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Autor: Volodymyr Rafeyenko
Editorial: Harvard Library of Ukrainian Literature
Fecha: 2022
Páginas: 250

La cancelación de Rusia

Volodímir Rafeyenko, novelista ucraniano rusófono autor de ‘Mondegreen’, reflexiona sobre los horrores de la guerra, el papel de la razón o los conceptos del bien y el mal. También cuenta su cambio de posicionamiento, pasando de ‘desenvolverse en la esfera cultural-lingüística rusa’ a ‘escribir en ucraniano’. ‘Soy incapaz de seguir escribiendo en ruso’, confiesa. ‘La sola idea de que alguien me considere un escritor ruso porque escribo en ruso es intolerable’.
Marci Shore
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Según el escritor Adam Gopnik, “respiramos en nuestra primera lengua y nadamos en la segunda”. Pero para muchos ucranianos rusófonos, la guerra contra su país que Rusia lanzó en 2014 y que se intensificó en febrero ha supuesto enfrentarse al imperativo moral y político de aprender a respirar de nuevo.

El novelista ucraniano Vladímir Rafeenko/Volodímir Rafeyenko nació en Donetsk en 1969 y vivió allí, como escritor y profesor de filología rusa, hasta 2014, cuando los separatistas patrocinados por el Kremlin llevaron la guerra al Donbás. Huyó a un pueblo a las afueras de Kiev, y desde entonces ha escrito una novela en ruso sobre lo absurdo y lo grotesco de la guerra, La duración de los días (traducida al inglés por Sibelan Forrester, de próxima publicación) y otra en ucraniano, Mondegreen (traducida al inglés por Mark Andryczyk) sobre el idioma, el desplazamiento y el hecho de ser un refugiado en el propio país. Esta conversación tuvo lugar por correspondencia en marzo y abril de 2022, y ha sido traducida del ruso original, abreviada y editada para mayor claridad.

 

Marci Shore: En conferencias y conversaciones, usted ha vuelto a menudo, como un estribillo literario, a la idea “Zdes’ i seichas. Aquí y ahora. Aquí y ahora es necesario ser un ser humano”. ¿Qué significa eso para usted hoy?

Volodímir Rafeyenko: El contexto actual de mi vida es claro: la guerra de Rusia contra Ucrania, una guerra que Rusia desató hace ocho años y que entró en una fase infernal el 24 de febrero. En este momento, ser humano significa, sobre todo, estar con mi propio pueblo. Hacer lo que pueda por la victoria común.

MS: El 25 de febrero, al día siguiente de la invasión, me ecribió: “Guerra. Una guerra de verdad”. ¿Dónde estaba usted entonces?

VR: Cuando empezó la guerra, mi mujer y yo nos encontrábamos en una zona ocupada por soldados rusos. Nos obligaron a permanecer allí más de un mes, y ya en abril fuimos evacuados milagrosamente por voluntarios.

MS: ¿Cómo se comportaron los soldados rusos? ¿Hablaron usted y su esposa con ellos?

VR: No, no hablamos con ellos. ¿De qué podríamos haber hablado? Nada bueno saldría de ello, sobre todo teniendo en cuenta que desde los primeros días de la ocupación nos llegaron noticias de que los rusos estaban matando a civiles de pueblos cercanos. Una persona en la que confío plenamente me habló de la ejecución de una familia entera, tanto de niños como de adultos, por parte de los kadyrovitas (combatientes chechenos leales al Kremlin) en un pueblo no muy lejano al nuestro. Sólo eran culpables de haberse negado a alimentar a los soldados rusos.

Con el tiempo, el comportamiento de los rusos cambió: del fascismo moderado al fascismo sin límites. Al principio, cuando esperaban tomar Kiev rápidamente, no perseguían sistemáticamente a los civiles. Pero a medida que nuestras fuerzas opusieron una feroz resistencia y los objetivos originales del Kremlin se volvieron más irreales, el comportamiento de los rusos se volvió más abominable.

