POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 204

El alto representante de la UE para la Política Exterior, Josep Borrell, en la presentación de la Estrategia de Cooperación para el Indo-Pacífico (Bruselas, 16 de septiembre de 2021). GETTY

España en Asia: una necesidad estratégica

Ningún país puede dar la espalda a las nuevas realidades geopolíticas. El continente asiático es hoy el horizonte de toda política exterior.
Josep Piqué
 | 

Tradicionalmente, la política exterior de España se ha concretado en tres ejes fundamentales: Europa, el Mediterráneo y el espacio iberoamericano. Una vez más, expresión de que la ­geografía siempre está y de que la historia siempre vuelve. Ambas nos ligan de manera directa al proyecto político europeo de integración. Somos Europa por geografía, pero también por historia. Y por ello, formamos parte de ese concepto político, cultural y de valores que llamamos Occidente. Un concepto que surge con los Descubrimientos, la Ilustración y la Revolución Industrial, y que tiene sus raíces en el humanismo cristiano. Políticamente, se concreta con las revoluciones burguesas y la democracia representativa; económicamente, con las economías de libre mercado y libre iniciativa privada basada en el derecho a la propiedad; y social y culturalmente, en sociedades abiertas con personas libres e iguales y con garantías frente a arbitrariedades o abusos por parte de los poderes públicos.

La Unión Europea es hoy para España un proyecto vital y marco ­ineludible de nuestra proyección internacional, nuestra estabilidad institucional y nuestra prosperidad económica. Un proyecto de paz, solidaridad y libertad, con voluntad superadora de todos los conflictos que han asolado el continente a lo largo de nuestro pasado. Un proyecto en el que debemos aspirar a tener un claro papel protagonista, proactivo y propositivo.

Ambas, geografía e historia, nos ligan también al Mediterráneo. Ese Mare Nostrum del Imperio Romano, cuyo derecho sigue impregnando de forma luminosa todo nuestro ordenamiento jurídico. Y que ha sido un marco natural de presencia e intercambio, no siempre pacífico, entre todos sus pueblos. De Algeciras a Estambul, como decía Joan Manuel Serrat en su celebérrima canción. Hoy, el Mediterráneo es encrucijada y también frontera entre un Norte generalmente libre, próspero y estable, y un Sur y un Este convulsos e inestables y aquejados de conflictos de enorme gravedad y profundidad. En consecuencia, también vitales para nuestra seguridad y nuestro devenir. La cooperación euromediterránea no es solo conveniente y deseable. Es una auténtica necesidad. España debe desempeñar, de nuevo, un papel protagonista y proactivo, más allá de los evidentes problemas existentes, y desde una perspectiva estratégica y de largo plazo.

El tercer eje nos viene de la historia, pero también de la geografía. Porque España es mediterránea y europea, pero también atlántica. Esa proyección se concreta a partir de los Descubrimientos, por los cuales hoy América Latina forma parte de Occidente (a pesar de los esfuerzos de aquellos que buscan su legitimidad en la historia previa y que lo que pretenden es basar su identidad en el periodo previo a la presencia española y europea en el continente americano, rechazando los valores occidentales).

La realidad es que los vínculos a través del Atlántico, en su vertiente anglosajona en el Norte e iberoamericana en el resto, basados en lenguas comunes, creencias y valores compartidos y cultura e historia indisolublemente unidas durante más de cinco siglos, son especialmente claros entre España (y Portugal) y el mundo iberoamericano. La plasmación contemporánea de este hecho es la Comunidad Iberoamericana de Naciones, pero hunde sus raíces históricas en los vínculos personales, familiares y afectivos y, en el caso de América Latina, en un enriquecedor mestizaje que es motivo de orgullo. La proyección americana es, por consiguiente, algo consustancial a nuestro ser, forjado por siglos de encuentro, y es nuestra responsabilidad preservarla y reforzarla. Sobre todo en estos momentos convulsos que vive América Latina.

Nada que objetar, pues, al énfasis en los tres ejes tradicionales de nuestra política exterior. La geografía sigue ahí y la historia nos lleva a ello. Hablamos de nuestros intereses vitales y permanentes como país.

