POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 212

Grafiti de Mohamed VI en una calle de la Kasbah de los Udaya (Rabat, 30 de junio de 2017). GETTY

La tormenta marroquí

El desarrollo y la democratización de Marruecos están lastrados por una economía que no despega, desigualdades sociales insostenibles, una política clientelista y una costosa carrera de armamentos alentada por el conflicto del Sáhara.
Fouad Abdelmoumni
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Rabat es una ciudad hermosa. Es un buen lugar donde vivir para los ricos y un buen lugar donde alojarse los turistas. Las bellas arterias del centro, los impresionantes edificios, los hoteles de lujo, el TGV, que conecta Tánger en solo dos horas, y muchos otros atributos dan la impresión de que Marruecos es un país desarrollado. Por desgracia, este escaparate tiene un aspecto muy distinto para los dos millones de habitantes de los barrios obreros y ciudades dormitorio de la gran área metropolitana. La vida es frustrantemente mala para estos vecinos de Europa, con rentas muy bajas, una educación y una sanidad pública deficientes, una economía donde más de la mitad de la población adulta está en paro y la mayoría de la población activa no cuenta con unos ingresos decentes que le garanticen una vida digna. La represión, además, es cada vez mayor. Sin embargo, las riquezas de Marruecos podrían convertir el país en un ejemplo de desarrollo, si no estuviera asolado por el acaparamiento de la riqueza en manos de una ínfima minoría, el despilfarro ostentoso de los recursos y la carrera armamentística.

Para el marroquí que soy, Marruecos no es, como para el europeo, un país exótico más, tan cercano como lejano, donde aceptar, en nombre de la especificidad, la dejadez y las decisiones contraproducentes. Marruecos es un país que todavía aspira a una transición como la que vivió España en el siglo XX: de la dictadura a la democracia, del subdesarrollo al florecimiento generalizado de la sociedad.

 

Los retos de Marruecos

Marruecos está anclado en el estancamiento. No estamos ante una situación revolucionaria, pero no hay que descartar rupturas significativas.

La perspectiva de un Estado de Derecho, democracia, libertades y buena gobernanza –que el gobierno promete desde la caída del muro de Berlín– ya…

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