POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 16

La japonización de Estados Unidos

Bernard Bonilauri
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Con ocasión de la compra del Rockefeller Center de Nueva York por hombres de negocios japoneses, la Prensa anglosajona presentó un cuadro impresionante de las adquisiciones niponas en los Estados Unidos. Un movimiento enorme de capitales: en 1985, recordaba el semanario Newsweek, los gestores de negocios y los banqueros habían invertido 1.800 millones de dólares bajo la forma de propiedades inmobiliarias; en 1988, este tipo de inversión se elevaba a

16.500 millones. Poco después de la conmoción desencadenada por la venta del simbólico centro de Manhattan, los periódicos anunciaron que los tres grandes de la industria automóvil –Ford, General Motors y Chrysler– han registrado una baja media del 28 por 100 de sus ventas en el transcurso del tercer trimestre de 1989. Víctima de la competencia de los constructores japoneses, GM ha visto descender sus beneficios en un 40 por 100.

Estas observaciones bastan para traducir las dificultades industriales y comerciales de los Estados Unidos en su mercado interior. Las encuestas periodísticas han revelado que la familia Rockefeller había buscado un comprador durante cuatro meses. Una decena de grandes grupos americanos se presentaron como candidatos. La mayor parte de ellos se retiraron cuando se supo que entraban en liza cuatro grandes empresas japonesas. La retirada es una forma de confesión: raras son las firmas pertenecientes al país de la bandera estrellada que posean medios para rivalizar con las multinacionales del Imperio del Sol Naciente.

A la vista de estas observaciones, se comprende el debate de política económica durante los últimos meses del reinado de Ronald Reagan. Convertida desde el comienzo de los años ochenta a las doctrinas de la desreglamentación, la América reaganiana dio la impresión de querer restablecer una especie de reglamentación por decreto estableciendo una ley proteccionista frente a las actividades de las empresas extranjeras.

Los partidarios del…

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