Libros contra totalitarismos
Cuando uno piensa en espías durante la Guerra Fría se imagina contrabando de armas, sabotajes, robo de información, agentes dobles, asesinatos, envenenamientos, micrófonos en las lámparas, cafés llenos de humo o puentes con niebla. Ahora sabemos que había otras armas secretas y peligrosas que triunfaron sobre todo en Polonia, aunque se expandieran a toda Europa del Este: los libros prohibidos que iban de mano en mano para enseñar todo lo que el comunismo no quería que se supiera.
En su libro The CIA Book Club: The Best-Kept Secret of the Cold War (2025), Charlie English nos explica cómo las palabras, en tinta y encuadernadas, sirvieron más que las pistolas durante la transición del comunismo a la democracia. Polonia se llenaba de ideas, en lugar de balas, a través del contrabando de libros como Archipiélago Gulag, Un mundo feliz o Doctor Zhivago; de autores como George Orwell, John Le Carré, Hannah Arendt o Kurt Vonnegut y de revistas como The New York Review of Books o Cosmopolitan.
Todo respondía a una encomiable acción de apoyo de la CIA auspiciada por George Minden, arquitecto de la operación QRHELPFUL, lanzada a principios de los años ochenta, que sistematizaba y aseguraba la logística del tráfico clandestino de libros prohibidos que llevaba sucediendo décadas en Polonia. La CIA los compraba, los enviaba y los entregaba a editores y distribuidores polacos. Pero lo más interesante es que lo hacía desde el principio ético de dar apoyo material sin injerencia editorial, es decir, sin entrometerse en qué libros se enviaban ni en su temática, que se marcaba desde Polonia a través de organizaciones de resistencia democrática como la revista Kultura o la editorial NOWa, las parroquias y las redes de activistas.
«Los libros sirvieron más que las pistolas durante la transición del comunismo a la democracia»
Renunciar a la propaganda burda fue una de las claves que explica su éxito: el pensamiento libre simplemente se abre camino. Se retiró en 1989, con la llegada de la democracia, con la intención explícita de no colonizar el debate público.
Los libros fueron la mejor arma contra el totalitarismo, atacado desde las guerrillas del poder blando y no desde las armas del poder duro. Y esos libros se hacían virales de mano en mano, sin más algoritmo que el boca a boca clandestino en unos años en que su mera posesión garantizaba cárcel.
Hoy ya no funciona exactamente así. El pensamiento libre para resistir a los autoritarismos se fomenta (o no) a través de algoritmos, redes sociales y comunidades organizadas a través de la red: de las fallidas y olvidadas primaveras árabes a las revueltas de la Generación Z en países como Nepal o Marruecos, organizadas con herramientas como Discord o Tik-Tok.
Si los libros fueron activo estratégico entonces, hoy también lo es el conjunto de reglas que deciden qué vemos y en qué orden. Las ideas ya están fluyendo: nuestras imprentas son métricas de engagement o retención y nuestras editoriales son grandes tecnológicas en un Internet cada vez más balcanizado, cerrado, controlado e imprevisible.
Nos sobra información, contenido e historias, pero no nos sobra verdad, porque, según Minden, “es contagiosa”. Pero la mentira también. Nuestro club de lectura contemporáneo se está diseñando en la pugna por el control geopolítico de los algoritmos o en el perfeccionamiento perverso, que sistemáticamente premia y alimenta contenidos extremistas, de redes sociales que dependen de gigantes tecnológicos como Meta o X.
En aquellos estertores del comunismo, la literatura pudo ayudar a cambiar la historia para mejor. En estos inicios de autoritarismo creciente, de capitalismo de Estado y de erosión del Estado de derecho, las herramientas tecnológicas pueden frenar o acelerar la tendencia. Hoy vuelven al debate internacional palabras como “tanques”, “misiles” o “invasiones”, pero las corrientes de fondo, las que terminan por generar cambios, se están gestando, moviendo y alimentando en lugares oscuros donde tenemos difícil dar la luz: es la guarida de la desinformación, el descreimiento y las cámaras de eco.
