“El problema clave de nuestro tiempo es si Estados Unidos y China pueden desarrollar una forma de coexistencia que no sea ni una guerra ni una forma tradicional de dominación”, decía en 2018 el siempre profético Henry Kissinger. En efecto, la rivalidad estratégica entre Estados Unidos y la República Popular China se ha erigido, de manera incuestionable, como el eje central de la geopolítica actual. Lejos de ser un conflicto superficial o pasajero, representa una competencia estratégica por la primacía global, en la que ambas superpotencias buscan asegurar su influencia, proteger sus intereses nacionales y limitar el poder del otro en una matriz global compleja.Paradójicamente, aunque no hay escasez de valedores de la tesis de que este enfrentamiento implica que estamos en una nueva Guerra Fría, en la que China habría sustituido el rol de la Unión Soviética, cada vez más, prevalece la idea de que nos encontraríamos ante un “Nuevo Orden Multipolar”.
La explicación de esta aparente contradicción es muy reveladora del estado actual del mundo. Es cierto que el panorama actual es quizás más complejo que durante la Guerra Fría, con un papel creciente de potencias medias como India, Turquía o, incluso, la propia Unión Europea, que buscan su propia cuota de poder en la jerarquía internacional que, y aquí está el quid de la cuestión, es percibida como inestable. Sin embargo, observando los datos con frialdad (PIB, gasto en defensa, etc.) la hipótesis de que el mundo es multipolar, esto es, que el poder se divide en diversos polos de influencia con capacidades relativamente similares y, más aún, que iríamos hacia un equilibrio similar al Concierto Europeo post napoleónico de 1815-1915, resulta hoy insostenible.
Gran potencia mundial
A pesar de la narrativa imperante sobre su declive, Estados Unidos sigue siendo hoy la gran potencia mundial que…

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La confrontación del siglo