caras globalización
Autor: Anthea Roberts y Nicolas Lamp
Editorial: Harvard University Press
Fecha: 2021
Páginas: 391
Lugar: Cambridge, Massachusetts

Las múltiples caras de la globalización

La crítica de la globalización tiene una dilatada tradición. Pero si en los años noventa y los 2000 esta se circunscribía a los países del tercer mundo y a las minorías políticas que representaban los movimientos alterglobalizadores en Occidente, los acontecimientos en los últimos años la han situado en el epicentro. Este libro clasifica y recoge seis visiones alrededor del fenómeno, de las más optimistas a las más críticas.
Lídia Brun
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Si la Gran Crisis Financiera tuvo algún aspecto positivo, posiblemente fue que propició un reconocimiento de la naturaleza insostenible del modelo de crecimiento neoliberal imperante, basado en la desregulación del mercado, el crédito como fuente de demanda, la financiarización de la gobernanza corporativa y la hiperglobalización. Pero si la respuesta política a la crisis de 2008 atacó algunos de estos flancos y mejoró, aunque de manera insuficiente, la regulación del sistema financiero, el papel de la creciente integración económica como fuente de interdependencia y vulnerabilidad quedó en la carpeta de asuntos pendientes. Los acontecimientos ocurridos durante la larga década transcurrida desde la crisis nos han ido recordando de forma conflictiva que no debe posponerse un reconocimiento similar sobre la naturaleza del modelo de globalización y sus contradicciones.

En ese periodo han tenido lugar desde el traumático maltrato a Grecia después del referéndum de 2015, imposible de hacer efectivo bajo los tratados europeos, hasta el referéndum británico de salida de la Unión en 2016, que escenificó la posibilidad de marcha atrás en la integración económica. Pasando por la elección de Donald Trump y su “America First” en aquel mismo año, que puso el freno de mano a la firma de sendos tratados de libre comercio, o el intento de la OCDE de poner coto a la sangría de la evasión fiscal de grandes empresas y patrimonios con un acuerdo histórico en 2021. A lo que hay que sumar sucesivos fracasos en materia climática y, por si fuera poco, el advenimiento de una pandemia mundial en 2020, la debacle estadounidense en Afganistán en 2021 y la invasión rusa de Ucrania en 2022. Queda así patente que el mundo del siglo XXI, profundamente interconectado y multipolar, carece de mecanismos de gestión efectivos para garantizar una paz y prosperidad globales.

La crítica de la globalización tiene una dilatada tradición. Pero si en los años noventa y los 2000 esta se circunscribía a los países del tercer mundo y a las minorías políticas que representaban los movimientos alterglobalizadores en Occidente, los acontecimientos en los últimos años la han situado en el epicentro. Al Fin de Historia de Francis Fukuyama le han salido spin-offs en múltiples direcciones: todas concuerdan en que la visión triunfalista de la globalización ha sido desmentida por la realidad, pero discrepan en el diagnóstico y en su énfasis sobre los protagonistas. En tiempos de extrema polarización, que amenaza con disolver un sentido de humanidad compartido que parecía ya conquistado, es loable cualquier empresa que se proponga facilitar la escucha recíproca entre relatos alternativos, así como la gestión de la discrepancia. A esta tarea se dedican Anthea Roberts y Nicolas Lamp, expertos en Derecho Comercial Internacional y autores de Las seis caras de la globalización, una propuesta de taxonomía del discurso para ordenar estas críticas y encontrar, en la medida de lo posible, bases para el consenso.

 

Los discursos sobre la globalización

Las seis caras de la globalización propone clasificar las narrativas sobre esta en seis grandes grupos, en función de la unidad de análisis que usan (nacional versus internacional), de quién consideran que ha ganado (todos, nadie, algunos) y a costa de quién (con énfasis en redistribuciones en un sentido vertical u horizontal). De esta clasificación emergen dos narrativas opuestas y cuatro narrativas intermedias. En el primero de los polos, la narrativa del establishment se centra en las ganancias absolutas de la globalización, con escasa atención a su reparto, y en la optimista convicción de que la expansión de las relaciones comerciales traería la paz y la prosperidad en el mundo. En el polo opuesto, la narrativa de las amenazas globales enfatiza la creciente vulnerabilidad derivada de la interdependencia sistémica y concluye una eventual pérdida absoluta para toda la humanidad, de la que el Covid-19 habría sido un aviso precoz.