Pero es cierto que en el mundo global que vivimos, cada vez más interdependiente, una potencia media con voluntad de proyección global como España debe orientarse también a otros horizontes que responden a las nuevas realidades geopolíticas. Si se me permite una referencia personal, así lo interpreté cuando tuve el gran honor de dirigir la política exterior española al frente del ministerio de Asuntos Exteriores. Manteniendo y reforzando los tres ejes tradicionales, trabajamos para abrir una nueva fase cualitativa en nuestra relación bilateral con Estados Unidos, dotándola de mayor profundidad y ambición, más allá de la existente en materia de defensa y seguridad y la presencia norteamericana en las bases de Rota y Morón. Se trataba de profundizar en la relación política, económica (incluyendo la posición en los organismos multilaterales), cultural, científica y tecnológica, o en la cooperación en ámbitos vitales para la seguridad colectiva como la lucha eficaz contra el terrorismo. También en aquellos lugares de presencia común como América Latina.

Todo ello se consiguió en gran medida, aunque el reposicionamiento se debilitó después por razones ya conocidas. Pero debe seguir siendo un empeño de nuestra política exterior y para ello es preciso identificar correctamente los factores de generación de confianza mutua imprescindibles para construir una relación estrecha y beneficiosa para ambas partes. La renegociación de la cooperación en materia de defensa y uso de las bases, así como la próxima Cumbre de la OTAN en Madrid en junio de 2022, en la que se tiene que definir el nuevo Concepto Estratégico de la Alianza y su relación con la “autonomía estratégica” de la UE, son dos ámbitos donde profundizar en la dirección adecuada para volver a consolidar una relación bilateral basada en la amistad y los intereses compartidos.

 

Asia deviene en el Indo-Pacífico

EN cualquier caso, resulta obvio en el siglo XXI que toda política exterior de un país europeo, occidental y atlántico tiene que mirar indiscutiblemente al nuevo centro de gravedad del planeta que, como defiendo desde hace décadas, se sitúa en el estrecho de Malaca, en el epicentro de la región que denominamos Indo-Pacífico.

Por ello, pusimos entonces en marcha el primer Plan Asia-Pacífico, con medidas concretas para incrementar nuestra presencia y proyección en la región, incluyendo iniciativas como la constitución de Casa Asia, de la cual hemos conmemorado ya sus primeros 20 años. Partíamos casi de cero, ya que tradicionalmente nuestra presencia en el continente, después de la pérdida de Filipinas y de la venta de las islas Marianas y Carolinas a Alemania, ha sido imperceptible. No quiero obviar el vital papel desempeñado por España en el comercio global a partir de las posesiones en Asia y Oceanía. Baste recordar el Galeón de Manila. Pero todo eso quedó en el olvido. España se ensimismó después de 1898 y limitamos nuestra apática política exterior a mantener la neutralidad en los grandes conflictos que asolaron el continente europeo en la primera mitad del siglo pasado.

La España democrática y abierta, integrada plenamente en el proyecto político europeo, no podía quedar al margen de las grandes tendencias del escenario geopolítico global que empezaron a dibujarse –y a desarrollarse de manera vertiginosa– a partir de la victoria de Occidente en la guerra fría con la caída del muro de Berlín y el colapso, hace 30 años, de la Unión Soviética.

Paradójicamente, esa indiscutible victoria occidental comportó el ­desencadenamiento de unas inercias y potencialidades que habían quedado congeladas bajo el mundo bipolar de la guerra fría. El principal exponente, sin duda, es el retorno de Asia como la gran protagonista del presente siglo. El mundo ya es pos-occidental, después de varios siglos de hegemonía a partir de los Descubrimientos y, sobre todo, de las revoluciones industriales. Una hegemonía cuestionada y no asumida por las nuevas potencias emergentes que, de forma espectacular, han irrumpido en el escenario. El ejemplo paradigmático es China, pero también debemos incorporar a países que, sin ser occidentales geográficamente, son auténticas potencias asiáticas, como Japón o Corea del Sur, y en el Indo-Pacífico, Australia, Nueva Zelanda e India. Sin olvidar el enorme potencial estratégico y de todo tipo que suponen los países del Sureste Asiático, como Indonesia –que pronto será una de las siete economías más importantes del mundo, desplazando a cualquier país europeo–, Singapur, Vietnam y, en general, todas las naciones que integran la Asociación de Naciones del Sureste Asiático (ASEAN). Con 650 millones de habitantes, los países de la ASEAN tienen una extensión equivalente a nueve Españas y un PIB que triplica el nuestro. Y todos están ubicados en la zona estratégicamente más importante del mundo.

