Puede decirse que desde muy niño estoy inmerso en el ámbito del trabajo y de la empresa. Tuve la suerte de haber nacido en Cangas de Narcea, en el seno de una familia católica que poseía un negocio con variadas actividades: transporte de viajeros y mercancías, fábrica de embutidos, exportación de frutos secos, almacén de piensos y cereales, comercio de ultramarinos…, el tradicional negocio de comercio en área rural que tenía de todo, para atender las necesidades de los pueblos colindantes y ampliado con actividades externas, fuera del ámbito regional, como la exportación de frutos secos y embutidos, e importación de piensos.
La familia constituía entonces, y afortunadamente para nosotros lo sigue siendo hoy, el centro fundamental de nuestra vida. Compuesta por nuestros padres y siete hermanos, en ella se fortalecían las vinculaciones entre todos nosotros. De ella partían las actividades empresariales, las relaciones externas, los nuevos proyectos…. El desarrollo del negocio familiar y la misma familia estaban profundamente enlazados y su acoplamiento era evidente. Ciertamente no podría decirse dónde terminaba la actividad empresarial y dónde empezaba la vida familiar. Las incidencias y vicisitudes de la empresa surgían en las conversaciones de la vida familiar día a día: si el autocar llevaba pocos o muchos viajeros; si el camión de cerdos –comprados en Extremadura– llegaba sin novedad; si se habían vendido bien los cargamentos de avellana, nuez o castaña, comprados a los paisanos de los pueblos; si la compra de centeno y cebada en Castilla se había efectuado en buenas condiciones… Y así, insensiblemente, fuimos mis hermanos y yo conociendo y creciendo dentro del ambiente de la actividad profesional, pues desde niños colaboramos en lo que podíamos.
En aquella época, no era posible estudiar el bachillerato en Cangas, por lo que nuestros padres, al llegar la edad, nos enviaban internos…
