El año 2011 no fue solo un año de protestas, como recordaba una portada de Time. También fue un punto de inflexión en nuestra historia reciente, como proclamaba un conocido cartel del movimiento Occupy Wall Street: “El principio está aquí”. El llamado “movimiento de las plazas” de los indignados españoles, los aganaktismenoi griegos y sus equivalentes estadounidenses y en todo el mundo, surgido tras la crisis de 2008 en respuesta a las medidas de austeridad aplicadas por los gobiernos de los países occidentales, planteó la cuestión de la crisis de la democracia y la representación política. Estos movimientos, que compartían discursos y tácticas de protesta similares, como la ocupación de grandes espacios públicos ‒la plaza Syntagma en Atenas, la Puerta del Sol en Madrid‒, concitaron un enorme apoyo al expresar el descontento con el sistema político. El hecho de que políticos de todo el mundo occidental hubiesen realizado impopulares recortes del gasto público y solo pareciesen preocupados por salvar los mercados financieros se consideró la prueba definitiva de la traición de la clase política al pueblo al que se supone representa.
Diez años después de la movilización masiva, la mayor desde las protestas de 1968, gran parte de los problemas que sacó a la luz siguen siendo relevantes. Es más, muchos de ellos siguen sin resolver. Después de las protestas, varios partidos políticos de nueva fundación, como Podemos en España, el Movimiento 5 Estrellas (M5S) en Italia, o candidatos como Bernie Sanders en Estados Unidos y Jeremy Corbyn en Reino Unido, se presentaron como los medios prácticos a través de los cuales podían hacerse efectivas esas demandas. Unos y otros se ganaron el adjetivo de “populistas” porque, en línea con las exigencias del movimiento de las plazas, afirmaban que se pondrían de parte del pueblo contra la élite. Además,…

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