En los puestos de control por los que los voluntarios nos hicieron pasar a mí y a mi mujer, los kadyrovitas –antes de abandonar el Óblast de Kiev– se divertían a veces disparando a los coches locales que exhibían banderas blancas y carteles que decían “NIÑOS”. Se decía que a algunas personas las dejaban pasar y a otras no. Y que era imposible adivinar quiénes lograban pasar.

MS: ¿Cómo pudo salir?

VR: Habíamos intentado salir desde el primer día de la guerra. Pero en la mañana del 24 de febrero ya era imposible. Había tanques rusos entre nosotros y Kiev. Se libraban feroces batallas. Cuando el agua, la electricidad y la conexión a internet se cortaron y las tiendas cerraron, cuando quedó claro que nuestra pésima situación empeoraría aún más, porque no había ningún lugar donde conseguir comida, intenté buscar la manera de salir. Pero los corredores humanitarios no se extendían hasta donde estábamos, y no teníamos transporte propio, que al menos nos habría permitido llegar a esos lugares desde donde se trasladaba a la gente a Kiev. La gente que tenía coche empezó a abandonar el pueblo. Pero nosotros nos vimos obligados a quedarnos. Y cuando ya no había esperanza, mi amigo Liubomir Deresh encontró voluntarios, temerarios que aceptaron intentar cruzar los puestos de control rusos, recogernos y sacarnos por la misma ruta. La primera vez no funcionó, y nos desanimamos, pero varios días después vinieron a buscarnos. Era nuestra segunda evacuación en ocho años. Como la primera vez, dejamos todas nuestras cosas. Pero nos sentimos enormemente felices cuando nos encontramos en territorio ucraniano.

MS: Estoy pensando en el prólogo de Réquiem escrito por Anna Akhmatova:

En los terribles años de Yezhovshchina (el Gran Terror de 1936-38), pasé diecisiete meses en las colas de las prisiones de Leningrado. Una vez, de alguna manera, alguien me reconoció. Entonces la mujer de labios azules que estaba detrás de mí y que, por supuesto, nunca en su vida había oído mi nombre, despertó del estupor propio de todos los que estábamos allí y me preguntó, hablándome al oído (todos los que estábamos allí hablábamos en un susurro):

–¿Puedes describir esto?

Y yo dije:

–Puedo.

El yo puedo de Akhmatova afirma un cierto tipo de optimismo epistemológico. ¿Es posible captar con palabras este tipo de experiencia límite, lo que el filósofo alemán Karl Jaspers llamó Grenzsituation?

VR: Durante todo el tiempo que mi mujer y yo pasamos en una casa sacudida noche y día por las explosiones de la artillería rusa, llevé un diario. Era casi imposible escribir en el sentido de los textos literarios, pero registrar los acontecimientos, los estados del ser, ese material vital en cuyo epicentro me encontraba, era para mí no sólo una posibilidad; era una necesidad. Desviaba mi atención de los incesantes duelos aéreos y de artillería a derecha, a izquierda, delante y detrás del pequeño asentamiento de la dacha en el que mi mujer y yo vivíamos desde hacía varios años, después de habernos visto obligados a abandonar nuestra propia ciudad, Donetsk. Abandonamos nuestro hogar allí por la misma razón por la que abandonamos la casa que nos acoge ahora: nuestra vida fue destruida por Rusia.

 

«Con el tiempo, el comportamiento de los rusos cambió: del fascismo moderado al fascismo sin límites. Al principio, cuando esperaban tomar Kiev rápidamente, no perseguían sistemáticamente a los civiles»

 

MS: Con respecto al material vital: la guerra debe ser un momento en el que lo concreto y lo sensorial es más vívido. Pero al mismo tiempo, como si fuera una paradoja, lo metafísico es también lo más vívido: ¿de dónde viene el mal? Como si la relación habitual entre lo empírico y lo metafísico se hubiera roto de algún modo…

VR: La cuestión de dónde viene el mal no me interesa mucho ahora. ¿Qué diferencia hay? Lo que importa es la capacidad de distinguir el bien del mal. Y allí, bajo constantes bombardeos día y noche, no se pensaba en la causa del mal. Sí, había una asombrosa agudeza de percepción, miedo, incluso terror, y había que luchar contra el horror y el pánico. Lo empírico era más vívido y aterrador que nunca antes en mi vida.

