POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 212

La tecnología se topa con la geografía

La pandemia, la guerra en Ucrania y las exigencias de la seguridad nacional han cambiado el enfoque de gobiernos y empresas, hoy enfrascados en una carrera sin cuartel por la primacía tecnológica.
Greg Williams
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Hace unos meses asistí en Bruselas a una reunión de altos directivos de empresas de toda Europa. Los temas de conversación fueron variados, todos marcados por la sensación de crisis. Entre los asuntos debatidos –en el escenario y animadamente en los descansos– se hallaba la espiral inflacionista; el aumento de los costes de la energía; la guerra de Vladímir Putin en Ucrania; los cuellos de botella en la cadena de suministro; la escasez mundial de semiconductores; las relaciones entre China y Estados Unidos; la atonía del crecimiento; la limitación de la oferta de mano de obra; la demagogia populista; el futuro del trabajo del conocimiento; la desigualdad económica, y, como un tamborileo en todas las conversaciones, la urgencia climática.


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Lo que no se expresó durante la sesión –pero estaba implícito– fue el cambio radical producido en cada uno de estos ámbitos en la última década: todos ellos, en cierta medida, están moldeados y afectados por la tecnología. Si, como ha observado el empresario e inversor Marc Andreessen, “el software se está comiendo el mundo”, entonces no solo las empresas (todas) se han convertido en tecnológicas, sino también las industrias y los gobiernos. El mundo ya no es plano, es una gigantesca pila tecnológica: cada faceta de nuestra vida, desde los sistemas de armamento hasta el último baile viral, tiene sus raíces en la digitalización y en las innovaciones impulsadas por gobiernos, empresarios e inversores que han creado nuevos productos y servicios basados en software y enormes conjuntos de datos. Los gobiernos, desde Bruselas a Pekín, deben adoptar de facto la tecnología, no solo por razones económicas y de prestación de servicios, sino también para incorporarla a sus estrategias geopolíticas y diplomáticas.

Los primeros 20 años de este siglo estuvieron dominados por un enfoque globalizado de los sistemas económicos, basado en la supresión de barreras que facilitaba la circulación coordinada de los bienes de consumo y las materias primas. Esta red compleja y frágil creó nuevos modelos económicos, conectó mercados y geografías de forma más eficiente y abarató el coste del comercio internacional. Es muy probable que unas zapatillas compradas en Madrid desde el asiento trasero de un Uber conducido por un afgano se fabricaran en el sur de China y se transportaran en contenedor marítimo hasta Rotterdam. Con los años, este ecosistema altamente orquestado comenzó a funcionar en ciclos de producto cada vez más reducidos. La fabricación se adaptó a los gustos y tendencias de los consumidores, que se movían con rapidez e impulsaban un nuevo tipo de economía en la que comprar estaba a un solo clic.

Apple lo entendió desde el principio: Tim Cook, antes de ser nombrado consejero delegado en 2011, dirigió las operaciones de la empresa, supervisando su transformación de fabricar sus propios productos a un modelo de contratista. Esta decisión estratégica supuso que sus productos se fabricaran en gran medida en Asia oriental, un cambio propiciado por empresas como Foxconn, el fabricante taiwanés de productos electrónicos, valorado en 93.000 millones de dólares, que emplea a cerca de 1,3 millones de personas, la mayoría en China. El objetivo era reducir el tiempo que las existencias de la empresa permanecían en su balance, lo que le costaba dinero a Apple.

 

 

Casi todos los fabricantes, desde la electrónica a la automoción, pasando por los suministros médicos o los bienes de consumo envasados, siguieron el mismo camino, creando lo que se denominó el modelo “justo a tiempo” (just in time), que dependía de complejas cadenas de suministro –orquestadas mediante programas informáticos y conjuntos de datos– para suministrar la pieza correcta en el momento adecuado, sin que sobrara nada. Estos intrincados ecosistemas, que han definido el comercio internacional los últimos 40 años, alentaron la creencia de que los retos geográficos habían perdido relevancia.

Los acontecimientos de los últimos tres años han relegado esta creencia a los libros de historia. La pandemia de Covid-19, la guerra en Ucrania y la nueva importancia de la tecnología para la seguridad nacional han cambiado por completo las prioridades. Ya se describa como desglobalización o como nuevo localismo (nearshoring), nos encontramos en un momento tan significativo como la caída del muro de Berlín en noviembre de 1989: la tecnología ha pasado de ser un nivelador transfronterizo a un instrumento contundente de influencia estatal.

