A sus 90 años cumplidos en julio, y desde su exilio en India, el Dalai Lama se prepara para su última batalla contra el autoritario régimen chino: la de su sucesión para elegir al líder del budismo tibetano. Pero su relevo no será designado mediante una dinastía hereditaria ni por una votación parlamentaria, sino por un método mucho más arcano y difícil de dilucidar: la reencarnación.
Siguiendo una tradición de seis siglos, el Dalai Lama es la nueva presencia en la Tierra del Buda de la Compasión (Avalokitesvara en sánscrito o Chenrezig en tibetano), un ser iluminado que puede elegir tanto el lugar como el momento de su siguiente vida gracias a la fuerza de su bondad y sus oraciones. Por ese motivo el nombramiento del próximo Dalai Lama ya ha abierto otra pugna entre el movimiento tibetano en el exilio y las autoridades chinas, que quieren controlarlo para reafirmar así su soberanía sobre esta levantisca región donde buena parte de su población autóctona aspira a la independencia.
Este nuevo enfrentamiento con el régimen de Pekín, que acusa al Dalai Lama de ser un peligroso “separatista” que está detrás de las revueltas de 1989 y 2008, amenaza con provocar un cisma en el budismo tibetano. Con motivo de su 90 cumpleaños, el Dalai Lama dejó claro que su figura, máxima autoridad religiosa del budismo, continuará tras su muerte y que solo sus monjes tienen legitimidad para decidir sobre su reencarnación.
De ello se encargará la Fundación Gaden Phodrang, fundada por el propio Dalai Lama para “mantener las costumbres del budismo y llevar a cabo los procedimientos de búsqueda y reconocimiento de acuerdo con la tradición pasada”. “Nadie más tiene autoridad alguna para interferir en este asunto”, afirmó en un claro aviso al régimen chino, que controla con puño de…

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