Angela Merkel, la primera mujer canciller de la República Federal de Alemania, es una mujer que ha marcado los primeros años de Europa en el siglo XXI. Los 5.860 días que estuvo al servicio de su país, se caracterizaron por la búsqueda del bienestar de la comunidad y la pasión por esa libertad como ciudadana que descubrió siendo ya adulta.
Freedom: Memoirs 1954 – 2021
Angela Merkel
MacMillan, 2024
709 págs.
Hay que reconocer que contribuyó a salvar el euro, aunque los países del Sur la recordaremos como la reina de la austeridad, una vocación que ahora atenaza a Alemania por el corsé del gasto fijado en la Constitución. “Si fracasa el euro, fracasará Europa… El euro era algo más que una moneda, simbolizaba la irreversibilidad del proceso de unificación europea”, asegura Merkel sobre aquella batalla posterior a la crisis financiera.
También fue valiente, aunque el costo político fue grande, al permitir la llegada de refugiados en el verano de 2015. Era cues- tión de humanidad, aunque esa humanidad se difuminó con acuerdos posteriores con países como Turquía. El pragmatismo se impuso.
De lo más singular de estas memorias son los comentarios respecto a los líderes con los que trabajó: el buen humor de George W. Bush, la empatía con Nicolas Sarkozy, la agudeza de François Hollande, la admiración por Donald Tusk. Y la presencia inquietante: Vladimir Putin, a quien conoce en sus inicios como sucesor de Boris Yeltsin.
«Sorprende que, incluso en retrospectiva, Merkel no admita errores en la relación con la Rusia de Putin»
Si hay alguien que ha tratado de cerca a Putin, y en su propio idioma, –él habla mejor alemán que Merkel ruso–, es Angela Merkel. Y da testimonio de ello. Refleja una conversación en Tomsk (Siberia) en enero de 2007 en la que Putin ya le muestra su vocación autocrática: asegura que jamás tolerará veleidades democráticas en Rusia y le insinúa que jamás dejará el poder. Y para marcar territorio, sabiendo de su aversión a los perros, en otra ocasión le coloca a su leal Koni a los pies.
Por ello sorprende que incluso en retrospectiva Merkel no admita errores en la relación con la Rusia de Putin. No reconoce equivocaciones, es como si al hacerlo fuera a perder su credibilidad. En el caso de Putin es llamativo porque si había una líder en Europa que conocía bien al ex agente del KGB, era ella. Incluso sigue justificando su rechazo frontal, con la oposición de Bush, a que se abriera la puerta de la OTAN a Ucrania y Georgia en Bucarest, en 2008. Ya sabía entonces Merkel que Putin tenía ambiciones imperialistas a las que no iba a ceder, pero siguió confiando en que había que negociar con Rusia por ser una potencia nuclear.
Su explicación sobre por qué los dirigentes de los países de Europa Central y Oriental se negaban es sorprendente. “Muchos europeos del centro y el este contaban con pocos incentivos y parecían desear que simplemente el país [Rusia] desapareciera, que no existiera. No podía culparles por ello, habían sufrido el dominio soviético durante mucho tiempo, y a diferencia de nosotros en la RDA, después de 1990, no habían tenido la suerte de contar con una reunificación pacífica
y en libertad con una RFA profundamente arraigada en la Alianza europea y transatlántica”. Precisamente por eso mejor que nadie debería comprender que la amenaza de Putin es existencial, no circunstancial.
«Conocer a Putin, al que observa con la curiosidad de antropóloga, no le llevó a aumentar el presupuesto de defensa alemán»
Conocer bien a Putin, al que observa con la curiosidad de una antropóloga, no le llevó a aumentar el presupuesto de defensa alemán (llegaba apenas al 1,3% al final de su mandato), ni a buscar otras fuentes de energía, ni a respaldar las pretensiones de Kiev, ni siquiera después de la anexión de Crimea.
Siguió confiando en que con el zar y su perro se puede negociar. Aún hoy dice Merkel que Rusia no puede ganar la guerra, no que Ucrania tenga que salir victoriosa. Esa parálisis durante años frente a Putin enturbia su legado, aunque trate de ocultarlo en el libro con ríos de palabras.