AFKAR-IDEAS  >   NÚMERO 70

Amine Ghali, presidente del Centro Al Kawakibi para la transición democrática (KADEM)./c.F.

“El sistema se está alimentando de una radicalización enorme”

Al frente de un centro de investigación y reflexión sobre la transición, algo que parece congelado en Túnez, Amine Ghali confía en que no se pierda todo aquello por lo que tantos tunecinos lucharon en 2011.
Carla Fibla
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Entrevista a Amine Ghali por Carla Fibla.

No es fácil reconocer al Túnez actual. Su evolución política desde que el actual presidente, Kais Said, llegó al poder destaca por acontecimientos, decisiones y medidas que han desterrado a un segundo plano los valores y la capacidad de debate y opinión que hasta la fecha formaban parte del ADN de esta sociedad magrebí. El vuelco político se produjo sin que los que votaron a Said, hartos de la corrupción, el clientelismo y la ambición de poder de la clase política, hayan podido asimilar que la figura pragmática en la que confiaron, les haya hecho retroceder en el tiempo, recuperando prácticas de represión arbitraria y falta de libertad de expresión, y obligando a que sus reivindicaciones e inquietudes queden aparentemente congeladas.

La villa o casa baja que alberga la sede del Centro para la Transición Democrática Al Kawakibi (KADEM) es amplia y algo destartalada. En la sala de reuniones hay carteles que anuncian actividades realizadas hace años y material que va cogiendo polvo, como si los encuentros multitudinarios ya no formasen parte de su rutina. En cambio, la biblioteca, con volúmenes sobre política nacional y regional, recuerda la fuerza con la que este pequeño país del norte de África dio ejemplo y arrastró a potencias árabes tan imponentes como Egipto, Yemen o Libia, a terminar con los dictadores y regímenes que les oprimían desde hacía décadas.

Hablamos con su director, Amine Ghali, a pesar de que es consciente de que decir con claridad lo que opina puede llevarle a la cárcel.

 

¿Cómo ha llegado Túnez a la situación actual?

La revolución empezó alrededor de una frustración política que siempre había existido. Durante la época de Zine el Abidine Ben Ali, que no era un demócrata, se llegó en 2006 y 2007 a una crispación económica que se injertó en la política y eso provocó que la gente empezara a manifestarse, que bajara a la calle y se rebelase contra la situación económica. Como no había una base política sólida, el cambio de régimen fue relativamente fácil entre 2010 y 2011; Ben Ali decidió irse rápido si comparamos con otros países. En ese momento la esperanza y aspiraciones relacionadas con la democracia eran muy elevadas. Pero nos sorprendió la popularidad de Ennahda, el único partido que representaba la tendencia islamista, mientras que el movimiento democrático, con un apoyo posiblemente similar pero dividido, no logró organizarse.

 

Así llegó Ennahda al poder en las elecciones de 2011.

Al principio Ennahda tenía un proyecto islámico no democrático, que duró dos años, luchando para que las medidas políticas resolvieran la crispación económica. Estamos en la situación actual porque durante 10 años no nos hemos ocupado de la parte económica, no se han ofrecido soluciones al modelo de Ben Ali en el que ya se descuidaban aspectos como los derechos de los trabajadores, los salarios… Tras los asesinatos políticos de 2012 y 2013, y la represión violenta contra los islamistas en Egipto, hubo un cambio en Ennahda. Se dieron cuenta de que el ambiente no era muy propicio hacia un Estado islamista, por lo que entraron en un el juego político para elaborar una Constitución y un marco jurídico bastante bueno.

 

¿Fue un momento de transición real en Túnez?

Sí, lo que permitió la transición democrática durante los siguientes 10 años fue el trabajo de la Alta Instancia para la Realización de los Objetivos de la Revolución, la Reforma Política y la Transición Democrática, creada el 15 de marzo de 2011 y presidida por Yadh Ben Achour, que en siete meses escribió las leyes de transición democrática, los decretos sobre las elecciones, definió el papel de la sociedad civil, los medios, hizo alusiones a la corrupción, las condiciones para la formación de partidos políticos… Todas las leyes que rigen la vida democrática, lo que, según algunos analistas, es una garantía comparada con otros países que vivieron la revolución en este principio de siglo.

