Pocas veces una sola persona es capaz de determinar el balance de un año completo, pero en el caso de Donald Trump no hay más remedio que rendirse a la evidencia. No solo se trata de su agresivo estilo diplomático ni de sus declaradas intenciones imperialistas, sino también de su condición de presidente de la primera potencia mundial, tanto en el terreno económico como en el militar, tecnológico, cultural y energético. Esto da a cada uno de sus movimientos una repercusión necesariamente planetaria.
Al tiempo que pretende ser reconocido como el pacificador universal, Trump ha socavado la imagen de Estados Unidos como garante de estabilidad y de las normas internacionales. Una tendencia demostrada tanto por el abandono de organizaciones y acuerdos internacionales, como por sus ataques contra el multilateralismo, el derecho internacional, la democracia parlamentaria y, cada vez de manera más clara, la Unión Europea.
Por otro lado, la negativa de Trump de renunciar a la posición de hegemonía estadounidense ha quedado reflejada en el incremento del presupuesto de defensa, que superará los 900.000 millones de dólares para el próximo año fiscal, así como en el anuncio de la reanudación de las pruebas nucleares estadounidenses y en el fortalecimiento de alianzas con gobiernos y otros actores políticos alineados con el movimiento MAGA.
La Cumbre de la OTAN celebrada en La Haya el pasado mes de junio es, vista desde Europa, el punto culminante tanto de la presión estadounidense sobre sus aliados como de la aceleración de un proceso de rearme que encuentra réplica más allá del Atlántico Norte. Una cita de la que, junto con la Estrategia Nacional de Seguridad publicada el pasado 4 de diciembre, se desprenden varias conclusiones de calado.
Por una parte, Washington no solo deja de considerar aliados a los miembros europeos de la Alianza,…

El año de Trump y del rearme