Autor: Adolf Hitler
Editorial: Crítica
Fecha: 2016
Páginas: 352
Lugar: Barcelona

Mi Lucha

Jorge Tamames
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Cuando era relativamente pequeño, cayó en mis manos una traducción de Mein Kampf [la portada, abajo] que intenté leer, imagino que en un intento, algo confuso, de zambullirme de lleno en El Mal y emerger victorioso. Fracasé. No en lo de emerger victorioso, sino en el simple intento de leer. Ocurre que, morbo no obstante, el libro es insufrible. Más de trescientas páginas de un runrún tan racista como flatulento, ruido y furia de un acuarelista frustrado, convertido en golpista frustrado, que ocupa su estancia entre rejas escribiendo una autobiografía política, ese género cuyo objetivo principal parece ser el onanismo del autor y la tortura del reseñista. No descarto la idea de que, mucho antes del juicio de Adolf Eichmann, Hannah Arendt se diese de bruces con la banalidad del mal en el océano de rebuznos que es Mi Lucha. Para lucha, la que supone terminar cada párrafo.

 

Mi Lucha, de Adolfo Hitler

 

Tras lidiar con el libro por segunda vez, he comprobado que lo único interesante que contiene aquella edición, publicada durante el franquismo, es una reflexión introductoria –y anónima– sobre su autor, “dueño de la verdad de su causa al impulsar un vigoroso movimiento de exaltación nacional”. Adolf Hitler, ese incomprendido. Lo que pretendía, siempre según el prólogo, era fomentar “un espíritu de comprensión mutua” en Alemania. Habrá que precisar que el libro no lo publicó la Falange en un arrebato pasajero –¿tal vez en 1942, con la División Azul a las puertas de Leningrado?– sino la barcelonesa Mateu, veinte años después. Apología del Tercer Reich en los años dorados del desarrollismo. Precisamente un año después, Juan Linz propondría su hoy muy célebre ocurrencia, según la cual nuestra dictadura no era totalitaria sino autoritaria, depositaria de un considerable pluralismo político en su seno. Casi una democracia liberal, vaya. Francisco Franco, otro incomprendido.

Si me extiendo con estos detalles es porque Mi Lucha es un libro que interesa por su contexto y no por su contenido. Este último, bastante explícito en lo que concierne a las ideas genocidas del autor, resulta escalofriante en retrospectiva. Pero en 1925 debió de parecer absurdo, a caballo entre lo pavoroso y lo grotesco. El caso es que con Hitler, al igual que con su panfleto, interesa más el contexto que el personaje. Lo pertinente no es debatir si había que asesinar al futuro Führer cuando aún gateaba –dilema estúpido, que fascina a los estadounidenses–, sino entender cómo semejante personaje llegó a gobernar lo que entonces era la sociedad más dinámica y vibrante de Europa occidental. Qué condiciones permitieron que volcase al país en un programa de exterminio colectivo, apoyado –con qué frecuencia se olvida– por una parte considerable, si no mayoritaria, de sus habitantes. Es aquí, y no en las manidas lecciones de Münich, donde podemos sacar conclusiones importantes.

¿Cuál es el contexto de Mi Lucha, más de siete décadas después de la muerte de Hitler? El libro ha pasado al dominio público en Alemania, donde, desde principios de 2016, y rompiendo con un tabú de posguerra, se publica en una edición comentada. La fecha es propicia, porque Alemania se encuentra desgarrada por sus contradicciones: las de un país que abre sus puertas a cientos de miles de refugiados, al mismo tiempo en que el himno del movimiento ultraderechista Pegida lidera las listas de ventas musicales.

Con la xenofobia avanzando sistemáticamente a lo largo de Europa y Estados Unidos, cabe preguntarse si Mi Lucha es una lectura urgente. No lo es en la medida en que su contenido es tan confuso como penoso y, salvo excepciones como Jobbik o Amanecer Dorado, la ultraderecha no proclama su admiración por Hitler. Pero sí lo es en tanto que esta ultraderecha representa, como en 1932 dijo Kurt Schumacher de los nazis, “un llamamiento continuo al cerdo interno del ser humano”. Europa pasa por horas bajas. Abundan los ersatz del porquerizo, dispuestos a convertir el continente en una pocilga otra vez. Atentos, por tanto, a que la historia no se repita como farsa.