Y sin embargo, lo metafísico se acercó mucho, me miró y me tocó con su mano. Vi el “Verano del Señor” a un paso, y supe que morir no era terrible, lo que era terrible era morir una muerte vergonzosa. Y le pedí a Dios –si mi mujer y yo íbamos a ser condenados a perecer entre estas dachas– que nos diera una muerte rápida.

MS: Para el filósofo Lev Shestov, un judío de la Kiev zarista, la razón era algo muy bueno, pero la razón era incapaz de llegar a las regiones donde impera el extremismo.

VR: Me parece que el racionalismo reconoce la región donde es aplicable. En muchos aspectos, el racionalismo se ocupa de mantener la frontera entre lo que puede y no puede ser conocido. La racionalidad es la gentileza del intelecto, que conoce la diferencia entre la actualidad humana y la realidad del Universo, que supera con creces cualquier perspectiva histórica o humana.

MS: El tiempo –la temporalidad– adopta una forma diferente en las situaciones límite. ¿Cómo está experimentando el tiempo ahora?

VR: El tiempo no existe ahora. Es decir, es muy difícil medirlo. El tiempo cambió su curso ya en la zona de ocupación y de ninguna manera se ha enderezado. Allí, los años se encerraban en un día, y aquí un día pasa como una sola hora.

MS: Junto con el tiempo, el espacio también debe adquirir diferentes significados. Durante un reciente debate a través de Zoom, el filósofo Volodímir Yermolenko explicó en Kiev cómo ha cambiado el significado de una ventana y el de la luz. ¿En qué sentido ha cambiado el espacio para usted?

VR: Cuando no suena la sirena antiaérea, esto es tranquilo y confortable. Odio la suciedad, así que mantengo todo en un estado de limpieza ideal, lo que me ayuda en la lucha contra el pánico y la nostalgia, contra la soledad que a veces empieza a ahogarme. Mucho antes del toque de queda, cierro bien las ventanas y enciendo la lámpara: es una forma de crear la ilusión de que has controlado tu espacio.

MS: Me siento como si me encontrara en 1939, pero con internet: todo es visible, todo está al descubierto. Estamos viendo cómo se mata a la gente en tiempo real.

VR: Aquí hay una guerra, una guerra dirigida a la aniquilación del pueblo ucraniano. Los rusos han venido a aniquilarnos como nación, como pueblo que se ha atrevido a elegir su propio camino de desarrollo, uno que no coincide con las ambiciones imperiales del Kremlin, con los deseos revanchistas del pueblo ruso. La terrible verdad es ésta: una mayoría decisiva de rusos apoya la aniquilación del pueblo ucraniano. En el campo de batalla, los rusos son despiadados; en los territorios ocupados, llevan a cabo atrocidades. Saquean y violan, matan a mujeres y niños sin piedad. En Mariupol y Járkov. En Chernígov y Sumy. Si se dan cuenta de que son incapaces de subyugar un lugar determinado, lo queman hasta los cimientos.

MS: La maldad y la crueldad no son nuevas. Pero el tipo de visibilidad extrema que permite internet es nuevo: es la primera vez en la historia que es posible este tipo de transparencia.

VR: Sí, lo excepcional de lo que está ocurriendo ahora consiste en esta transparencia. Ya no es posible enterrar la cabeza en la arena y no ver. Si no ves las atrocidades rusas, si no ves a Rusia como una catástrofe antropológica, estás conscientemente no viéndolo. De este modo, también estás haciendo una elección entre el bien y el mal.