Era el momento de los políticos. Con la llegada de Ennahda y de Mohamed Beyi Caid Essebsi durante los primeros dos años posteriores a la Revolución de los Jazmines, hubo un intento de cambiar las leyes, lo hicieron con lagunas, pero el grueso siguió siendo más o menos el mismo y no lograron mejorarlo. Aún así, ese cuerpo legal ha asegurado la vida democrática. Con la nueva Constitución, aparece el partido Nida Tunes como alternativa progresista a Ennahda, pero acabó aliándose con el poder de los islamistas y no se avanzaba nada. No hubo mejoras políticas, surgieron problemas de sucesión, además en Ennahda no estaban muy contentos por haberse aliado con el enemigo progresista, el enemigo de ayer. En 2016 o 2017 entramos en la caída de la dinámica reformadora de un país en transición.

 

¿El desengaño llega solo cinco años después de la revolución?

Sí, porque la gente estaba descontenta con la política. Las elecciones de 2018 mostraron el enfado de la población con la clase política. Ennahda vio cómo se reducía de forma drástica su electorado, otros partidos desaparecieron, igual que la emergencia de dos polos democráticos. Qalb Tunes, basado en el clientelismo y las promesas con Nabil Karoui, un conocido corrompido, frente a la Coalición Al Karama, unos jóvenes enfadados y unos radicales a los que no les gusta la política y van en contra de todo. También hubo una remontada de elementos del pasado, del antiguo régimen, como Abir Musi. Fue una mezcla muy explosiva entre los muy enfadados, los del antiguo régimen, los corrompidos, y todos concurriendo a las legislativas.

 

Así llegó Kais Said, un tecnócrata sin partido, al poder.

Se castigó a la clase política al elegir a un outsider, porque Kais Said no pertenecía a ningún partido. Aparece como un posible presidente puritano, que aprovecha la confrontación extrema de las elecciones legislativas. Said llega en un momento complejo por las consecuencias económicas de la crisis de la Covid-19. Un descontento general que le abrió el camino para intervenir de forma autoritaria.

Aprovechó que la justicia seguía abogando por el mantenimiento de la violencia, que no se había reformado ni había evolucionado, que seguíamos en un marco jurídico penal de la época de Ben Ali, un régimen represivo, que las libertades económicas no existían, y las individuales seguían estando restringidas.

 

¿Qué falló tras la revolución de 2011?

La población no percibía un cambio en lo social, se hicieron algunas cosas bien en 2011 y 2012, pero una transición necesita reformas para demostrar que las cosas avanzan. La incapacidad para dar una oportunidad a la transición y que la gente no tuviera una mayor confianza en la democracia, abrieron la puerta de Said y le permitieron tomar las riendas del país al declararse el salvador de esta crisis multidimensional.

 

«Said ha sabido jugar la carta del populismo en Túnez, adaptarlo a la realidad tunecina, sin tener realmente una inteligencia política»

 

¿Está Túnez en una “detransición”, haciendo el camino inverso a la transición?

Esta crisis económica y política tiene algo dentro, una nostalgia del pasado, aunque se está en transición. Se escucha que se vivía mejor bajo Ben Ali, y esto puede ser un defecto árabe-musulmán, esa obsesión por un líder, el profeta, el califa, con la que jugaron todos los presidentes durante los años setenta. Desde la independencia aparece esa figura del presidente salvador cuyo origen está en Gamal Abdel Nasser, y llega hasta Muamar Gadafi, Hosni Mubarak, Ben Ali, Habib Burguiba, Hafez al Assad, los que aseguran: “Soy yo el que empuja la nación”. Existe esa percepción, sobre todo en la generación que vivió la época de Ben Ali y mantiene la nostalgia de un hombre fuerte que dirige el país.

También ha perdurado la idea de que no se podía definir a los responsables y exigir responsabilidades al máximo nivel. El ciudadano medio tunecino que seguía poco la vida política, no pensaba que Ben Ali era el responsable de nada, ni Buteflika en Argelia, sino que eran los diputados, los partidos políticos, los que decidían y tenían una responsabilidad compartida. Y ahora es la figura del salvador Kais Said, que no ha dicho nunca que fuera a destruir la democracia, el que lo está haciendo al suspender el Parlamento, la Constitución, despedir a los parlamentarios, a los magistrados… lo ha hecho de forma gradual. Hay una tendencia a la baja de su popularidad, pero no se puede discutir que Said ha sabido jugar la carta del populismo en Túnez, adaptarlo a la realidad tunecina, sin tener realmente una inteligencia política.

