POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 207

El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, y el presidente del gobierno español, Pedro Sánchez en rueda de prensa conjunta tras su reunión en el palacio de la Moncloa (Madrid, 8 de octubre de 2021). GETTY

La industria de defensa y los vientos gélidos

Adaptarse a los vientos gélidos que llegan de un entorno global competitivo e inestable requerirá conocimiento, tecnología y claridad estratégica.
Marc Murtra
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Una mayoría de ciudadanos españoles no recuerdan lo que supuso la guerra fría, esa atroz división europea en dos espacios políticos antagónicos que duró 55 años, ni los muchos temblores que ese terremoto continuo generó en España. Ahí estuvo, por ejemplo, el duro debate sobre OTAN SÍ, OTAN NO, cuyo desenlace marcó un nuevo rumbo en la política exterior y de defensa en España tras años de aislamiento internacional. En esos momentos, yo era un joven con un entorno familiar sólidamente atlantista. En esa época, fruto del optimismo adolescente, lo vivía casi todo como una experiencia folclórica y no era consciente de la profundidad estratégica existente detrás de esa decisión.

Es lógico que para muchos todo aquel episodio quede en un recuerdo lleno de vaguedades. Virgilio ya nos advirtió que tempus fugit: el tiempo, y con ello los recuerdos, escapan infatigablemente. De esa época muchos recordamos una realidad muy marcada por uno de los gestos de rebeldía occidental por excelencia: el rock y la música moderna en casi todas sus variantes. La historia quiso que un movimiento cultural transgresor, el rock, que surgió como una protesta más o menos dura contra la sociedad occidental, se convirtiera en una gran bola de derribo contra el comunismo soviético. Fue la sociedad de la Europa soviética quien asumió como propia esa moderna protesta musical, a la que casi no tenía acceso por culpa de una férrea censura política. Tanto es así que, al poco tiempo de caer el muro de Berlín, un exitazo comercial, Wind of Change (“Vientos de cambio”), del grupo alemán de rock duro Scorpions, capturó ese momento para millones de personas en Europa del Este.

Pero recordemos antes el contexto en el que España ingresaba en la OTAN. En el hemiciclo del Congreso de los Diputados donde aún se olía la pólvora de Tejero, el presidente Leopoldo Calvo-Sotelo anunciaba el 25 de febrero de 1981, en plena guerra fría, la intención de que nuestro país formara parte de la Alianza. Las fuerzas armadas españolas estaban compuestas por 310.000 hombres (las mujeres tenían vetada su incorporación a filas), casi el triple que en la actualidad. La inmensa mayoría procedía del servicio militar obligatorio y estaban comandados por 25.000 generales, jefes y oficiales, de los cuales 10.000 habían participado en nuestra Guerra Civil. Los ejércitos estaban mal equipados y mal pagados, y prácticamente no tenían contacto con el exterior. En el plano económico, aquella España de comienzos de los ochenta todavía no pertenecía a la Comunidad Económica Europea y arrastraba una profunda crisis que había llevado a suscribir los Pactos de la Moncloa. En el ámbito de las relaciones internacionales, se coqueteaba con el Movimiento de los No Alineados, una creación de la Yugoslavia del dictador Tito. Como es sabido, ya no existen ni Tito ni Yugoslavia, y los No Alineados son un árbol sin vida.

 

«La brutal invasión de Ucrania refuerza la necesidad de la OTAN y ha eliminado la niebla que a veces rodea la política exterior de la UE»

 

El mundo superó aquel enfrentamiento ideológico y militar bipolar explícito. España es hoy una democracia, con sus retos y logros. Los hombres y mujeres –ahora sí– de nuestras fuerzas armadas son un pilar del Estado democrático, reconocidos gracias a su participación en misiones y organizaciones internacionales de la OTAN y Naciones Unidas. En cuanto a logros, España es la decimocuarta potencia económica del mundo y la cuarta economía de la Unión Europea. Como destino turístico, España está entre los cuatro países más visitados del mundo y es capaz de acoger a más de 80 millones de visitantes al año, gracias también a que es un país seguro desde un punto de vista integral. Nadie discute el alcance y difusión del castellano y somos, a todos los efectos, una potencia cultural. Nuestras infraestructuras aeroportuarias son de gran calidad, al igual que nuestra red ferroviaria y nuestro despliegue de fibra óptica. Tenemos un sistema de salud respetado y una industria de defensa competitiva. En todos estos progresos, la digitalización ­desempeña un papel transformador, y en todos ellos, España tiene compañías de primer nivel tecnológico que trabajan con decenas de empresas locales y globales.

En Europa volvemos a sentir los vientos del cambio, pero esta vez son glaciales y peligrosos: la emergencia climática, la continuación del yihadismo, el deterioro de la democracia en algunos países, las peligrosas tensiones geopolíticas con China, la pandemia del Covid-19, la vuelta de los talibanes a Afganistán y la terrible invasión rusa de Ucrania.

A la vez, si repasamos memorias, diarios y documentales, comprobamos que hemos dejado atrás obstáculos, dificultades y peligros igual o más graves. Con esto es posible afirmar que podemos encarar el futuro con la seguridad de ser capaces de afrontarlo con solvencia. En ese futuro resolutivo, la Alianza Atlántica tiene que desempeñar un papel importante y actualizado, en el que España y Europa, y también la industria española y europea de defensa, deben ser determinantes. Lo opuesto sería querer comer una sopa con un tenedor.

