POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 188

Dos estrategias para la extrema derecha

La derecha radical tiene dos opciones para asaltar Bruselas: formar un ‘supergrupo’ de euroescépticos que obstaculice la integración, o atraer al PPE para romper la gran coalición.
Guillermo Fernández Vázquez
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El pánico moral ante el avance de la extrema derecha en toda Europa (incluido ahora también España) conduce a menudo a sobrestimar su potencia.1 En concreto, en lo que se refiere a su capacidad de actuar unida, alcanzar acuerdos y llevar adelante una estrategia coral. Esta idea está alimentada por cinco factores: la presencia en el continente del antiguo director de campaña de Donald Trump, Steve Bannon, cada vez más frecuente, y la creación de la plataforma The Movement; la entrada en el gobierno de partidos como el FPÖ austríaco o la Liga italiana de ­Matteo Salvini; la creciente influencia del grupo de Visegrado, que aglutina a Polonia, Hungría, República Checa y Eslovaquia; la aparición de partidos políticos de extrema derecha con expectativas electorales crecientes en países como Alemania (Alternativa por Alemania, AfD) o España (Vox), donde formaciones de este estilo no habían existido más que de manera grupuscular en los últimos 40 años; y el aguante y la pujanza electorales de formaciones históricas de este campo político como el Rassemblement National en Francia (RN, antiguo Frente Nacional), el PVV en Holanda, el Vlaams Belang en Bélgica, el Partido Popular Danés, o también los nórdicos Demócratas de Suecia y Verdaderos Finlandeses.

Sin embargo, dentro de la extrema derecha europea conviven diversas estrategias, a veces incluso contradictorias entre sí. Distintos modelos de entender la relación con Rusia, diversas valoraciones de la Unión Europea y el papel del euro, historias nacionales complejas –la cuestión del secesionismo crea enormes problemas–, distintos grados de confianza respecto al papel que pueden (o deben) jugar Bannon y The Movement, e incluso distintas maneras de aproximarse y tratar a la derecha clásica. Más que un bloque homogéneo, la extrema derecha europea es un conjunto heteróclito, de contornos borrosos, fuerte contraste interno, vetos cruzados y discusiones potentes. Por decirlo gráficamente: más que a una ciudad centroeuropea, la derecha radical europea se asemeja a una calle de Nápoles, donde las diversas estrategias se cruzan, se rozan, se increpan e incluso chocan en ocasiones. Quienes estamos fuera, pero atentos, escuchamos el sonido de los cláxones y la voz lejana de los improperios.

En la práctica, lo que realmente une a este grupo dispar de partidos y organizaciones políticas es el hecho de tener un enemigo en común: el federalismo europeo, encarnado sobre todo en las figuras de Emmanuel Macron y Angela Merkel. Una oposición al federalismo que se hace en nombre de la nación, entendida como la supervivencia etnocultural de ésta. Por consiguiente, la cuestión para la extrema derecha es averiguar cómo se combate mejor este proyecto federalizante; es decir, cómo se tumba de manera más eficaz el proyecto que los ultraderechistas gustan en llamar “los Estados Unidos de Europa”.

Con este fin, en los últimos 18 meses han surgido dos principales hipótesis estratégicas para después de las elecciones europeas. La primera apunta a formar un “supergrupo” en el Parlamento Europeo, con capacidad para obstaculizar los proyectos federalistas impulsados por la gran coalición entre el Partido Popular Europeo (PPE) y los socialdemócratas (S&D), apoyada puntualmente por los liberales (ALDE). La segunda hipótesis relega a un segundo plano la posibilidad de formar un supergrupo y se centra en la constitución de un grupo euroescéptico blando, con capacidad para romper la gran coalición y atraer en el medio plazo a los sectores más conservadores y críticos con la UE existentes en el PPE. Esta segunda hipótesis aspira a hegemonizar en el medio plazo a la derecha política. Desde octubre de 2018 adquiere cada vez mayor peso, en especial entre los partidos de la derecha radical con participación en el gobierno de sus respectivos países; a saber: el FPÖ austríaco y la Liga italiana.

