A la vista de las cuestiones de todo orden suscitadas por el texto de Maastricht, el europeo convencido que soy desde siempre considera este Tratado en su conjunto y en el detalle de sus compromisos declarados irreversibles, como un documento poco razonable. ¿Por qué? Intentaré responder a ello en el presente artículo.
Mis observaciones versarán esencialmente sobre algunas disposiciones generales del Tratado, sobre disposiciones relativas a la creación de una moneda única y sobre una concepción realista de la construcción europea. Todo ello desde un punto de vista económico.
Empecemos por decir que este es un Tratado a cuya preparación no han sido llamados los Parlamentos nacionales. Estamos ante un proyecto mal elaborado cuyo texto, por añadidura, no ha sido publicado hasta muy recientemente.
El Tratado mezcla lo accesorio con lo esencial. Es significativo, por ejemplo, que la decimotercera declaración relativa al papel de los Parlamentos nacionales, es decir, al de los parlamentarios nacionales, que comprende once líneas, acompaña a la vigesimocuarta declaración, relativa a la Protección de los animales, ésta de cinco líneas.
Completado por diecisiete protocolos y treinta y tres declaraciones, el Tratado es un texto de 253 páginas, escrito en lenguaje tecnocrático ambiguo, parcialmente contradictorio, de difícil lectura y, a decir verdad, poco comprensible si no incomprensible para los simples ciudadanos de la Europa de los Doce. Tal como se nos presenta, el Tratado se presta a todos los abusos y derivaciones: de ahí que sea potencialmente peligroso para el futuro.
El Consejo Constitucional francés ha decidido que el Tratado es incompatible con la Constitución francesa en lo que respecta a la ciudadanía, los visados y la moneda única. Pero ha guardado…

Mis reservas al tratado de Maastricht