 

Lucha por la primacía

China ha sido la nación que con más claridad ha situado la política tecnológica en el centro de sus intereses internos y externos. En julio de 2017, un documento del Consejo de Estado resolvió garantizar que el país se convertiría en la potencia mundial preeminente en inteligencia artificial (IA), tanto en términos de investigación como de aplicación. Dicha preeminencia tendrá un efecto en su competitividad, así como en su seguridad: la mayoría de los expertos cree que la población de China alcanzará su punto máximo alrededor de 2030, antes de comenzar a disminuir (en 2022, por primera vez en seis décadas, China perdió población) y Pekín considera que la IA ofrece una vía para seguir siendo competitivos.

La posibilidad de aplicar políticas de un modo imposible en los países occidentales tiene enormes ventajas para Pekín. Y, como los expertos creen que la IA ha dado recientemente el salto de ser una tecnología emergente a una madura, esto aumenta la necesidad de que Occidente se asegure de mantener la paridad. En marzo de 2022, la Comisión de Seguridad Nacional sobre Inteligencia Artificial de EEUU, presidida por el ex consejero delegado de Google Eric Schmidt, advirtió de que el país podría perder la iniciativa en IA en favor de China. Los datos parecen indicar que es posible. El número de artículos académicos que son citados por otros suele utilizarse como indicador de la calidad de la investigación: en 2020, el testigo pasó de EEUU a China.

Sin embargo, es tal la importancia de la IA para ambas economías que, aún hoy, sigue existiendo una notable cooperación académica. Según el Instituto Stanford de Inteligencia Artificial Centrada en el Ser Humano, “las colaboraciones entre EEUU y China en investigación sobre IA se han quintuplicado desde 2010 y alcanzaron un total de 9.660 artículos en 2021, mucho más rápido que el aumento de las colaboraciones entre otros dos países cualquiera. Las colaboraciones entre EEUU y Reino Unido, la segunda fuente más prolífica de investigación transfronteriza, se han multiplicado casi por tres, hasta alcanzar los 3.560 artículos”. Estos datos podrían indicar, simplemente, que cada vez se investiga más en este campo. En cualquier caso, los académicos no lo ven como un juego de suma cero, como hacen muchos políticos.

 

«El mundo es consciente de la terrible guerra que se libra en Europa, pero casi sin declaración formal, hay otra en marcha entre EEUU y China»

 

Si bien fue Donald Trump quien inició las políticas proteccionistas contra Pekín, es la administración de Joe Biden la que ha introducido una legislación más agresiva que no solo podría volver las tornas en favor de EEUU, sino que podría perjudicar gravemente a la industria tecnológica china. En octubre de 2022, Washington anunció nuevos límites draconianos a la venta de tecnología de semiconductores a China, presentados como necesarios para impedir que sus fuerzas militares y de seguridad utilicen tecnología de vanguardia para hacer la guerra, vigilar y reprimir.

El mundo es consciente de la terrible guerra que se libra en Europa continental pero, casi sin declaración formal, hay otra en marcha entre EEUU y China. La Ley de Chips y Ciencia demuestra la clara intención de Washington de recuperar el dominio en hardware mientras perjudica a Pekín. Al mismo tiempo que impulsa la industria nacional de semiconductores –se destinarán 280.000 millones de dólares a lo largo de la próxima década, sobre todo en I+D en áreas como la cuántica, IA, energías limpias y nanotecnología–, la ley restringe el acceso de China a los chips producidos por EEUU y sus aliados.

Los semiconductores son en extremo difíciles de fabricar. Las máquinas que los construyen trabajan a nanoescala (un nanómetro es la milmillonésima parte de un metro) y son escasas: solo hay cinco empresas en el mundo capaces de grabar el silicio de esta forma: tres en California, una en Japón y otra en Países Bajos. Por eso no fue una gran sorpresa cuando, a finales de enero de este año, las autoridades holandesas y japonesas concluyeron las negociaciones con EEUU y anunciaron que también impondrían límites estrictos a lo que se puede suministrar a China, una medida que dificultará aún más los intentos de Pekín de desarrollar una industria nacional de semiconductores. Un mes antes, en diciembre, la Unión Europea respondió con la aprobación de la Ley de Chips, un paquete de 43.000 millones de euros destinado a garantizar la soberanía tecnológica de Europa de aquí a 2030.

Ese mismo mes, The Wall Street Journal informó de que Apple, la empresa más valiosa del mundo, había dicho a sus proveedores que estudiaran activamente opciones para ensamblar sus productos en otros lugares de Asia, por ejemplo, India y Vietnam. La medida se adoptó a raíz de los disturbios de los trabajadores de la enorme fábrica de iPhone City en Zhengzhou. El objetivo de Apple es depender menos de Foxconn, que según los analistas fabrica el 70% de los iPhone de todo el mundo. Aunque Apple seguirá operando en China, la decisión de la empresa refleja la naturaleza cambiante de las relaciones sino-estadounidenses y la aparición de otros actores tecnológicos en la región. Mientras Washington y Pekín estudian sus próximos movimientos políticos, el hecho de que las dos empresas más emblemáticas de la era del comercio mundial estén relajando su relación es un símbolo del desacoplamiento del ecosistema tecnológico.

