partidos, sóviets y dirigentes revolucionarios de Petrogrado. Marx, escribiendo sobre España, criticó que sus historiadores se habían centrado en dramas cortesanos en vez de la realidad material del país. A Octubre le sucede algo similar con las élites revolucionarias. Aunque la narrativa ocasionalmente toma distancia de la capital para explicar lo que sucede en el resto del imperio, se echa en falta un componente de historia social, que ponga en perspectiva a unas masas cuya iniciativa a menudo desbordaba a la propia izquierda revolucionaria. Pero el formato de una novela histórica, como el mismo Miéville admite, tiende hacia el personalismo.

Con todo, el libro aborda cuestiones clave para la revolución, más allá del conflicto entre clases en los núcleos urbanos rusos. La revolución de febrero originó el día internacional de la mujer, en el que miles de trabajadoras y mujeres de clase media tomaron las calles desafiando a las autoridades zaristas. Miéville destaca también el papel de revolucionarias como Alexandra Kollontai, Nadya Krúpskaya y Mariya Spiridónova. 1917, además, tuvo una importante trascendencia en la estructura territorial del imperio y la convivencia de sus diferentes comunidades religiosas. Si el zarismo asfixiaba a Rusia en un feudalismo brutal, la revolución supuso un soplo de aire fresco para las minorías étnicas y religiosas del imperio. En abril, un congreso de mujeres musulmanas celebrado en Kazán exige el derecho al voto, leyes igualitarias entre sexos y el uso optativo del hiyab.

Octubre tiene el mérito de abordar un tema complejo y controvertido con un ritmo trepidante. Lo hace, además, presentando una historia que no está contaminada por el prisma retroactivo del estalinismo. El lector pasa las páginas angustiado, preguntándose qué haría ante las disyuntivas que se abren ante sus ojos. La revolución se le presenta como un arma cargada de futuro.