 

¿Por qué considera que carece de inteligencia política si ha logrado imponerse?

Desde mi punto de vista su inteligencia política es limitada. Tenemos lo que tenemos, puede que algunos quisieran tener a alguien más fuerte, y por eso se mantiene el reclamo de la capacidad de acción de los ciudadanos. Pero, quizás esa parte de la población que quiere a un hombre todavía más fuerte, es a lo que el presidente se está agarrando, respondiendo a esa llamada. El Said actual no es el de septiembre u octubre de 2021, después de su golpe de Estado, él solo era radical con algunos políticos, pero hoy el sistema es más radical hacia toda la sociedad política, la civil, los medios, los sindicalistas, el sistema se alimenta de esa radicalización enorme.

 

¿Considera que Túnez va hacia una dictadura?

Vamos hacia una dictadura más afianzada, porque a veces una dictadura no puede permanecer soft, teniendo en cuenta si el pueblo lo va a aceptar o no. Será una dictadura radical porque, por ahora, estamos en el síndrome de la rana hervida que cuando la lanzamos directamente en al agua caliente salta, pero cuando la depositamos en el agua y la calentamos poco a poco, acepta hasta que muere o se queda paralizada. Por desgracia, estamos en eso. Aunque estoy convencido de que la situación podría virar por la situación económica.

El riesgo de caída aún mayor de nuestra situación financiera es ineludible y es posible que así la población descubra que, por desgracia, esa fábula populista no paga las facturas. El día que nos demos cuenta de que estamos viviendo en una fábula, será la realidad la que ponga en cuestión la radicalidad de Said. Y eso debe coincidir con un calendario electoral en el que se refleje el enfado por el descontento de la población.

 

¿Cómo describiría al presidente tunecino?

Todo es ambiguo en él. Su maquiavelismo político consiste en tener un plan y ponerlo en práctica poco a poco. Nunca dijo que cerraría el Parlamento, dijo que sería temporal; nunca dijo que cambiaría la Constitución, hizo incluso una consulta en la que salió que no se quería cambiar la Constitución, solo revisarla, y a pesar de eso la ha cambiado. Seguramente tiene un plan para las próximas elecciones. Creo que se ve como en una supra competición humana. Dijo que respetará el calendario, pero ¿cuál?

¿El de la nueva Constitución en el que ha puesto el contador a cero? ¿Se va a dar a sí mismo dos mandatos más? Luego ha asegurado que no entregará el país a los que no saben protegerlo, por lo que, probablemente, excluirá a los potenciales competidores porque considera que son contrarios a los intereses de Túnez.

 

¿Está realmente perdiendo popularidad?

Al principio contaba con el apoyo popular y de una gran parte de la élite del país, los que estaban informados, personas influyentes, pero ha ido perdiendo parte de esa base popular y de casi toda la élite. No creo que nadie con una visión informada apoye al presidente, ni abogados, ni periodistas, ni empresarios… ni los economistas que buscan sus intereses.

 

“El riesgo de caída aún mayor de nuestra situación financiera es ineludible y es posible que así la población descubra que, por desgracia, la fábula populista no paga las facturas”

 

Consideran que el sistema de Said no es viable. En las elecciones de 2011 y 2014, a pesar de toda la cacofonía que había, hubo una participación de entre un 40% y un 60%, una buena parte de la sociedad se involucró en el proceso. Ahora, con un 10% de participación, significa que la gente no se apropia del sistema porque se imponen unas soluciones que no llegan la sociedad, ni esta las comparte. La administración ha aislado a la sociedad civil. Son dos mundos paralelos en los que ellos tienen el poder institucional y la toma de decisiones sobre nosotros, pero eso convierte sus decisiones en volátiles y no quedan en la sociedad.