El objetivo de este artículo es explicar el recorrido, alcance y problemas de las dos hipótesis estratégicas. La primera, cuyos ecos han resonado ya en algunos medios y textos analíticos; y la segunda, mucho más desconocida para el gran público, pero con visos de imponerse en el futuro. Para ello tomamos como soporte distintas conversaciones con dirigentes y cuadros medios del grupo parlamentario Conservadores y Reformistas Europeos (ECR), así como con miembros de la Liga, el FPÖ, RN y Vox.

 

La hipótesis del supergrupo

La primera hipótesis en la mente de varios dirigentes europeos de extrema derecha, que motivó la fundación de The Movement, es la posibilidad de constituir un gran grupo euroescéptico en el Parlamento Europeo que, después de las elecciones del 26 de mayo, reúna a los dos principales grupos parlamentarios de oposición a la UE que hasta ahora existen en Bruselas: Europa de la Libertad y de la Democracia Directa (EFDD) y Europa de las Naciones y la Libertad (ENF). Es decir, un supergrupo que aglutine a los Demócratas de Suecia, Alternativa por Alemania, RN francés, Liga italiana, FPÖ austríaco, Vlaams Belang flamenco y Partido de la Libertad holandés.

Este supergrupo podría incluir también a otros partidos de talla pequeña y mediana como el SPD checo, la formación Volya en Bulgaria, Fratelli d’Italia, los griegos de Nea Dexia o los españoles de Vox. Ello aumentaría el alcance y la inserción del supergrupo en Europa. Con estas adhesiones, la alianza euroescéptica estaría en condiciones de presumir de estar presente en prácticamente todos los países de la Unión. Esta hipótesis incluye un tercer paso: la incorporación al supergrupo del ECR. Ello supondría la adhesión de formaciones políticas con un gran peso electoral en sus respectivos países, como los polacos de Ley y Justicia, el Partido Popular Danés o Verdaderos Finlandeses.

Por último, la hipótesis del supergrupo trabaja con la idea de convencer a Víktor Orbán para lograr que Fidesz abandone el PPE e ingrese después de las elecciones en el supergrupo. Desde ahí deben leerse las continuas alabanzas con las que Bannon ha regalado los oídos del primer ministro húngaro. Este último punto, según reconoce Nicolas Bay, presidente del grupo parlamentario Europa de las Naciones y la Libertad, “es el más difícil, aunque no totalmente descartable teniendo en cuenta la recomposición política a escala europea a la que estamos asistiendo”. “Yo diría que el supergrupo es un posibilidad real en la que debemos trabajar –insiste Bay–, sobre todo porque muchos partidos muy diferentes tenemos las mismas ideas en la cabeza”.

 

«Varios partidos de la derecha radical prefieren mantenerse al margen de un supergrupo donde primaría cantidad sobre calidad»

 

El objetivo fundamental de la hipótesis estratégica del supergrupo es ejercer de cortafuegos a la expansión de la UE y obligarla a repensarse como proyecto político. Se trata, en definitiva, de acumular fuerzas con el fin de ser la segunda fuerza en el Parlamento Europeo e impedir (o dificultar al máximo) la formación de una coalición gobernante entre populares, socialistas y ALDE.

Sin embargo, la hipótesis está topándose con más problemas de los previstos cuando fue elaborada, en la primavera de 2018. El primero es la desconfianza que suscita el papel de Bannon como impulsor, garante y, en última instancia, árbitro de esta alianza. Una parte de la extrema derecha (en particular el RN de Marine Le Pen y la Liga de Salvini) teme que una influencia excesiva de Bannon altere los equilibrios internos dentro de sus propios partidos. De ahí que, en una rueda de prensa conjunta en octubre de 2018, tanto Le Pen como Salvini se desmarcaran de Bannon, insistiendo en la necesidad de que sean los europeos quienes decidan sobre los asuntos que conciernen a Europa. Tras ello, el papel de plataformas como The Movement, institutos como el ISSEP de Marion Maréchal Le Pen o academias como la de Trisulti ha quedado deslucido y en segundo plano.