Entre todos los retos que afrontamos, destaca hoy la cruel y destructiva agresión militar de Vladímir Putin a la soberanía de Ucrania. Esta brutal invasión sin justificación razonable refuerza la necesidad de la OTAN y ha eliminado la niebla que a veces rodea la política exterior de la UE, que acaba de aprobar su Brújula Estratégica, cuyo objetivo es convertir la Unión en un proveedor de seguridad más fuerte y reforzar la política de seguridad y defensa común de aquí a 2030. Lo vemos también con el, ahora para muchos, redescubierto artículo 5 del Tratado de Washington, fundacional de la Alianza, y en la revisión por parte de Finlandia y Suecia de sus políticas de seguridad nacionales, contemplando muy seriamente su solicitud de ingreso en la OTAN. Ni siquiera durante la guerra fría los dirigentes de esos países nórdicos se plantearon la incorporación a la Alianza, lo que supondría la ruptura de la neutralidad sueca, que se remonta al Congreso de Viena de 1815.

Como ingeniero, uno confía más en las capacidades predictivas de las leyes de movimiento de Newton que en los escritos de Nostradamus, y por tanto uno aconseja leer previsiones geopolíticas con cierto escepticismo epistemológico. Pero a la vez, quizá, ya se puedan extraer algunas conclusiones de la invasión rusa. Podemos decir, por ejemplo, que Rusia ha perdido la contienda que ha iniciado, al menos desde el punto de vista político, estratégico y material. Mientras Putin esté en el poder, ese país será considerado un socio zaino para las democracias, que siguen siendo los gigantes del PIB mundial. Hemos visto, además, el fracaso ruso en su intento por controlar Ucrania en pocos días y, por tanto, un hard power ruso mucho más débil de lo esperado, y hemos presenciado una enorme devaluación repentina de su soft power: sus argumentos, su influencia y su confusión ideológica. La influencia de la Rusia de Putin se ha devaluado a la vez que el rublo.

Desde el punto de vista de la Alianza, la invasión rusa de Ucrania va a suponer una mayor prioridad para la disuasión y la defensa, y por tanto su reforzamiento político y militar. Tras años de foco en las amenazas híbridas, volvemos a contemplar el empleo de la fuerza convencional, pero con unos sistemas de defensa en los que la tecnología avanzada es necesaria. Si no reforzamos la OTAN y su capacidad de disuasión, nos podemos encontrar como el líder de los conejos en la novela La colina de Watership, el general Woundwort, cuya última orden fue “¡Volved, cobardes! ¡Los perros no son peligrosos!”.

 

«El mar en que nos adentramos no es apto para navegantes sin equipamiento ni conocimiento tecnológicamente sofisticado»

 

En este sentido, y en clave de seguridad nacional, es bueno destacar que la agresión rusa sorprende a España preparada desde el punto de vista de la doctrina militar. En diciembre de 2021, el Estado Mayor de la Defensa (EMAD) anunciaba su nuevo lema, “integración en el multidominio”, que “responde a la idea de que nos encontramos en un entorno operativo altamente conectado, en el que se hace un empleo integrado de los sistemas y no solo una mera sincronización de operaciones entre los ámbitos físicos tradicionales y los de cada vez mayor uso, como el ciberespacial, el cognitivo y el del espacio exterior. Asimismo, las acciones militares se coordinan con las de otros poderes del Estado, como el económico, el diplomático, el cultural, el político, etcétera”. Es importante, si se quiere ir a algún sitio, saber qué equipamiento es necesario para viajar y qué camino se quiere seguir.

Hace unas semanas, el Jefe del Estado Mayor de la Defensa, el almirante general Teodoro López Calderón, afirmaba que la aportación de la industria al concepto de la integración multidominio es tal que “prácticamente, nada se puede hacer sin la aportación de la industria de defensa y, para nuestro interés y propia soberanía, de la industria nacional”. Es la constatación de que en el mundo afrontamos los nuevos vientos glaciales en un entorno tecnológicamente cada vez más complejo donde no podemos descuidar ningún escenario operativo. A título de ejemplo, los sistemas inteligentes y el contenido electrónico, en su inmensa mayoría de doble uso civil y militar, ya suponen más del 40% de las plataformas de la actual generación. Esta tendencia se acentuará en los programas actualmente en fase de I+D, como el futuro caza europeo FCAS (Future Combat Air System), que se encaminan hacia complejas arquitecturas de “sistema de sistemas”. Y la digitalización es quien da respuesta a los retos tecnológicos de este tipo de sistemas, por medio de la inteligencia artificial, la hiperconectividad, la fusión de sensores, la nube de combate y otras tecnologías disruptivas. El mar en que nos adentramos no es apto para navegantes sin equipamiento ni conocimiento tecnológicamente sofisticado.

Así pues, nos toca adaptarnos sin paroxismos a los vientos gélidos que llegan y a los nuevos horizontes estratégicos esperados. Esto implica una consolidación industrial, una mayor cooperación civil-militar, mayor claridad y coordinación estratégica y mayor rigor en la gestión para alcanzar economías de escala, profundidad en la I+D y excelencia tecnológica, a nivel español y europeo.

Sirvan también esos peligrosos vientos de cambio para una mayor conciencia de unos riesgos y amenazas que no cesarán hasta que se imponga el respeto al Derecho Internacional y se extiendan los valores democráticos. Con ello, recordamos que desde la industria y las instituciones tenemos una enorme responsabilidad, porque no podemos olvidar que sin seguridad no hay nada, tampoco música ni protesta. ●