Rusia no está ganando la guerra y está muy lejos de alcanzar sus objetivos estratégicos en Ucrania. Pese al castigo al que está sometiendo a la población ucraniana, no ha conseguido quebrar ni su capacidad de resistencia ni su voluntad de luchar. Las extensas líneas del frente son difusas y fluidas en algunos puntos, pero visto con la perspectiva de casi cuatro años de guerra, el ritmo de sus avances territoriales es mínimo. Aun así –y pese a los reveses sufridos y sus dificultades en el campo de batalla y en casa– Rusia no ha mostrado hasta la fecha ninguna voluntad de negociación real y no se ha movido un milímetro en su posición: sigue exigiendo la claudicación de Kyiv y de sus aliados europeos.
Es, de hecho, la constatación de esa falta de voluntad negociadora la que ha llevado al presidente estadounidense, Donald Trump, a cancelar, al menos de momento, el anunciado segundo encuentro con su homólogo ruso, Vladímir Putin, en Budapest, bajo los auspicios de Viktor Orban. Porque, y aquí radica el nudo gordiano del asunto, el objetivo de Rusia no son las provincias del Donbás, sino que Ucrania acepte su tutela estratégica, ideológica y cultural. Es decir, Rusia disputa el derecho de Ucrania a existir como Estado plenamente soberano y como identidad nacional desgajada de la identidad imperial rusa. Objetivo que, mientras no sea capaz de doblegar militarmente a su vecino, ningún gobierno ucraniano aceptará. Y mientras este marco no cambie y el Kremlin siga teniendo más incentivos que costes para continuar una guerra a la que Putin ha ligado su legado y su destino, no se producirá ninguna negociación real.
Además, el apetito y planteamiento estratégico de Rusia va más allá de Ucrania. En los dos borradores de tratados con Estados Unidos y la OTAN…

No habrá paz para Europa