 

TikTok, ¿caballo de Troya?

Culver City, en California, ha sido un centro neurálgico de la industria del entretenimiento desde la época del cine mudo. Hoy es la sede de la plataforma de vídeos cortos para móviles TikTok, propiedad de la empresa china ByteDance. En 2020, TikTok estuvo por motivos de seguridad en el punto de mira de Trump, quien, tras ordenar inicialmente que se eliminara TikTok de las tiendas de apps, aprobó un acuerdo que permitiría a las empresas estadounidenses Oracle y WalMart a hacerse con una participación del 20% en la compañía. El acuerdo no se llevó a cabo, pero algunas autoridades estadounidenses mantienen que ByteDance supone un riesgo para la seguridad de EEUU, ya que debe cumplir las leyes de seguridad nacional de China.

En diciembre de 2022, TikTok fue prohibida en los dispositivos del gobierno federal –el pasado febrero, la Comisión Europea adoptó una medida similar con sus funcionarios–, al tiempo que una docena de gobernadores estadounidenses declaraba ilegal que los funcionarios descarguen la aplicación en dispositivos estatales. A EEUU y la UE les preocupa que los datos recopilados por TikTok se vendan a terceras partes y sean instrumentalizados por el gobierno chino. En segundo lugar, la enorme escala de TikTok significa que podría utilizarse en operaciones de influencia: en EEUU, los usuarios pasan más tiempo en TikTok que en YouTube, y es más visitada que Google. Fue la aplicación más descargada en 2021 y 2022, y su enorme base de usuarios consume más de 1.000 millones de vídeos diarios, lo que la convierte en una fuerza cultural global. Poco después de que el gobierno de EEUU anunciara la prohibición en los dispositivos federales, un memorando interno filtrado reveló que los ejecutivos de ByteDance habían examinado la dirección IP de la periodista de Forbes Emily Baker-White –usuaria de la app y que cubre la empresa para la revista– con el fin de establecer si se reunía con fuentes de la compañía.

TikTok mantiene que el gobierno chino nunca le ha pedido datos de usuarios estadounidenses. Recientemente, la empresa ofreció a un grupo de periodistas una visita a su Centro de Transparencia y Responsabilidad en Culver City. Entre pantallas LED gigantes que mostraban vídeos de la plataforma, muebles de colores chillones y salas de reuniones con nombres de momentos virales, los visitantes vieron presentaciones sobre las normas de confianza y seguridad de la aplicación y experimentaron una demostración interactiva sobre cómo es ser moderador de contenidos de TikTok. En otro lugar, se mostraba de forma algo teatral cómo se aborda la transparencia de los contenidos. Y en una sala protegida se pidió a invitados como legisladores y académicos que firmaran un acuerdo de confidencialidad antes de mostrarles el código fuente. Este despliegue de transparencia depende de la confianza en que la empresa revelará, en un futuro, cualquier actualización de su algoritmo.

La iniciativa está ligada al empeño de ByteDance por asegurarse no solo la confianza de las autoridades en el campo de la seguridad nacional, sino también la de los legisladores estado-
unidenses. De ahí que hayan anunciado el Proyecto Texas, una iniciativa en la que empleados de Oracle –que tiene su sede en Austin (Texas)– podrán auditar el algoritmo de TikTok y supervisar el traslado a EEUU de los datos relativos a los usuarios estadounidenses de la plataforma, que antes se almacenaban en servidores extranjeros. También prevé una nueva filial, TikTok Data Security (USDS), que será supervisada por un grupo independiente con experiencia en seguridad. USDS revisará las políticas de moderación de contenidos y entrenará el algoritmo de TikTok en los datos de los usuarios estadounidenses. Se trata de un nivel de responsabilidad que las plataformas estadounidenses gestionadas por Meta o Alphabet no ofrecen.

En 2020, TikTok fue prohibida en India –junto con otras 58 aplicaciones de propiedad china– y EEUU podría decidir seguir una política similar: su consejero delegado, Shou Zi Chew, comparecerá ante un comité del Congreso el 23 de marzo para hablar de las prácticas de privacidad y seguridad de datos de la compañía.

Hemos entrado en una nueva era en la que los Estados nacionales cooperan en muchos de los grandes retos globales al tiempo que, irónicamente, también compiten por las herramientas que resolverán dichos retos. Está claro que muchas de las tecnologías del futuro, como la cuántica y la IA, ofrecerán a quienes las desarrollen con mayor rapidez y eficacia importantes ventajas económicas y militares. Queda por ver cómo las utilizarán. ●