 

«España necesita una política propia, en coherencia con su posición europea, pero que contemple nuestras capacidades e intereses específicos»

 

Nótese que ya no se habla de Asia-Pacífico, sino del Indo-Pacífico. Los introductores del nuevo concepto han sido los japoneses, con la iniciativa del exprimer ministro Shinzo Abe sobre el Indo-Pacífico Libre y Abierto, en el que se garantice la libre circulación marítima, vital para todos. El concepto ha sido endosado inmediatamente por EEUU y ahora es utilizado en todo el mundo. La razón deriva de la propia evolución del escenario geopolítico.

La creciente agresividad china en su proyección global, incluyendo, además de una enorme presencia en África y América Latina, el objetivo de controlar el mar de China Meridional y, por ende, el estrecho de Malaca, así como la reivindicación sobre Taiwán y la ambición de desplazar a Washington como actor fundamental en la región, ha llevado a una confluencia de intereses entre EEUU y otras potencias regionales ante una amenaza que se percibe como común. El fortalecimiento del Diálogo Cuatripartito de Seguridad o QUAD (Japón, Australia, India y EEUU) y la firma del AUKUS (pacto de seguridad entre Australia, Reino Unido y EEUU que va mucho más allá del suministro de submarinos de propulsión nuclear) son claras expresiones de lo que decimos, y constituyen embriones de alianzas cada vez más estrechas, sobre todo desde el punto de vista militar. Ello supone contemplar, como una unidad indisoluble en términos de seguridad y defensa, tanto el Pacífico como el Índico.

La concentración de EEUU en esa área del mundo, en paralelo con su repliegue de otros ámbitos tradicionales como Oriente Próximo o Asia Central, refuerza la necesidad de que Europa asuma la disminución de la relevancia estratégica del vínculo atlántico y desarrolle su política exterior, de seguridad y defensa común en consonancia con ello. Todos debemos mirar mucho más que antes hacia el Lejano Oriente, convertido hoy en el centro del mundo.

Ello incluye a España. Como miembros destacados de la UE, tenemos que contribuir a la articulación de esa política exterior común y, al mismo tiempo, desarrollar una política propia en coherencia con la posición europea, pero que contemple nuestros intereses y capacidades. El potencial es enorme, dado el pobre punto de partida, aunque algo hemos avanzado en estos años, destacando, por ejemplo, las actividades que desarrolla Casa Asia. Hay mucho que hacer en el campo cultural y de intercambio de ideas y personas, en el conocimiento mutuo o en la cooperación artística, científica y técnica. Pero el despliegue de ese soft power debe acompañarse de una presencia creciente en el terreno comercial y de inversiones. Tenemos sectores punteros que deben ver en Asia lo que, en su día, nuestras empresas vieron con claridad en el resto de Europa, EEUU o, por supuesto, América Latina.

Con ese objetivo, debemos intensificar nuestros esfuerzos y nuestra presencia en el ámbito diplomático, turístico, energético o comercial, así como en el cultural en sentido amplio. En algunos países hemos avanzado ya de manera significativa, aunque no suficiente. Para ello hay que dedicar recursos humanos y materiales, y mostrar una clara voluntad política, pensando en términos estratégicos de medio y largo plazo. La formulación de planes específicos para la región asiática, con su correspondiente dotación presupuestaria, es imprescindible. También lo es concienciar al conjunto de la sociedad española de que, más allá de Europa, el Mediterráneo y América Latina, España tiene mucho que hacer –y debe hacerlo– en la parte más dinámica y compleja del planeta. Si no estamos ahí, no podemos aspirar a tener una proyección global acorde con nuestra dimensión y peso específico.

Hablamos, pues, no de una opción a contemplar, sino de una auténtica necesidad estratégica. Ojalá lo asumamos todos. Los poderes públicos, las empresas, las instituciones y la sociedad en su conjunto. ●