Autor: Francis Wheen
Editorial: Debate
Fecha: 2015
Páginas: 425
Lugar: Madrid

Karl Marx

Jorge Tamames
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Francis Wheen ha escrito una excelente biografía de Karl Marx. Su libro, minuciosamente documentado, a partes enternecedor y casi siempre hilarante, es una colección genial de las grandezas y miserias del pensador alemán.

En vez de encontrarnos al Marx de los estereotipos –Satán encarnado para sus detractores, profeta dogmático y envarado para sus hagiógrafos–, Wheen nos presenta su faceta más humana. Marx enamorado, prendado de Jenny von Westphalen (el flechazo es mutuo e imperecedero, aunque no impedirá a Marx tener una aventura extramarital con su criada). Marx bohemio, malviviendo entre legajos, tabaco y cerveza. Marx borracho, rompiendo farolas a pedradas a los cuarenta y pico años. Marx infamiando contra el resto de los exiliados alemanes en Londres. Marx retando a duelos al resto de los exiliados alemanes en Londres. Y así sucesivamente.

Un ejemplo representativo del genio díscolo y cáustico de Marx es la relación con su profesor de filosofía en Berlín, Bruno Bauer. Marx le visita tras obtener su doctorado, y los dos pasan un verano en Bonn “emborrachándose, riéndose en la iglesia, galopando sobre asnos por las calles” y demás lindezas. Bauer acaba expulsado de la universidad. Con los años, sin embargo, Marx llega a la conclusión de que Bauer se ha convertido en un cretino. Ni corto ni perezoso, escribe La sagrada familia, o Crítica de la crítica crítica, una diatriba furiosa contra el filósofo y sus hermanos. Incluso el incondicional Friedrich Engels, coautor, reconoce que se han pasado tres pueblos: “El supremo desprecio que sentimos” por la obra de Bauer, escribe, “está en flagrante contradicción con los veintidós pliegos [352 páginas] que le hemos dedicado.”

Las luchas cainitas con intelectuales a los que considera ineptos son recurrentes, pero le estimulan en la misma medida en que le distraen. Aunque este libro no es una biografía intelectual, Wheen narra hábilmente la evolución del pensamiento de Marx. No existe, sostiene el autor, esa inmensa zanja entre el Marx joven y el viejo, sino una evolución constante desde sus Cuadernos de París a los Grundrisse. Wheen describe la habilidad con que Marx digirió y asimiló –o, por usar un término más apropiado, sintetizó– el pensamiento de sus adversarios intelectuales. Hegel y Ricardo, defensores, respectivamente, del autoritarismo prusiano y el capitalismo, se convierten en herramientas de subversión tras pasar por el cerebro de Marx.

Con todo, Wheen nos muestra una vida repleta de penurias. Marx vivió una vida de exiliado –en París, en Bruselas y, finalmente, en Londres, donde pasaría la mayor parte de su vida–, a menudo al borde de la indigencia. “Habría preferido que reunieras un capital en vez de escribir sobre él”, le recriminó en una ocasión su anciana madre. Los primeros años de Marx en la capital británica, donde tuvo que lidiar con la muerte de su hijo favorito, Edgar, son devastadores.

Aunque el libro de Wheen fue publicado en 1999, la reciente edición de Debate es oportuna. Como apunta César Rendueles en un prólogo imprescindible, Marx vivió en una “encrucijada histórica” entre la revolución industrial y las revoluciones burguesas, y llegó a la conclusión de que “era necesaria una confluencia de ambos procesos históricos”. La misma noción es válida casi 200 años después de su nacimiento, cuando asistimos tanto a un sinfín de avances tecnológicos revolucionarios como a un empobrecimiento en la calidad de nuestras democracias. Tras varias décadas consignando a El Capital a la papelera de la historia, la economía global post-2008 exige el retorno de Marx.