MS: Hace unos tres años, Vladislav Surkov, asesor de Putin, escribió El Estado duradero de Putin (Долгое государство Путина), una especie de puesta al desnudo del aparato. Nuestro sistema, como en general todo lo nuestro, no parece más elegante, pero a cambio es más honesto, escribió Surkov. “Nuestro Estado no se divide en lo profundo y lo superficial; forma un todo, con todos sus componentes y síntomas en la superficie. Las estructuras más brutales de su andamiaje de poder se extienden directamente por la fachada, sin quedar ocultas por ningún exceso arquitectónico”. Hoy estamos ante las estructuras más brutales de su andamiaje de poder… no disimuladas por ningún tipo de exceso arquitectónico.

VR: Para justificar este régimen, Surkov quiere presentar el asunto como si no existiera la perspectiva de los valores, como si no existiera ni pudiera existir la verdad, como si la conciencia fuera una ficción.

MS: Aquí veo una conexión entre la posverdad y la puesta al descubierto del dispositivo de Surkov. La ausencia de secretos no significa que la verdad sea visible. Hace varios años, durante un debate en Kiev sobre el libro de Peter Pomerantsev La nueva Rusia. Nada es verdad y todo es posible en la era de Putin, el traductor y psicoanalista Jurko Prochasko describió la verdad como un límite. Cuando no hay límites, todo es posible; como decía el Iván Karamazov de Dostoievski, todo está permitido. Hannah Arendt describe este estado sin verdad como Bodenlosigkeit, falta de fundamento. Shestov describe la verdad como la verdad que coacciona y escribe que “la sumisión a la verdad que coacciona es la fuente de todas las virtudes humanas”.

VR: Immanuel Kant, en su discusión sobre la ley moral, habló de esto con mucha más claridad. Existe, por supuesto, una Verdad totalmente invisible y omnímoda, que es percibida por el hombre interior como una ley que está obligado a cumplir. Esta ley, que podría llamarse la Ley de las Perspectivas Invisibles y que no promete ni recompensa ni castigo, constituye, forma y define toda la vida humana en su empirismo.

 

«Ya no es posible enterrar la cabeza en la arena y no ver. Si no ves las atrocidades rusas, si no ves a Rusia como una catástrofe antropológica, estás conscientemente no viéndolo»

 

MS: Sobre Kant: estoy de acuerdo. Además, la relación de Kant con la conciencia es provocativa en el sentido de que para Kant lo que cuenta son las intenciones. Debemos actuar de acuerdo con nuestras obligaciones morales. Pero, por supuesto, no sabemos ­­­no podemos saber con certeza cuáles serán las consecuencias de nuestros actos. La contingencia juega un papel demasiado importante en la vida. Lo mejor que podemos hacer es actuar con buenas intenciones…

RV: Muy a menudo la gente es incapaz de comprender que no es la intención, que puede ser buena, lo que da sentido a nuestras acciones. Las acciones adquieren su verdadero significado sólo en el mundo de los otros. Por eso se dice en un buen libro: “Por sus actos los conoceréis”.

MS: ¿Puede salvarnos la verdad?

VR: Estoy seguro de que el propio esfuerzo de una persona por permanecer en el reino de la verdad es la salvación realizándose.

MS: ¿Cómo podemos entender qué es este reino de la verdad?

VR: La verdad nunca se da de forma preparada. La verdad, como decía Marcel Proust, no se puede recibir por correo. La verdad sólo puede ser encarnada por nosotros, por nosotros mismos, por nuestros propios esfuerzos en la frontera de nuestra vida empírica y su metafísica. Nosotros —es decir, los seres humanos— debemos reconocer el hecho de la cocreación. La verdad desea que seamos sus creadores. Esta es la llamada que nos hace.

MS: Proust tenía razón. Para el filósofo checo Jan Patočka, la verdad era algo que había que buscar constantemente, aunque, como usted dice, nunca está ahí como un objeto que se pueda tomar de forma prefabricada. Pero eso no significa que no exista la verdad y que podamos renunciar a ella. Lo que hicieron Patočka y otros filósofos disidentes de Europa del Este fue insistir en que la subjetividad no relativiza la verdad, sino que la fundamenta. Que seamos cocreadores de la verdad hace que nuestra responsabilidad no sea menor, sino mayor.

