De la reacción a la acción. La política exterior de la UE necesita planificación, estrategia, medios y liderazgo. El Tratado de Lisboa supone una nueva caja de herramientas para conseguirlo, pero primero es necesario definir qué quieren los europeos.
Las dificultades para conseguir la entrada en vigor del Tratado de Lisboa distrajeron al proyecto europeo de su verdadero reto: sincronizar su proceso de integración con el cambio de la sociedad internacional. Más preocupados por el siguiente paso en su integración que por las transformaciones en el contexto internacional, ni la UE ni sus Estados miembros han sabido acompasar sus políticas exteriores al ritmo de las transformaciones de la globalización ni tampoco acomodar sus instrumentos de acción exterior a los nuevos retos.
Hasta ahora, la agenda exterior de la UE ha sido fundamentalmente reactiva, adaptándose a los cambios de forma incremental. Sin embargo, un actor internacional que aspira a influir en las relaciones globales necesita analizar con antelación cómo serán las relaciones de poder en el futuro, definir cuál debe ser su papel en el mundo y evaluar la mezcla adecuada de instrumentos que debe utilizar para asegurar su influencia.
En el horizonte 2020-30 es inevitable cambiar el modelo de gestión para que responda a una pluralidad de actores, sectores y tiempos de actuación. Frente a problemas que afectan cada vez a más actores, que abarcan cada vez más dimensiones y donde el tiempo de respuesta es más importante, la UE no puede seguir con un sistema de gestión elitista, compartimentado y reactivo. En su lugar, debe apostar por un modelo basado en el antes mencionado comprehensive approach, que hace partícipes a todos los actores implicados en todos los momentos del proceso de decisiones, desde el planeamiento hasta la ejecución y valoración de las medidas adoptadas. En un entorno previsible…

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