POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 44

El pacto germano-soviético

François Furet
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La Segunda Guerra mundial constituye una experiencia de laboratorio de las ambigüedades del antifascismo comunista, porque se compone de dos períodos encadenados y contradictorios. Desde septiembre de 1939 a junio de 1941, Stalin fue el principal aliado de Hitler; desde junio de 1941 a mayo de 1945, su enemigo más encarnizado. La memoria selectiva de los pueblos ha retenido del conflicto sólo el segundo período, autentificado por la victoria. Pero la historia también debe dar razón de la primera, so pena de no ser más que una versión del pasado ofrecida por los vencedores.

Hay que volver a partir, pues, del pacto firmado en Moscú por Ribbentrop y Molotov el 23 de agosto de 1939, que inició el período de alianza entre la URSS y la Alemania nazi. Alianza y no sólo convenio de no agresión, según la primera presentación que de ella se hizo en aquel momento, en plena crisis polaca, porque la parte pública del pacto iba acompañada de un protocolo secreto, cuya existencia fue negada durante mucho tiempo por los soviéticos, ya que el texto revelaba precisamente la amplitud del acuerdo territorial entre los dos socios, en vísperas del cruce de la frontera polaca por las tropas alemanas (1). Hitler se reservó de antemano Lituania y Polonia occidental, pero concedió como pertenecientes a la esfera de influencia soviética Estonia, Letonia, la parte de Finlandia situada al este de los ríos Narew, Vístula y San, y Besarabia. La importancia de esta admisión anticipada de una extensión territorial de la URSS indica el interés que tuvo el dictador nazi en la contrapartida ofrecida por Stalin: así se quedaba con las manos libres no sólo en Polonia, sino en el Oeste.

Hitler entró en Polonia el 1 de septiembre y el 3 se encontró en guerra con Francia e…

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