Los electores piden volver a una estabilidad que asocian a la prosperidad, pero ¿será posible sin el consenso político en una sociedad impregnada de un espíritu revolucionario?
Después de un breve interludio de un año de gobierno islamista, Egipto vuelve a ser gobernado por un presidente surgido de las filas del ejército: Abdelfatah al Sisi. El mariscal retirado se suma a una lista que inauguró primero el general Maguib y luego Gamal Abdel Nasser tras la Revolución de 1952. Su abrumadora victoria en las elecciones presidenciales del pasado mes de mayo no resultó ninguna sorpresa. Sin embargo, sí lo fue un proceso electoral sembrado de dudas por los errores cometidos por las autoridades, que empañaron el ascenso de Al Sisi a la presidencia del país.
Una campaña atípica
Cuando anunció su candidatura a través de un mensaje televisivo dirigido a la nación, Al Sisi advirtió que llevaría a cabo una “campaña poco tradicional”. Y así fue. El exministro de Defensa no participó en ningún mitin electoral por cuestiones de seguridad –reveló haber sufrido dos intentos de asesinato–, y su única relación con la ciudadanía fue a través de entrevistas televisivas en diferido. Tampoco hubo ningún debate electoral.

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