El otro gran problema guarda relación con apoyos e intereses geoestratégicos. Los polacos de Ley y Justicia no quieren saber nada del RN, de AfD y del Partido de la Libertad holandés, a los que acusan de ser “excesivamente prorrusos”. Tampoco Orbán, aliado principal de Ley y Justicia, desea tener una relación directa con partidos sospechosos de estar bajo la influencia del Kremlin.

Por último, la hipótesis del supergrupo genera rechazo entre las formaciones euroescépticas más moderadas (reunidas dentro del grupo parlamentario ECR) que acusan a los euroescépticos más combativos de “estar aislados”, tener “poca formación técnica” y haber demostrado una “nula capacidad para tejer acuerdos” dentro del Parlamento Europeo. Por este motivo, varias de las formaciones de la derecha radical prefieren mantenerse al margen de un supergrupo que primaría la cantidad sobre la calidad y que, además, podría suponer una merma en las credenciales técnicas y de gobierno a las que algunos de estos partidos confiesan aspirar. De ahí que en los últimos meses haya ganado fuerza una segunda hipótesis estratégica que, en lugar de apostar por reunir a todas las formaciones de derecha críticas con la UE, aspira a formar un grupo parlamentario más selecto y respetable, pero con capacidad de rivalizar e imponer una agenda a los partidos conservadores clásicos.

 

Condicionar al Partido Popular Europeo

Esta segunda hipótesis guía los movimientos estratégicos del grupo parlamentario de los Conservadores y Reformistas Europeos; y, en particular, las conversaciones sobre alianzas poselectorales que encabeza Ley y Justicia. Su objetivo es conformar un grupo parlamentario lo suficientemente potente para, por un lado, sobreponerse de la marcha de los tories británicos tras el Brexit y, por otro, competir ideológicamente y condicionar al PPE. Esta estrategia aspira a modificar los equilibrios de la UE (e introducir reformas para devolver competencias a los gobiernos nacionales, sobre todo en materia de inmigración y fiscalidad), focalizando el esfuerzo en alejar al PPE tanto del S&D como de ALDE. O, lo que es lo mismo: desafiando la unidad interna de los populares europeos. “Deseamos ser una fuerza reformista que pueda cambiar Europa, pactando incluso con el PPE y devolviendo el sentido común sobre inmigración, identidad e impuestos a nuestro continente común”, afirma Kosma Zlotowski, diputado europeo de Ley y Justicia y miembro de ECR. Y añade: “A nosotros nos gustaría tener un PPE más parecido a nuestro aliado Orbán de lo que es ahora”. ¿Es esto posible? “Partimos de la premisa de que se puede lograr”, zanja el diputado polaco.

Para alcanzar una posición de fuerza que obligue al PPE a repensar sus alianzas estratégicas o a enfrentarse a posibles defecciones internas, ECR espera llegar a acuerdos poselectorales con la extrema derecha nórdica, del sur y el centro de Europa con responsabilidades de gobierno, las formaciones de derecha radical surgidas en los últimos años como escisiones de la derecha clásica, y el partido de Orbán.

 

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Respecto al primer punto, uno de los asesores parlamentarios de ECR en Bruselas asegura que su grupo tiene ya un acuerdo con el Partido Popular Danés, Demócratas Suecos y Verdaderos Finlandeses; es decir, con las principales formaciones de la extrema derecha mainstream del norte de Europa. “En general tenemos muy buena relación con los países nórdicos –explica–, sobre todo porque han pasado de un euroescepticismo frontal como el de Le Pen a uno constructivo como el nuestro. Se nota que quieren ser partidos de gobierno, y eso nos gusta”. Este aspecto es de gran importancia y nos lleva al segundo punto: el acercamiento a los partidos de la extrema derecha más dura que, sin embargo, comienzan a tomar responsabilidades de gobierno. Se trata, naturalmente, de la Liga de Salvini y el FPÖ de Heinz-Christian Strache. ECR está esforzándose en sumar a estas dos formaciones (cuyas expectativas electorales están al alza) a su grupo parlamentario: “Con el FPÖ llevamos un tiempo teniendo conversaciones y las sensaciones son muy positivas”, manifiesta otro de los asesores.