 

«La narrativa de las amenazas globales enfatiza la creciente vulnerabilidad derivada de la interdependencia sistémica y concluye una eventual pérdida absoluta para toda la humanidad»

 

A medio camino, encontramos dos narrativas a la izquierda, que resaltan un incremento de la desigualdad en sentido vertical, de pobres a ricos, y dos narrativas a la derecha, que interpretan la desigualdad en un sentido horizontal, entre nativos y extranjeros o entre países. Entre las primeras, la narrativa de la izquierda populista pone énfasis en la captura de una parte creciente de la renta nacional por una élite que se ha beneficiado de la globalización sin compartir sus beneficios con los perdedores, mientras que la narrativa del poder corporativo señala a grandes empresas que con la globalización se han convertido en gigantes imposibles de regular. Entre las segundas, la narrativa de la derecha populista denuncia el deterioro de las condiciones de vida de la clase trabajadora blanca occidental a través del “robo” de unos empleos que no solo proporcionaban ingresos, sino que articulaban un sentido de comunidad. Finalmente, la narrativa geoeconómica interpreta las relaciones internacionales como un juego de suma cero y subraya las amenazas latentes de una pérdida de poder relativo de Occidente ante la emergencia de un mundo multipolar.

Los autores declaran desde un inicio que su intención no es someter estas narrativas a escrutinio en contraste con la realidad, sino la de señalar elementos de lucidez y carencias en cada una de ellas, así como identificar puntos de encuentro y complementariedades. El problema de este enfoque es que, si bien unos mismos hechos pueden ser interpretados de manera diferente sin más evidencia concluyente, los relatos políticos sirven a ciertos intereses en conflicto, y los hechos son importantes para distinguir los diagnósticos de la mera propaganda. Un ejemplo de ello es cómo se da validez a la narrativa populista de derechas, que se erige en la mayor defensora de la cohesión social y la dignidad de la clase trabajadora occidental. Es por lo menos cuestionable situar a Trump como defensor de la clase trabajadora americana frente a la pérdida de estatus derivada de los tratados de libre comercio, cuando enarboló este discurso como simple coartada para acometer una reforma fiscal altamente regresiva.

 

¿Es ventaja comparativa todo lo que reluce?

Otro ejemplo en el que los autores abundan es el de atribuir al libre comercio una suerte de génesis globalizadora espontánea, obviando el impulso mercantilista de los imperios europeos en el siglo XIX, o el chantaje financiero del FMI para avanzar en la agenda globalizadora, que muchos países habrían rechazado en otras condiciones. La teoría de la ventaja comparativa es un constructo teórico solvente para explicar el beneficio potencial y el estímulo del crecimiento que se deriva del libre comercio. Pero la teoría económica la ha ponderado con aportaciones realistas y condicionantes que están completamente ausentes en el libro. ¿Por qué ha sido China capaz de sacar a millones de personas de la pobreza en los últimos años? ¿Ha sido fruto únicamente de su integración en las cadenas de producción globales? ¿Ha ayudado su política industrial de garantizar una participación doméstica significativa en el retorno de la inversión internacional y su reinversión orientada a cerrar la brecha tecnológica? ¿Cuánto han contribuido los controles de capital y la política monetaria de mantener el yuan infravalorado, subsidiando así a su sector exportador?

El análisis que hacen los propios autores de la suerte de México en su integración económica con Estados Unidos y Canadá a través del NAFTA concluye que, si bien se ha producido un trasvase de trabajo manufacturero desde EEUU, las condiciones salariales de los trabajadores mexicanos han empeorado durante el mismo período. Además, el tramo de especialización de México en las cadenas de producción propiciadas por NAFTA no le ha permitido desarrollar una técnica con spillovers positivos en el resto de la estructura productiva del país.

 

«Es una trampa intelectual revestir la narrativa del establishment de robustez positiva, mientras que sus críticas se presentan de manera puramente normativa»

 

En este sentido, se le atribuye a la globalización la mejora de las condiciones de vida de millones de personas en el planeta, pero no se matiza que, si el destino de muchos países igualmente expuestos a la globalización ha sido dispar, puede deberse a otros elementos, más allá de consideraciones morales. Es una trampa intelectual revestir la narrativa del establishment de robustez positiva, mientras que sus críticas se presentan de manera puramente normativa. Este problema se habría podido solventar prestando más atención a narrativas diferentes a las que han representado los movimientos sísmicos en la política occidental reciente.

La integración económica sin el desarrollo paralelo de instituciones políticas para gobernarla ha ido sustrayendo de facto las cuestiones económicas de la esfera democrática, produciendo equilibrios ineficientes y aumentando la inestabilidad financiera. La integración financiera produce fuertes interdependencias entre los sistemas regulatorios y la política macroeconómica de los países.

