El ataque sorpresa de Israel a Irán el pasado 13 de junio puso en marcha la ruleta de la guerra regional. Israel abrió juego con la Operación León Naciente, una apuesta sin precedentes, en la que situó todos sus recursos sobre el tablero de la disputa. Este movimiento no debe entenderse como una campaña más de la “guerra entre las guerras” ni como un acto de la “guerra entre las sombras” que frecuentemente protagonizaban los dos grandes rivales. Nos encontramos más bien ante una encrucijada en la que Israel está buscando terminar de quebrar el eje de la resistencia chií con el concurso decisivo de Estados Unidos, que ha demostrado que continúa siendo el principal estabilizador externo en la región. Se abre ahora un período de negociaciones cuyo desenlace podría marcar el futuro estratégico e ideológico de Oriente Medio.
Y es que la acción bélica que se abrió con el ataque israelí no es sólo un episodio dentro de una escalada iniciada en el contexto de la guerra de Gaza y que Israel desea controlar mediante la ventaja que aporta un movimiento de apertura, sino que refleja una tensión estructural más profunda, relacionada con la nuclearización de Oriente Medio y la disputa sobre la hegemonía regional que Israel intenta equilibrar a su favor.
Contexto histórico
Para enmarcar esta tensión estructural conviene revisar el contexto histórico en el que se produce. Sus orígenes se sitúan en 1979, cuando la revolución iraní derrocó al Sah e instituyó una teocracia dominada por Jomeini, el líder supremo. La revolución supuso el fin de la estrategia de los “dos pilares” sobre la que Estados Unidos había desarrollado su control indirecto en la región, mediante la cooperación con regímenes clientelares y el establecimiento de una relación privilegiada con Arabia Saudí e Irán.
El ethos…

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