El carácter marcadamente vertical de las relaciones UE-Magreb no se explica solo por la rivalidad Argelia-Marruecos, sino también por la herencia de las estructuras de gobernanza coloniales francesas y la inercia bilateral de las políticas euromediterráneas. La rivalidad entre Argelia y Marruecos, que solo ha sido compensada con breves periodos de détente, ha actuado como elemento de bloqueo en un proceso de integración magrebí que la Unión Europea (UE) percibe como un factor de estabilidad regional. El apoyo a proyectos regionales de cooperación quedó recogido en la Estrategia Global Europea de 2016. Sin embargo, la limitada cooperación entre ambos países ha dificultado que se aprovechasen sus recursos y fortalezas colectivas para impulsar el desarrollo regional y un marco negociador común en sus relaciones con la UE.
La pervivencia e intensificación de la rivalidad también ha tenido un coste político para la UE y sus Estados miembros, obligados a navegar en una dinámica de suma cero por la que cada avance en la cooperación con uno de ellos, es percibido por el otro como un gesto hostil.
La UE y la integración magrebí
La creación en 1989 de la Unión del Magreb Árabe (UMA), en un contexto de deshielo bilateral entre Argelia y Marruecos, fue una respuesta a los desafíos que la globalización planteaba para regiones con economías poco integradas. Con esta alianza, los países magrebíes buscaban presentar un frente negociador común ante Bruselas que ayudara a superar la verticalidad y bilateralidad de sus relaciones con la CE/CEE (Consejos Presidenciales de Ras Lanuf y Casablanca 1991). La parálisis de la UMA, pero también el débil respaldo europeo a un proceso de integración bloqueado a partir de 1994 por la reactivación de la rivalidad entre Argelia y Marruecos, han contribuido a perpetuar un esquema de relaciones verticales que no…
