POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 211

Asalto al Capitolio por parte de seguidores de Donald Trump (Washington DC, 6 de enero de 2021). GETTY

La política de enemigos

Aunque no hay acuerdo sobre su significado, la democracia es tanto un modo de competir por el poder como de ejercerlo. Si convertimos esa contienda en una batalla entre enemigos existenciales, corremos el riesgo de que todo el proyecto democrático se venga abajo.
Michael Ignatieff
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¿Para qué sirve la democracia? Un planteamiento minimalista la define como un mecanismo para tomar decisiones colectivas relativas a la distribución del poder, la influencia y el reconocimiento. Si esto es todo lo que es la democracia, la definición no explica por qué algunas personas han estado dispuestas a morir por ella. Las definiciones sustantivas explican por qué debería importarnos, pero también presentan problemas. Los que quieren que la democracia signifique algo más dicen que expresa la creencia de la sociedad en el ciudadano soberano como fuente última de legitimidad política. John Dewey y otros definieron la democracia como “una forma de vida”, una forma de gobierno que permite a los miembros de una comunidad política compartir una experiencia común y vivir sus valores morales.

El problema con las definiciones sustantivas es que los demócratas con un gran compromiso sustantivo con la democracia no se ponen de acuerdo sobre lo que es o lo que debería ser. Cuando conservadores como Michael Oakeshott y Roger Scruton hablan de democracia, suelen expresar el deseo de utilizar las instituciones democráticas para contener y controlar el cambio. Cuando liberales y progresistas como Teresa M. Bejan hablan de democracia, la convierten en un recipiente de aspiraciones donde vierten anhelos de civismo, comunidad y justicia.

Las definiciones de unos y otros pasan por alto que la política democrática real es una competición feroz y sin cuartel por el poder. Quienes piensan en la democracia como una forma de vida corren el riesgo de enmarcar el partidismo como una ruptura anormal de la práctica democrática, cuando en realidad el partidismo es el motor de toda competición democrática. Al teorizar sobre el civismo como norma y el partidismo competitivo como una excepción amenazadora, liberales y conservadores por igual corren el riesgo de ser hipócritas sobre su propio partidismo o…

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