VR: La verdad no es un “qué”. La verdad es un “quién”. Nace cada vez en el momento de nuestro empeño, consumándose en la frontera de nuestra subjetividad y la cosa en sí misma. Nunca es ayer, nunca es mañana. Siempre es ahora, en este momento. Y cada vez debe ser recreado por nosotros de nuevo. Y cada vez, nosotros, junto con ella, nos creamos de nuevo.

MS: Pienso en el zoólogo de Chéjov en El duelo, que le dice al diácono ortodoxo ruso, mucho más joven, compañero de pensión en un pueblo del Mar Negro: “Estás tan corrompido por tu filosofía de seminario que no quieres ver más que niebla en todo. Los estudios abstractos con los que se atiborra tu joven cabeza se llaman abstractos sólo porque abstraen tu mente de lo que es obvio. Mirad al diablo directamente a los ojos, y si es el diablo, decidle que es el diablo, y no vayáis a llamar a Kant o a Hegel para que os den explicaciones.”

VR: El zoólogo de Chéjov siempre miente. Igual que el filólogo. En la historia, Von Koren y Laevsky (el zoólogo y el burócrata-filólogo menor que ha huido a la ciudad costera con su amante, respectivamente) expresan un problema muy chejoviano, que persigue toda su obra: la fe sin obras, y las obras sin fe. Von Koren, por supuesto, es hechos sin fe, hechos movidos por impulsos cínicos y egoístas, con desprecio por el mundo de los valores. Laevsky es la fe sin hechos: idealismo con ojos de estrella, erudición, apego espiritual a todo lo que es elevado –literatura, filosofía, arte­– pero un apego que al final solo ofrece una retórica vacía y engañosa bajo la apariencia de un razonamiento inteligente. Fe sin hechos, y hechos sin fe: esta perspectiva revela la mayor parte de los problemas y engaños humanos. No en vano el Apóstol Santiago habló de esto en su epístola.

MS: Cuando Trump apareció en la escena política, me pareció que comprendí más rápidamente que muchos de mis colegas lo que estaba sucediendo precisamente porque había estado observando lo que ocurría en Ucrania y Rusia. Escribí entonces sobre las palabras rusas que ayudarían a los estadounidenses a entender nuestra realidad actual: proizvol (arbitrariedad teñida de tiranía); obnazhenie (desnudar, exponer abiertamente), prodazhnost (capacidad para ser vendido)

VR: Y el cinismo.

MS: Sí, aunque tenemos esa palabra en inglés (cynism), en contraste con prodazhnost, que es algo más que corrupción, más cercano a un estado existencial en el que cualquier cosa —y especialmente cualquier persona— puede ser comprada o vendida. Trump, como Putin, vive en un mundo en el que no hay valores. Sólo hay precios. Toda relación es instrumental, transaccional.

VR: Probablemente existe un estado en el que una persona pierde su humanidad y no es posible el retorno. Esto se aplica a comunidades enteras que han tomado su propio ego como medida de todas las cosas, despreciando a todos y a todo lo que no sea ellos mismos.

 

«La dignidad no puede estar contenida en el mundo ni equipararse al cuerpo. La dignidad es esa naturaleza no material de la persona, lo que nos constituye como humanos»

 

MS: Ahora vuelvo a pensar en Kant: “Lo que tiene un precio puede ser sustituido por otra cosa como su equivalente; en cambio, lo que está por encima de todo precio, y por tanto no admite equivalente, tiene una dignidad”. Una persona no tiene precio: una persona no puede ser sustituida ni intercambiada. Una persona tiene dignidad. De ahí se deriva el imperativo categórico de Kant: tratar siempre a la persona como un fin, nunca como un medio.

VR: Ahí lo tienes: una cita totalmente acertada. Estas personas, estas comunidades no son capaces de percibir al otro como un fin. Perciben al otro sólo como un medio. Y esto es posible por el hecho de que esas personas han perdido todo fundamento de valores no materiales. La dignidad no puede estar contenida en el mundo ni equipararse al cuerpo. La dignidad es esa naturaleza no material de la persona, lo que nos constituye como humanos.

