En 1991, los resurgentes movimientos democráticos de África subsahariana apreciaron un sorprendente cambio en la política de la Administración Bush. A los reformadores políticos africanos les cogió en pleno desconsuelo aún, y los envejecidos déspotas del continente se quedaron atónitos. La política exterior de Estados Unidos hacia África se acercaba más que nunca a la manida posición de sus críticos del Congreso. Por primera vez desde que la Administración Kennedy apoyó el nacionalismo anticolonial africano, las multitudes que ansiaban libertad, esta vez de la tiranía interna, aplaudieron las declaraciones del Departamento de Estado norteamericano cuando éste se fue distanciando de los autocráticos e impopulares dirigentes que antes apoyaba.
El fin de la guerra fría y el desmantelamiento constante aunque incompleto del apartheid han minado la lógica que sostenía anteriormente las alianzas de conveniencia de Estados Unidos en el continente, tan adversas a la difusión de las libertades civiles por África. Con todo, aunque puede haber cambiado la actitud en Occidente, las políticas de Estados Unidos y de sus aliados europeos hacia África no son todavía los pilares de apoyo, que podrían ser, de unas democracias de economía de mercado estables. Pero buena parte de ello depende también de la propia África. Los reformadores políticos africanos deben hoy desechar las viejas consignas ideológicas que han contribuido a mantener a sus países aherrojados en la pobreza, la violencia interna y la represión política. El ritmo de su propia reforma y la rapidez con que ideen nuevas políticas de desarrollo e instituciones más en consonancia con la marcha de la historia hacia el liberalismo económico y político contribuirán a determinar el pleno impacto del apoyo exterior en favor del cambio….

Memorias de África