POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 21

Japón, entre el Este y el Oeste: Un análisis sobre la historia japonesa de los últimos doscientos años

Akio Watanabe
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Dicen que a mediados del siglo pasado, Leopoldo II, rey de Bélgica, contó lo siguiente, soñando con el dorado Japón: Se dice que la riqueza de Japón es increíble. Las arcas del Emperador son inmensas y la vigilancia no es muy severa. Según lo que me contó el doctor Siebold (el médico holandés que visitó Japón en el siglo XIX), la reserva de plata que tiene Japón es sorprendente, si lo supiera algún país de Europa, enviaría inmediatamente una armada para arrebatarle sus tesoros.

Unos ciento y pico años después, un día despejado, hermoso, otoñal, en Tokio, sus sucesores, los reyes Balduino y Fabiola asistieron a la entronización del emperador Akihito. Y la misma noche de la entronización, en el banquete de gala celebrado en el Palacio Imperial, los reyes de Bélgica, entre trescientos cuarenta invitados, monarcas, príncipes herederos, presidentes y otros dignatarios, tuvieron el honor de sentarse junto al Emperador. No se sabe si al rey Balduino le pareció que aún las arcas del Emperador estaban llenas de tesoros. Sin embargo, no es extraño que el Rey haya tenido la impresión de que, aunque no hubiera tantos tesoros en la Casa Imperial, debe de haber muchísimo dinero en el tesoro del gobierno japonés, ya que el gobierno ha destinado un presupuesto total de unos 96 millones de dólares para celebrar la entronización y la posterior ceremonia de DAIJOUSAI. Si se compara este presupuesto millonario con el valor de los 4.000 millones de dólares, la aportación económica japonesa prometida por el gobierno a petición de EE.UU. y otros aliados para cubrir los gastos generados por la crisis del Golfo, no se sabe si es demasiado o no, depende de la opinión de cada uno.

De todos modos, muchos dignatarios asistentes a la entronización aprovecharon su estancia en Tokio para realizar…

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