 

“A los jóvenes no les interesa lo que ocurre con la Constitución o si la tasa de participación en las elecciones es baja, sino su libertad individual, tener una base económica para entrar en el mercado laboral… todo eso es un caldo de cultivo que puede hacer aumentar su rabia”

 

A esto se añade las dificultades de la oposición política. Los partidos políticos están en una situación difícil. Los que están en la oposición de supervivencia, Ennahda, Attayar Chaabi, la coalición de los Cinco; los que han desaparecido, Nida Tunes, Qalb Tunes… sus dirigentes se han ido, guardan silencio por miedo a ser detenidos por asuntos del pasado. Está el Parti Desturiano Libre (PDL), con Abir Musi, que espera que pase el tiempo para posicionarse cuando caiga Said y salir como el partido sólido, como una alternativa. Y luego están las nuevas formaciones políticas, las nuevas coaliciones de apoyo al presidente, el Partido Nacionalista, el Movimiento del 25 de julio, que son oportunistas políticos que siempre han estado ahí, incluido Attayar Chaabi, el único partido que existía antes del 25 de julio y que sigue apoyando a Said.

 

¿Es posible un diálogo nacional en el Túnez actual?

El presidente ha denigrado siempre ese diálogo nacional porque no es una persona dialogante. Pero es una plataforma que agrupa a los que siguen creyendo en una transición democrática, representantes de la sociedad civil, sindicalistas, académicos, un espacio de reflexión que los agrupa. Se pretende demostrar que hay una alternativa, que no existe solo la opción de Said, aunque en la actualidad es una opción no viable que espera el día que se cuestione el poder del presidente. Es como prepararse con todas las herramientas en el coche para cuando haya una avería, cuando aparezca la oportunidad de cambio. Y quizás el hecho de tener una alternativa viable sea un elemento que podría provocar el cambio.

 

En esa situación de ‘impasse’, ¿cómo trabaja un centro de investigación sobre transiciones políticas?

Intentamos mantener la dinámica democrática que no debe morir en la sociedad civil, entre abogados, medios de comunicación, académicos… los puentes que construimos con el Estado, con los jueces, el Ministerio de Interior, con las instancias independientes… seguimos invirtiendo en esas dinámicas. No hemos dejado de criticar y condenar al sistema, realizando informes para decir que existimos y que tenemos otra visión, un proyecto democrático para el país dirigido por la sociedad civil, porque en 10 años no hemos tenido ni un solo político democrático. En Túnez no ha habido un rey de España, Vaclav Havel, Lech Walesa, un Mandela, es un proyecto llevado por la sociedad civil que fue reconocida con un premio Nobel. A pesar de la división y los retrocesos de los años de Said hacia una menor democracia, intentamos mostrar y justificar la validez de esta opción porque es la que merece Túnez.

 

¿Cómo frenar la represión y falta de libertad de expresión que denuncian diferentes colectivos de la sociedad?

Sin dejar de hablar y comunicar. En estos momentos sé que corro un riesgo al dar una entrevista, hay gente en la cárcel por menos. Algunos de nosotros intentamos no sucumbir al miedo. Es un sistema donde se ha instalado lo arbitrario, no vivimos en un Estado de Derecho. Túnez es el caos y no quedan argumentos para justificarlo.

Hay que correr estos riesgos, rechazar el cambio de leyes contra la sociedad civil, el descrédito populista… algunas asociaciones han dejado el país. Pero Túnez ha sido refugio de muchas personas de países opresores como Egipto, Libia, Argelia, que ahora también se van de aquí por miedo a la colaboración de los servicios secretos. También las ONGs internacionales se plantean irse o tienen un plan B… la Federación Internacional de Derechos Humanos (FIDH) ya ha dejado el país.

 

¿Qué papel ocupan los jóvenes?

La mayoría no se interesa por la democracia pública sino por su libertad. Muchos de ellos consideran que en estos 12 años no han tenido libertad, pero es un planteamiento exagerado porque no vivieron bajo Ben Ali, y no se dan cuenta de que ahora es cuando van a descubrir lo que es la represión en torno a las libertades, con una policía que goza de impunidad. A los jóvenes no parece interesarles lo que ocurre con la Constitución o si la tasa de participación en las elecciones es baja, sino su libertad individual, sus iniciativas, y disponer de una base económica para entrar en el mercado laboral… y todo eso es un caldo de cultivo que puede hacer aumentar su rabia y frustración contra el sistema, aunque también es cierto que muchos de ellos están contentos con lo que hay. No se dan cuenta de que con Ben Ali, Facebook estaba prohibido, que muchas webs estaban cerradas… no han vivido un régimen represivo que provoca el enfrentamiento contra el poder./