POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 226

El profeta americano de la Guerra Fría

Edward Luce, en su gran biografía, no hace más que confirmar porqué Zbigniew Brzezinski sigue siendo relevante hoy en día.
Pedro Rodríguez
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En mi otra vida en Washington durante el curso 1990-1991, gracias a una beca Fulbright fui alumno de Zbigniew Brzezinski en la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados (SAIS) de la Johns Hopkins University. Reencarnado como profesor estelar tras su paso por la Casa Blanca, en su clase “Central Options in US Security Policy” nos enseñó tres cuestiones que con el paso del tiempo resultan cada vez más indispensables: pensar siempre en términos globales; cultivar la capacidad de análisis y de pensamiento crítico; y, sobre todo, respetar las reglas, los procesos y las instituciones.



Zbig: The Life of Zbigniew Brzezinski, America’s Cold War Prophet
Edward Luce
Bloomsbury Publishing, 2025
560 págs.


Desde la creación, tras la Segunda Guerra Mundial, del puesto de consejero de seguridad nacional de la Casa Blanca, más de dos docenas de hombres y mujeres han ocupado esta posición. Los dos más conocidos, Henry Kissinger (1923-2023) y Zbigniew Brzezinski (1928-2017), ejercieron sus funciones en las complicadas décadas de los años setenta y ochenta del siglo pasado.

Ambos eran grandes académicos nacidos en Alemania y Polonia, formados en la Universidad de Harvard, intelectuales de primer nivel capaces de elaborar sofisticadas teorías geoestratégicas para explicar el mundo. Tanto Kissinger (con el republicano Nixon) como Brzezinski (con el demócrata Carter) llegaron a dominar las administraciones en las que sirvieron y eclipsaron incluso a los secretarios de Estado con los que trabajaron. Sin embargo, la historia no les ha tratado por igual. Kissinger ha sido objeto de docenas de libros, ha inspirado papeles cinematográficos, ha sido protagonista de la hoguera de las vanidades americana y motivo de una fascinación que perdura más allá de su muerte a los cien años. En contraste, Brzezinski, su gran rival, siempre admirado y valorado por sus alumnos, ha recibido muchísima menos atención pública.

Ese déficit injusto ha sido corregido en parte por Edward Luce, el brillante columnista del Financial Times, con su gran biografía titulada Zbig que sirve para confirmar porqué Brzezinski sigue siendo relevante hoy en día. Esta saga, desarrollada en 560 páginas con un privilegiado acceso a diarios personales y cartas, empieza con un niño polaco que en 1938, gracias al destino de su padre diplomático en Montreal, se convirtió en uno de esos cerebros extranjeros que hicieron realmente grande a Estados Unidos.

Brzezinski siempre tuvo algo que decir sobre la posición del gigante americano en un mundo cada vez más peligroso pese a las esperanzas efímeras generadas al final de la Guerra Fría. Conforme la política exterior de EEUU depende cada vez más de los instintos de una sola persona –el presidente Donald Trump– la lectura de Zbig resulta especialmente atractiva aunque sólo sea para recordar tiempos mucho mejores para la democracia en Washington.

 

«Conforme la política exterior de EEUU depende cada vez más de los instintos de una sola persona, la lectura de ‘Zbig’ resulta especialmente atractiva»

 

No pasa desapercibida la alianza entre polacos construida por Brzezinski y Juan Pablo II. Durante la primera visita del pontífice a EEUU, los dos cenaron en la embajada del Vaticano y exploraron cómo liberar de la opresión soviética a las naciones cautivas del este de Europa. Brzezinski quedó impresionado por los conocimientos geopolíticos del papa tanto que llegó a bromear con la idea de que el moralista Carter se comportaba más como un líder religioso, mientras que el vicario de Cristo parecía más un estadista mundial.

Zbig sirve para repasar tiempos de inflación de dos dígitos, desempleo disparado y la crisis de los rehenes americanos en Irán que convirtieron a Carter en un presidente de un solo mandato. Una etapa en la que EEUU y China normalizaron relaciones, Egipto e Israel firmaron la paz, Rusia invadió Afganistán y se devolvió el canal de Panamá a los panameños.

Tras su paso por el gobierno, ni Brzezinski ni Kissinger volvieron a ocupar cargos públicos, pero ambos conservaron intacta su apreciación por el poder. Con su habitual sarcasmo, el primero se refirió al segundo diciendo: “He llegado a la conclusión de que, aunque el poder corrompe, la ausencia de poder corrompe absolutamente”.