MS: El poeta polaco del siglo XX Stanisław Jerzy Lec, nacido en la Lemberg de la época de los Habsburgo, actual ciudad ucraniana de Leópolis, acuñó el aforismo “sumienie czyste, bo nieużywane”: su conciencia estaba limpia, nunca había sido utilizada.

RV: Lo principal, por supuesto, al encontrarse con tales seres del inframundo –y son precisamente seres de este tipo los que destruyeron Mariúpol­– es no volverse como ellos.

MS: En marzo, el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, dijo a los soldados rusos: “Si os rendís a nuestras fuerzas, os trataremos como se debe tratar a las personas, es decir, con dignidad. Como no se os trata en vuestro ejército”. Para mí fue un momento importante: no solo la oferta de un trato, sino también la afirmación de un principio moral: no nos volveremos como vosotros. Pero no es fácil evitar convertirse en monstruos en una situación así. Requiere mucha más fuerza de la que tiene la mayoría de la gente.

VR: Occidente tiene que entender que en la guerra, no es Putin el culpable. Él no creó a los rusos. Los rusos crearon a Putin. Él es su instrumento, su alter ego. Él es la carne de la cultura rusa tal y como es, sin ilusiones ni sentimentalismos. Y esta bestia debe ser detenida.

MS: Pero no puede ser que 144 millones de personas en Rusia sean sádicas.

VR: Desde mi punto de vista, el error fundamental del sistema de la cultura rusa es el siguiente: se ha colocado conscientemente fuera y por encima de los valores humanos generales… Los rusos creen que no pueden ni deben ser juzgados según las leyes y normas comunes a todos los pueblos, y que en este sentido todo está permitido. “Moscú — la Tercera Roma”, están acostumbrados a pensar de sí mismos. Sin embargo, de repente resulta que no es la Tercera Roma, sino el Cuarto Reich.

MS: La cuestión del comportamiento de los soldados rusos recuerda el juicio de Adolf Eichmann en 1961 en Jerusalén. Eichmann no pensó. Para Arendt, que cubrió el juicio para The New Yorker, esto no hizo que Eichmann fuera mejor que otros criminales; lo hizo peor. No pensar era para ella el mayor de los pecados.

VR: Pensar es el gran privilegio del ser humano. Precisamente en este esfuerzo se convierte en algo más que un animal. El rechazo de este privilegio es casi siempre consciente. Y es imperdonable.

MS: ¿Cree que hay una manera de llegar a los rusos ahora?

VR: Creo que solo una derrota aplastante –una derrota terrible y sin precedentes– y un amargo arrepentimiento pueden traer sobriedad a los rusos y acercarlos a la realidad, si es que son capaces de ello.

MS: En la relación con los rusos también hay una cuestión de intimidad. Pienso en la masacre de 1941 en la pequeña ciudad polaca de Jedwabne: judíos masacrados por sus vecinos polacos, por personas a las que se dirigían por las versiones más familiares de sus nombres. Usted tiene lectores en Rusia; las personas que vienen a matarle hablan en su idioma. En una situación así, ¿qué es posible decirles? Cuando el idioma ya no funciona… ¿realmente no hay ningún puente?

VR: A principios de siglo, me posicioné como un escritor ucraniano que también se desenvuelve en la esfera cultural-lingüística rusa. Nunca se me ocurrió escribir en ucraniano. Después de 2014, aprendí ucraniano y escribí una novela en ucraniano, para demostrar a los rusos y a cualquier otra persona que, incluso para un ucraniano rusófono, aprender ucraniano no es un problema, y no solo aprenderlo lo suficientemente bien como para hablarlo, sino también para escribir textos literarios. Y he dicho más de una vez en entrevistas que, a partir de ese momento, escribiría libros en ambos idiomas: una novela en ruso y otra en ucraniano. Quería que quedara claro para todo el mundo que el problema de la defensa de la población de habla rusa en Ucrania nunca ha existido, ni existe ahora, aunque fue precisamente con esta consigna con la que los combatientes rusos nos “liberaron” a mí y a mi familia de nuestro propio país.