 

Críticas positivas a la globalización

El libro cuenta con un capítulo que atestigua años de crítica elaborada por el conjunto de países del tercer mundo, pero tampoco se le concede categoría de análisis positivo. Sin embargo, las teorías del desarrollo han explicado cómo la apertura comercial no siempre produce efectos beneficiosos, especialmente en estadios iniciales en los que la técnica local es demasiado primitiva como para competir en el mercado mundial y la liberalización económica desmantela la industria joven. Cuando hay economías de escala (por ejemplo en presencia de dinámicas learning-by-doing) el patrón de especialización es endógeno y la ventaja comparativa es dinámica. Las externalidades productivas y los fallos de coordinación pueden atrapar al país en niveles de inversión subóptimos y trampas de pobreza. Por otro lado, especializarse en la explotación de materias primas ha supuesto una “maldición” para muchos países, además de producir divergencia económica entre socios comerciales si los términos de intercambio mejoran sistemáticamente a favor de unos porque la naturaleza de los procesos productivos en los que se especializan les permiten incorporar más innovación tecnológica. Todas estas dinámicas producen “dependencias del camino” difíciles de revertir sin una política pública que impulse la industria doméstica.

Asimismo, la integración económica sin el desarrollo paralelo de instituciones políticas para gobernarla ha ido sustrayendo de facto las cuestiones económicas de la esfera democrática, produciendo equilibrios ineficientes y aumentando la inestabilidad financiera. La literatura económica explica cómo la integración financiera (que no forma parte de la teoría de la ventaja comparativa) produce fuertes interdependencias entre los sistemas regulatorios y la política macroeconómica de los países. Y es que las fuentes de ventaja comparativa no tienen por qué ser tecnológicas, sino que pueden darse por una menor imposición, remuneración del trabajo o regulación medioambiental. En este caso la competencia empuja hacia la desregulación y el resultado de mercado es subóptimo.

Por otro lado, la liberalización de la balanza de capitales aumenta la vulnerabilidad financiera y expone a los países a “paradas súbitas” en el sentido de los flujos de capitales, por ejemplo debido a cambios en la política monetaria de un país ajeno, que pueden arruinarlos en cuestión de días, como sucedió en el sudeste Asiático y en América Latina en los años 90. Hasta el momento, esta tensión entre capitalismo global y Estados nacionales como garantía última de estabilidad e ingresos se ha resuelto con profundos sesgos distributivos, como atestigua el desarrollo dispar de instituciones que protegen los derechos de propiedad (como los tribunales de arbitraje) frente a las que mancomunan riesgos colectivos. Resolver los trilemas de la globalización financiera en un sentido democrático requeriría el fortalecimiento de instituciones de cooperación como la ONU, cuya importancia ha sido mermada por los países occidentales en favor de estructuras como el G-7 o el G-20

 

Contradicciones y disyuntivas

En contra de su propio criterio, los autores aportan evidencia empírica que sustenta muchos de los argumentos críticos. Esta es una de sus mayores virtudes: dar la oportunidad a cada narrativa de defenderse en sus propios y legítimos términos, rescatando sus elementos más interesantes. El mayor defecto es presentarlas de manera reduccionista para que quepan a martillazos en su taxonomía, impidiendo entender los análisis en toda su complejidad. Así, cuando se ponen las distintas narrativas en diálogo, los autores alegan identificar bases para el acuerdo en discursos diferentes cuando en el fondo estos forman parte del mismo diagnóstico integral, y transmiten sensación de caricatura.

 

«La idea de la globalización como una ‘marea que eleva a todos los barcos’ pecaba de exceso de optimismo. La pregunta es qué debe sustituirla. Roberts y Lamp subrayan la necesidad de situar la desigualdad en el centro y reconocer que toda política económica tiene consecuencias distributivas».

 

Más interesante es el análisis de solapamiento entre narrativas de diferente ideología. Ejemplos de ello son la coincidencia de la extrema derecha y la izquierda populista en el rechazo a los nuevos tratados de libre comercio, la disyuntiva entre la política antimonopolio y la política industrial ante la entrada de competidores estratégicos en infraestructuras esenciales, los costes distributivos de la acción climática, o el futuro sin trabajo ante la automatización y la consecuente ansiedad económica que genera expresada en términos culturales. La crisis mundial derivada de la pandemia del Covid-19 o la crisis energética que produciría en Europa prescindir del gas importado de Rusia son ejemplos recientes de la vulnerabilidad que produce la interdependencia económica sin mecanismos de redundancia productiva, de autonomía estratégica y de gobernanza global.

Estos nuevos y complejos retos que produce el agotamiento del modelo hegemónico de globalización requieren la integración de aportaciones diversas para construir un nuevo consenso, en lo que los autores llaman una “visión caleidoscópica”. La idea de la globalización como una “marea que eleva a todos los barcos” pecaba de exceso de optimismo. La pregunta es qué debe sustituirla. Roberts y Lamp subrayan la necesidad de situar la desigualdad en el centro y reconocer que toda política económica tiene consecuencias distributivas. También proponen ponderar el valor de la eficiencia económica contra otros como la cohesión social o la sostenibilidad. Para que esto sea posible, es necesario desarrollar instituciones democráticas para una gobernanza global que regule y discipline los peores impulsos del mercado, que amortigüe las sacudidas en vez de amplificarlas y que permita un reparto justo de los beneficios.