Salvini se mueve entre dos aguas. Por un lado, su relación con el RN y su lealtad a Le Pen; por otro, su deseo de vincularse con formaciones políticas menos estigmatizadas y con mayor perfil de gobierno. Salvini piensa que, uniéndose al euroescepticismo blando de ECR, puede terminar de acaparar todo el espacio político de la derecha italiana, relegando a Forza Italia a un papel marginal. Y, lo que es más importante, puede influir más en las decisiones de Bruselas.

El tercer elemento de esta hipótesis incluye la adhesión de formaciones de derecha “desacomplejada” que han surgido en los últimos años como escisiones de los partidos conservadores clásicos, y que combinan el radicalismo ideológico con una puesta en escena que trata de subrayar perfil de gobierno, capacidad técnica y credibilidad. Entre estos partidos está la formación francesa de Nicolás Dupont-Aignan (Debout La France, a la que los últimos sondeos otorgan un porcentaje de voto de entre el 6% y el 8%), Vox en España (con quien ECR se reunió en Melilla y Madrid el 30 de noviembre y 1 de diciembre de 2018, y con los que les une una notable afinidad ideológica y estratégica), Fratelli d’Italia o Forum for Democracy en Holanda.

La hipótesis se completa con el “fichaje” de Orbán y la inclusión de su formación, Fidesz, dentro del grupo de ECR. “Nosotros hemos tenido conversaciones con Fidesz para que se una a nuestro grupo –asegura Zlotowski–, pero reconozco que a corto plazo no es fácil que abandone el PPE”. El punto crucial con Orbán, como reconocen varios miembros de ECR, no es tanto su incorporación directa al grupo, sino su capacidad para mover posiciones y forzar alineamientos dentro del PPE. Por eso, en esta segunda hipótesis de condicionamiento a los populares europeos, el papel de Orbán es cardinal, tanto si está dentro como fuera. En ambos casos, de lo que se trata es de quebrar internamente la posición federalizante que el PPE mantiene en lo concerniente a la Unión.

Esta segunda hipótesis, que apunta al corazón ideológico de los conservadores europeos y aspira a hegemonizar ese espacio político en el futuro, se propone como meta formar después de las elecciones un grupo parlamentario tan amplio que esté en condiciones de rivalizar con ALDE por el segundo puesto. Tanto si logran ser el segundo grupo más grande como si constituyen el tercero, su objetivo es forzar cambios notables en la dirección actual del proyecto europeo, focalizando la atención en las fisuras ideológicas del PPE.

Se trata, en definitiva, de una estrategia muy diferente a la del supergrupo (puesto que no intenta paralizar la UE como un bloque, sino que pretende transformarla ganando la batalla cultural e incidiendo en las discrepancias internas de los partidos conservadores), pero que presenta visos de ser exitosa, en especial si los liberales de ALDE no logran el resultado esperado y si, al mismo tiempo, los miembros de ECR consiguen sumar a formaciones políticas tan importantes como el FPÖ o la Liga. Llegados a ese punto, Bannon no pondría demasiados reparos en apoyar esta estrategia.

Nos esperan, sin duda, meses de gran agitación e incertidumbre política: de aquí hasta el 26 de mayo; y posteriormente, cuando veamos cuál de las dos hipótesis prevalece entre las formaciones de la extrema derecha europea. ●

Este artículo usa las expresiones “extrema derecha”, “derecha radical” y “derecha identitaria” para referirse al mundo complejo de partidos que se sitúan a la derecha de los partidos conservadores clásicos y que comparten una preocupación por la identidad de sus naciones, expresada en términos de un esencialismo cultural cerrado. Nos centramos casi exclusivamente en los partidos de la extrema derecha parlamentaria dentro de Europa: esto es, partidos que en sus respectivos países han alcanzado algún tipo de representación institucional.