Nos vimos obligados a ir a Kiev. Pero sabíamos, por supuesto, que los rusos no se detendrían allí. Y así sucedió. Después del 24 de febrero, tomé la firme decisión de no volver a publicar un solo texto en ruso. No quiero que me entiendan esas bestias que están asesinando a los niños ucranianos. No tengo nada que decirles. No se ha inventado una lengua en la que sea posible hablar con alguien que ha venido a tu casa a asesinarte, a asesinar a tu mujer y a tu hijo, a destruir tu casa y a incendiar tu tierra. Y no tengo ningún deseo de seguir contribuyendo, aunque sea indirectamente, a la literatura ucraniana en lengua rusa. Si continúa, que continúe sin mi participación.

 

«A principios de siglo, me posicioné como un escritor ucraniano que también se desenvuelve en la esfera cultural-lingüística rusa. Nunca se me ocurrió escribir en ucraniano. Después de 2014, aprendí ucraniano y escribí una novela en ucraniano»

 

MS: Esto también me parece terriblemente triste: Putin no se merece esta lengua. La lengua rusa debería pertenecerle a usted mucho más que a él. Él nunca podría hacer con esta lengua lo que usted hace con ella. Él nunca podría entender a Chéjov como tú entiendes a Chéjov. ¿Por qué deberías cederle tu idioma a él?

VR: Simplemente soy incapaz de seguir escribiendo en ruso. La sola idea de que alguien me considere un escritor ruso porque escribo en ruso es intolerable.

MS: Hace ocho años, cuando trabajaba en un libro sobre el Maidán, escuché el discurso de Putin sobre Crimea. Me pareció espantoso y lleno de mentiras, pero pude escucharlo. Un año y medio después, cuando Trump apareció en escena, intenté escuchar y no pude. No era que pensara que era peor que Putin. Era que no podía soportar su voz. Era mi lengua materna; no tenía distancia con ella. Sentía cada palabra con demasiada intensidad.

VR: Sí, esto es exactamente de lo que estoy hablando también… El trauma de lo que los rusos han hecho a mi país, y a mi vida, es tan profundo que puede que no se cure nunca.

MS: Mientras las bombas caían sobre su ciudad, Kharkiv, en marzo, el escritor ucraniano de habla rusa Andrei Krasniashchikh recordó la afirmación de Theodor Adorno de que “escribir poesía después de Auschwitz es una barbarie”. Al parecer, Adorno cambió de opinión tras leer a Paul Celan, que sobrevivió al Holocausto y llegó a escribir una poesía extraordinaria en alemán. Cuando estaba embarazada de nuestra hija, mi marido quería llamarla Sulamith, por la Sulamith de la Todesfuge (Fuga de la muerte) de Celan: “dein goldenes Haar Margarete / dein aschenes Haar Sulamith” (tu pelo dorado Margarete / tu pelo ceniciento Sulamith). Y yo quería y no quería: el nombre es hermoso, pero triste, como ese asombroso poema. Celan era de Chernivtsi, que hoy forma parte de Ucrania. Y me imagino que un día un poeta ucraniano salvará la poesía rusa como Celan salvó la poesía alemana.

VR: Creo que la poesía rusa, como medio cultural, no está amenazada más que por ella misma. Sólo necesita ser salvada de sí misma, y nadie es capaz de hacerlo aparte de los propios rusos. Si es que alguna vez despiertan a la realidad.

MS: Poco después de la invasión rusa, intercambiaba mensajes con Jurko Prochasko, de Leópolis. En un momento dado le pregunté: ¿Qué más puedo hacer por ti? Y él me respondió: creer. ¿De dónde viene ahora la creencia, la fe?

VR: Del corazón humano. Del sol que sale sobre los que son buenos y los que son malos. De los escritos de Shakespeare y de las sonrisas de los niños. De las sonrisas de tus amigos y de los abrazos de tu hijo. De la cálida lluvia de la próxima primavera y del cielo azul oscuro sobre nuestras cabezas.

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